En la actualidad asistimos a un sinfín de celebraciones políticas, académicas y culturales para conmemorar el Bicentenario de las Independencias Latinoamericanas, las que, aún bien intencionadas, se asientan en un lamentable “error” histórico: el de considerar el año 1810 como el inicio de la gesta emancipadora.
En realidad, al contrario de lo que la historiográfica tradicional, el discurso mediático y la liturgia estatal nos han hecho creer, el verdadero comienzo debe fecharse en 1804, año en el que nació la primera republica libre de América Latina: Haití. Esta flagrante omisión histórica no es casual, sino que es el resultado de un sistemático silenciamiento, iniciado en el siglo XIX por las élites del Mundo Atlántico y perpetuado sutilmente, hasta el día de hoy, por la historiografía tradicional. Un silenciamiento que se basa en una ideología racista, eurocéntrica y elitista, y que desde sus inicios se propuso acallar el grito de libertad que aquella Revolución expresó. Pero ¿cuál fue este mensaje?, ¿qué aterró tanto a las potencias Europeas y a los amos esclavistas? Veámoslo brevemente.
Inserta en el sistema-mundo moderno/colonial, Saint Domingue[1] era en 1789 la colonia más prospera de Francia y América, abasteciendo a la Metrópolis de azúcar, café, algodón e índigo, productos de gran demanda que enriquecieron a los colonos y a la burguesía gala, siendo el motor mismo del desarrollo capitalista francés. En la base de aquella prosperidad se encontraba la esclavitud, organizada en plantaciones modernas/racionales, que cosificaban y exprimían a los más de 480.000 esclavos afrodescendientes.
Asimismo, la sociedad se componía de 30.000 blancos y 24.000 mulatos y negros libertos[2]. Entre los primeros, la mitad eran trabajadores pobres y los otros ricos plantadores y comerciantes con enorme poder económico, aunque no político ya que debían soportar el despotismo del gobierno metropolitano. Los segundos, a la vez, eran partícipes y víctimas del sistema, ya que poseían esclavos y plantaciones, pero eran segregados racialmente y sometidos por los colonos europeos.
Trazado por múltiples contradicciones internas y externas, este orden comenzó a resquebrajarse en 1789, cuando la Revolución Francesa agitó la Isla. Los colonos temían que la “Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano” se aplicase allí; empero, quedó rápidamente demostrado que el hombre del que hablaba aquella declaración, no era más que uno muy particular: El varón , blanco europeo y propietario. Esta flagrante contradicción enardeció primero a los affranchis, que se movilizaron reclamando únicamente la igualdad racial (y no el fin del esclavismo), lo que derivó en una guerra civil entre plantadores de ambos bandos. Sin embargo, no fueron los únicos en insurreccionarse.
Cuando nadie se lo esperaba, los esclavos entraron en escena, rebelándose masivamente en Agosto de 1791. Su reclamo era claro: la Libertad y la Igualdad Universal. En una de sus proclamas, los lideres Jean Francois, Biassou y Toussaint Louverture, afirmaban: «Nosotros somos negros, es verdad, pero dígannos, caballeros, ustedes que son sabios, cuál es la ley que dice que el hombre negro debe pertenecer al hombre blanco?(…) no podrán mostrarnos donde ella existe, si no es en otro lugar que su imaginación,(…). Sí, caballeros, somos tan libres como ustedes (…).Somos sus iguales, por derecho natural, y si la naturaleza se congratula asimismo dando una diversidad de colores a la raza humana, no es un crimen haber nacido negro, ni una ventaja haber nacido blanco.»[3]
Como vemos, los rebeldes asumían el ideario liberal de la ilustración, pero lo resignificaban sincréticamente, desde su experiencia sufriente, y al hacerlo lo universalizaban más allá de sus límites clasistas, raciales y eurocéntricos. Surgía así, como contracara de la Revolución Norteamericana y de la Revolución Francesa, un discurso radicalmente democrático y descolonial, que aunque todavía no denunciaba al colonialismo en sí mismo, jaqueaba sí a dos pilares de la colonialidad: el racismo y la esclavitud.
En un primer momento, Francia y los plantadores resistieron el embate de los insurrectos. Empero, en 1793, cuando Saint Domingue fue invadida por españoles y británicos, los comisionados metropolitanos se vieron obligados a declarar abolida la esclavitud para contar con el apoyo de los afrodescendientes. La Convención Nacional confirmó la medida en Febrero de 1794 y resultó un éxito político-militar, logrando de esa manera mantener la colonia bajo la órbita francesa. Sin embargo, los costos fueron muy altos para la metrópoli, ya que el sistema de plantaciones entró en crisis y fortaleció a un sector de los rebeldes, liderados por Toussaint Louverture, quienes a la larga lograron hegemonizar el poder en la Isla.
En 1800, luego de una breve guerra civil con los mulatos, Toussaint impuso un nuevo orden social post-racista y post-esclavista que, aunque mantenía el pacto colonial, limitaba seriamente el control metropolitano. Al hacerlo, la Revolución en Saint Domingue había ido demasiado lejos y Napoleón decidió terminar con el aquel extraño experimento democrático caribeño enviando una poderosa expedición para reinstaurar el antiguo régimen. Así, la Revolución Francesa mostraba nuevamente su verdadero rostro y la lógica de la colonialidad se imponía sobre cualquier solución conciliatoria.
La expedición inicialmente resultó exitosa, logrando, tras duras batallas, la rendición de Toussaint, quien finalmente fue apresado y enviado a la metrópoli, donde murió en 1803. Sin embargo, el éxito devino en fracaso cuando Leclerc, el comandante de la expedición intentó re-imponer la esclavitud. Los ex esclavos, aliados con los mulatos, liderados por Jean J.Dessalines y Alexandre Petion, se rebelaron y en un auténtica guerra popular de liberación nacional consiguieron expulsar a los franceses. La revolución cerraba así su ciclo, deviniendo puramente descolonial, al asumir el anticolonialismo radical entre sus banderas. Nacía, el 1 de Enero de 1804, la primera República Negra del Mundo y la primera nación independiente de América Latina. Como vemos, la Revolución Haitiana tuvo una naturaleza y un ideario político muy distinto a las del resto de la región. Si la primera fue una revolución social , nacional y descolonial, las segundas implicaron, en general, un proceso de transformación moderado, dirigido por las élites criollas que buscó romper el lazo colonial con España, sin alterar profundamente las bases sociales, económicas y epistémicas de la colonialidad del poder.[4] El proyecto haitiano, en cambio, era de una radicalidad insoportable para la época, infinitamente más comprometido con la universalidad de los derechos del hombre que las revoluciones norteamericana y francesa. Por ello, las potencias europeas y las naciones esclavistas sometieron a la pequeña nación haitiana a un bloqueo y a una serie de intervenciones que finalmente consiguieron doblegarla, sumiéndola en la anarquía y en la pobreza crónica.
Por lo peligroso de su mensaje libertario, no es casual que su grito desde la herida colonial haya sido sistemáticamente acallado y justamente por ello , es que hoy, cuando se celebra este bicentenario miope, en medio de un mundo aún preso de la colonialidad, es que resulta tan importante recuperar su aleccionadora historia y reivindicar sus vigentes banderas■
[1] Saint Domingue era el nombre colonial de Haití durante el dominio Francés
[2] Conocidos como hombres libres de color o affranchis
[3] “Carta a la Asamblea General de Jean Francois ,Biassou y Belair (Toussaint Louverture ), Julio 1792” Compilada por Jean Bertrand Aristide y Nick Nesbitt en “Toussaint Louverture and The Haitian Revolution ” Ed Verso 2009 , pgs 5,6
[4] En realidad, puede decirse que en América Hispánica existieron tres proyectos independentistas :a) uno socialmente conservador , representado por ejemplo por Iturbide en México o Santander en Colombia; b)uno socialmente moderado, representado por ejemplo por Bolívar y San Martin; c) otro socialmente radical , representado por figuras como Artigas. Empero, finalmente los que se impusieron fueron los moderados y los conservadores.