Épocas complicadas para pensar la salud mental en nuestro país. Este debía ser un editorial que revisara porcentajes de inversión en salud, que enumerara proyectos y contraproyectos, deficiencias y virtudes del sistema sanitario en materia de psicopatologías. Pero nos encontramos ante nosotros un debate ineludible que de algún modo da cuenta del estado psíquico de la sociedad: la llamada ley de matrimonio Homosexual. A horas de ser aprobada la modificación al código civil que permite el matrimonio de personas del mismo sexo aun resuenan las argumentaciones, algunas de ellas escandalosas, en pro y en contra de dicha ley.
Si se echara un manto de piedad sobre el debate y su resolución no habría más que aplausos para una sociedad y sus representantes que dieron muestra de una madurez cívica casi inédita en el mundo. Exigimos y anhelamos una sociedad que debata temas importantes en la calle, en los medios, en los puestos de trabajo, en las escuelas, y eso mismo obtuvimos. Una movilización que pocas leyes han generado en nuestra historia. Ahora bien, el tono de esos debates no siempre estuvo a la altura de la circunstancia. No solo asistimos a la irrupción en el foro público de argumentaciones teológicas de la peor raigambre sino también a la desnudez sin asco de los peores prejuicios y ofensas en pos de una postura determinada.
Esta cuestión no es para nada ajena al tema que trataremos de tocar en este número. La salud mental no puede pensarse como una isla en medio de un océano, o un lago en el desierto. Por el contrario, son el resultado de las políticas públicas construidas por el conjunto de la sociedad. El reconocimiento de las afecciones psíquicas constituye un elemento esencial a cualquier estado, aunque, como se sabe, ninguna sociedad invierte en la salud mental todos los recursos que debería.
Es que invertir en salud mental significaría poner en tela de juicio los mecanismos sobre los que se cimenta a sí misma. El malestar en la cultura, el gran tratado sociológico de Sigmund Freud, sostiene de alguna manera ese malestar es intrínseco a la civilización, que está en sus cimientos, que sea cual fuere la forma que adopte siempre se generara algún tipo de mecanismo que acabará haciéndole complicada la vida en sociedad a los individuos. El enmascaramiento de esa incomodidad, es la cultura.
La psicología, cualquiera de sus formas, es un anticuerpo contra ese malestar. Su lento avance desde las orillas de la peudociencia y la charlatanería hasta la instauración de criterios científicos ha ayudado a poner en evidencia dispositivos de control social, en su sentido más primal, y el modo en que estos afectan la psiquis humana. Ha permitido, además, la creación de toda una serie de respuestas a ese problema desde lo que hoy conocemos como neoconductismo, cognocitivismo, psicoanálisis y una enorme cantidad de teorías (Digámosles “psicologías” para quedar bien con todos) que combaten las unas con las otras por ver cuál de ellas llega al núcleo fundamental de la cuestión, a sabiendas de la imposibilidad de tal cosa.
Todas ellas conviven a un tiempo con una cultura que pone máscaras allí donde se intenta un desenmascaramiento. Allí donde se señala una solución fallida, la máscara que cae es repuesta por otra más acorde, nunca por ningún tipo de verdad. Paul Ricoeur, un muchacho muy simpático para tratar estas cuestiones, refiriéndose a Marx, Freud y Nietzsche, los llamó “maestros de la sospecha” porque a partir de sus trabajos se pusieron en discusión antiguas certezas que la sociedad tenía sobre sí misma. Marxismo , Psicoanálisis y nihilismo horadan las bases de la sociedad. Hacen caer máscaras e inevitablemente cuelgan otras, las suyas, a veces asumidas como tales y otras no.
En la argentina el tratamiento de la locura, una de las formas en que el malestar citado se expresa, siempre ha estado unido a interpretaciones sociales. Para muestras basta el botón de los grandes y cuestionables José Ingenieros y José María Ramos Mejía que moviéndose en el campo de la sociología ,la psicología y la medicina realizaron propuestas que aún quedan por debatir y reformular ya que aun se encuentran en las actuales consideraciones sobre el tratamiento de los padecimientos mentales en nuestro país.
Por estas consideraciones en este número presentamos una ponencia inédita del Dr. Salomone, amigo de unos amigos nuestros que, al tratar el tema de las toxicomanías realiza una consideración social muy atendible, Zaira Marchetto, joven psicoanalista administradora de blog Psicólogos de Buenos Aires en un pequeño pero lúcido texto hace algunas consideraciones semejantes. Lorena Barbosa le realiza un reportaje a Ximena Goldberg Hermo investigadora argentina residente en Barcelona y Daniel Arguindeguy, psicoterapeuta, nos da algunas pautas para la atención de la salud mental a la luz de diversas experiencias. Matías Pirilli, también psicoanalista, da cuenta del tema desde la historia del cine. Santiago Sánchez, miembro de GEL, reflexiona sobre relaciones de dominación, explotación y conflicto por la apropiación de los recursos naturales. Y como siempre Ruth Gabe continúa con su historia de la música mientras que El cronista de Discos hace… bueno hace lo suyo.
En días en los que hace tanto frio y se pone tan confuso el campo de la salud mental, un periódico para reflexionar calentitos dentro de casa, solos o con la pareja que cada uno haya elegido para pasar el resto de la vida, sin complejos y con una ley justa como garantía, como debe ser■