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os vínculos entre política y deporte son muchos. Ambas áreas de la actividad humana subliman la violencia: hacemos política para no matarnos, competimos los unos con los otros para simular un estado de guerra, que de ser real acabaría matándonos. En diversas etapas de la historia moderna, ambas dejan de lado la sublimación y se convierten lisa y llanamente en un estado de guerra, ambas apelan al sentimiento, a la identificación con símbolos y rituales y ambas exigen del individuo una entrega total cuando se las ejerce profesionalmente.
¿Palabras y deportes?
La literatura ha sido parca en la descripción de esos vínculos. Quizás porque el relato literario no alcanza a reproducir con la velocidad justa la inmediatez del detalle deportivo, porque el espectáculo en vivo y en directo o su reproducción a través de los medios posee una velocidad que atenta contra la reflexión del discurso artístico. Ha sido utilizado, en el mejor de los casos, como herramienta episódica: el detalle o el escenario donde ocurre la trama. No como objeto de la narración en sí misma. O sí, pero en contados casos como los de Eduardo Sacheri quien ha escrito hasta cansarse sobre fútbol. Sin embargo, él no escapa del todo a lo anterior. En el maravilloso episodio en la cancha de Racing, del libro y la película “El secreto de sus ojos”, puede verse ese ejemplo: el deporte como detonante y escenario de una instancia del relato. O el impactante “Un ligero caso de insolación” del gran Arthur Conan Clark donde, como en ningún otro relato de ciencia ficción, un partido de fútbol se convierte en el punto de fuga de una contienda política con una resolución que hace honor a la ficción futurista antes del advenimiento del Ciber-punk. Fontanarrosa, Soriano, Sasturain, Tabaré desde la “izquierda” de la literatura nacional (la expresión es mía y no me disculpo) dieron también palabras y viñetas al fútbol pero sólo a él. Y nuevamente, no como objeto del relato sino como metáfora de las vicisitudes de los hombres en él. Desde el cómic y el cuento, la novela y la crónica social; ellos utilizaron el deporte como metáfora de la vida de una manera maravillosa, como pocos podrían haberlo hecho. Pero las letras, en general, le han dado poco. El héroe deportivo, podría decirse, carece de los valores que Aristóteles (del que ignoramos afiliación deportiva alguna) le atribuía al héroe trágico.
El cine ha sido más generoso (pero no mucho más)
La tentación, ciertamente, es grande. El uso de la metáfora antes mencionada permite identificar la tensión del deporte con las tensiones de la cotidianeidad o sus estallidos de singularidad (finales, clasificaciones, repechajes). El Tano Fazzini acuñó la frase “se juega como se vive”, el cine le da la derecha. No hay mejor ejemplo que “Victory” (John Huston 1981) donde un grupo de prisioneros políticos en el campo de concentración de Gensdorff planea un partido de fútbol con los guardias y al mismo tiempo busca fugarse (Stallone, Pelé, Ardiles y Michael Caine). Deporte con un trasfondo político: sobrevivir. La misma fórmula repetida una y otra vez (antes y después) puede verse en por ejemplo The Longest Yard (2005) con Adam Sandler donde un grupo de presos, otra vez, se enfrenta a sus guardianes pensando en escapar o recuperar algo de dignidad.
La reciente “Invictus” (Clint Eastwood 2009) es algo más elaborada en ese y otros sentidos. Tras conseguir la abolición del apartheid, Nelson Mandela (interpretado por Morgan Freeman) busca unificar a la población negra y blanca bajo una misma conciencia nacional y utiliza a la selección de rugby, los Springboks, con ese objetivo. Nada muy distinto a lo que Hitler intentó con los juegos olímpicos de Munich pero con otro signo. Nada muy distinto a lo que durante la guerra fría intentaron los Estados Unidos, La unión Soviética, China y Cuba: resignificar al héroe deportivo fronteras adentro, en tanto símbolo como una extensión del triunfo del estilo de vida resultado de una política determinada y hacia afuera, como un ejemplo de poderío geopolítico. Ver para eso las primeras filmaciones de los juegos olímpicos en la cámara de la propagandista nazi (y excelentísima directora) Leni Riefenstahl o «Rocky IV«, (Stallone 1985) donde el deseo de vengar la muerte de su amigo lleva al púgil a tierra soviética y el drama personal se convierte en la oposición entre el american way of life y el homo sovieticus. En la misma línea, la bizarra «The best of the best» (Robert Radler 1989) donde los Estados Unidos se enfrentan con Corea en un torneo de artes marciales y todo desbarranca en un final sensiblero y torpe (se dirá que aquí la cuestión no es política ya que no se especifica cuál de las dos Coreas es, pero ya sabemos que el público norteamericano distingue poco las nacionalidades que no son la suya y además la película les da el mismo tratamiento a chinos, coreanos, vietnamitas o a cualquier etnia de ojos rasgados). Si “se juega como se vive” también se juega de forma colonial.
Esos negritos
“Cool Runnings” (Jon Turteltaub 1993) mejor conocida como “Jamaica Bajo Cero”, ejemplifica los modos coloniales del deporte. Basada en un hecho verídico cuenta la historia de la delegación jamaiquina destinada a competir ¡en las Olimpíadas de Invierno! Nótese el prejuicio, en esta misma línea, los signos de admiración, las miradas sobradoras de los competidores en la película, el ninguneo a la pobreza, a la supuesta falta de estatus o preparación de quien no tiene una tradición en un deporte determinado. Y algo que la película omite y deberíamos preguntarnos: ¿por qué razón un país pobre del Caribe tiene una delegación a los juegos de invierno? ¿Por qué países como la Agentina tiene selección de waterpolo o beisbol? No está mal, pero es raro y busca algo difícil de precisar.
Lo que nos lleva al documental “La quimera de los héroes” (Daniel Rosenfeld 2003). El cine nacional ha abordado poco la cuestión social en el deporte; como forma de propaganda o de fanatismo ha evitado la ficción. Lo que Rosenfeld logra, he aquí su virtud, es contar una historia real apoyándose en un personaje real casi ficcional. Eduardo Rossi, mastodonte pantagruélico, declarado filonazi, extremista religioso y paternal funda en la provincia de Formosa un club de rugby integrado casi en su totalidad por nativos Tobas. Un tipo que confiesa que años anteriores de su vida no compartía su mesa ni con negros ni judíos.
Comunidad olvidada y relegada por las políticas públicas, de gente de piel oscura, de tipos que apenas tienen algo para llevarse a la boca, encuentra en la figura de Rossi alguien que es capaz de aunar voluntades para brindar un espacio de contención donde se lleva a cabo un experimento multicultural que genera identidades y sentido de pertenencia. El entrenamiento físico y psicológico indisimulablemente militar al que somete a sus jugadores deja una sensación ambigua en el espectador pero no se puede dejar de sentir una empatía con este villano/antihéroe querible que denuncia a la UAR (Unión Argentina de Rugby) por negarse a permitir un encuentro entre los pumitas y su grupo de pupilos. El triunfo ante un combinado de zona norte remite explícitamente a David y Goliath, al pobre versus al rico, al nadie versus a un alguien que lo tiene todo. Rossi tiene una actitud política hacia los suyos y hacia los otros. No puede desprenderse de su ideología y es un propagandista de ella, un nacionalista de derecha que utiliza a los desclasados como él para vengar desde una justicia poética deportiva, el ninguneo y la opresión. Un enorme documental político que incomoda todo el tiempo, a los de izquierda y derecha.
Un elemento de comparación que se omitió al comienzo, es que tanto política y deporte son también ocasión del negocio. Se hace dinero en ambos lados (ver: Fútbol para todos) y el dinero es quien verdaderamente consigue borrar las fronteras entre una práctica y otra. Porque más allá de la utilización ideológica que haga la política del deporte en el plano simbólico, políticos y deportistas son actores de un show, de un espectáculo montado para beneficio de alguien que querrá sacar un rédito metálico de eso que se expone. Mientras más gente, mejor; mientras más enfervorizados, mejor. Como la empresa Torneos y Competencias o como el vendedor de panchos de los Simpson que seguía a Homero por todos lados y que al preguntársele por qué lo hacía, contestaba “Señora, está pagando la universidad de mis hijos”■