En las películas norteamericanas clásicas siempre había entre sus personajes secundarios un actor de color. Luego, en los 80 y 90, siempre había un oriental. En las películas actuales, siempre hay un latino. También en las películas alemanas actuales hay un turco y en las italianas hay un filipino. Entonces: siempre hay un inmigrante, porque en la vida siempre hay un inmigrante.

 Para hablar de la película “Machete” comenzaré hablando de su director, Robert Rodríguez. En determinados círculos de la crítica, él fue considerado, durante mucho tiempo, como un cineasta menor cuya única virtud consistió en ser amigo cercano de Quentin Tarantino. A fuerza de lógica autoral (término que le encanta a la crítica para que un sujeto determinado alcance el mote de “artista”) se ha ido haciendo de un nombre propio en el universo de los directores de cine y lo considerado como uno de los más importantes en la actualidad por sus propios méritos.

Suelo defender el cine de Rodríguez ya que me resulta siempre absolutamente extraordinario en su intención y, muchas veces, también en sus resultados. Considero que el Arte es una expresión espontánea de la subjetividad de un individuo particular por medio de los canales que prefiera para expresarse de un modo creativo. Rodríguez se adecua perfectamente a este intento de definición.

Su cine básicamente consiste en: por un lado, realizar producciones dirigidas para niños, por narración, temáticas, personajes, situaciones y ritmos; y lo hace con bastante eficiencia, uno lo puede comprobar al ver las dos primeras entregas de Mini-espías y La piedra mágica (Shorts). Por otra parte, es un amante del cine de Carpenter, de John Woo (las dos influencias más notorias), del cine de acción (como por ejemplo de Mc Tiernan) y terror de los 80, y cualquier película desprejuiciada. Así surgieron películas como la trilogía del Mariachi (una mezcla de spaghetti Western con las película de John Woo) o Sin city (casi una expresión de amor al comic de Frank Miller, ya que este mismo no solo la co-dirige, sino que también la película pareciera ser el mismo cómic en movimiento). También realizó Planet Terror (una de las películas que conformó Grindhouse) que resultó otra declaración de amor: esta vez al cine de terror de su infancia; The Faculty, película homenaje a La invasión de los ladrones de cuerpos que cuenta con guión de Kevin Williamson –Scream-, su corto en Cuatro habitaciones, hasta finalmente llegar a Machete.

 Acerca de Machete

El mismo director definió al personaje de la película como un “James Bond latino”. Si cabe una comparación con las refinadas películas del personaje inglés es que Machete también es un agente (ex) y tiene éxito con las mujeres. Se puede decir también que está influenciada por el Spaghetti western. Esta vez se puede apreciar incluso en frases geniales como “Dios perdona, yo no” que le dice el padre Cortez (Cheech Marin) a su víctima, en un homenaje a la película “Dio perdona… Io no” de Giuseppe Colizzi de 1967. O que el personaje que interpreta Jessica Alba se llame “Sartana”, en alusión al mítico personaje interpretado por Gianni Garko en varias películas. Danny Trejo –con un estupendo rostro natural para ser filmado- es “Machete” y posiblemente Rodríguez no hubiese podido realizar la película con otro actor que no sea este ex presidiario convertido en actor de culto desde hace un tiempo. No solo le hubiese resultado imposible hacer la película sin Trejo sino que posiblemente la película no hubiese resultado quince años atrás. Y esto es por el rol que los latinos definitivamente están adquiriendo en los Estados Unidos.

En las películas norteamericanas clásicas siempre había entre sus personajes secundarios un actor de color. Luego, en los 80 y 90, siempre había un oriental. En las películas actuales, siempre hay un latino. También en las películas alemanas actuales hay un turco y en las italianas hay un filipino. Entonces: siempre hay un inmigrante, porque en la vida siempre hay un inmigrante. Es un tema que tiene que ver con la naturaleza social, cultural y política del hombre y el cine lo refleja.

Se considera que el concepto de Patria posee mucho de cuestiones narcisistas, rígidas. Se podrá decir al respecto también que posee cuestiones simbólicas, ordenadoras (“Tú eres de acá y aquél es de allá”) y mucho de imaginario.

Habrá pocos elementos que  los ingleses utilizan para sostenerse como tales: un típico humor, la tradición del té, Shakespeare, Sherlock Holmes, etc. Los italianos se ufanan de su historia, su típica comida, de Dante y demás. ¿Y los argentinos? Seguramente del tango, del fútbol, de las mujeres más lindas, del dulce de leche, etc. Entonces, son simplemente cuestiones simbólicas las que determinan que alguien es “de un lado” y alguien “es del otro”, porque, en un punto, si no fuese por el dulce de leche o por el té, todos resultaríamos mucho más parecidos en lo que a identidad nacional refiere. Pero el hombre sostiene ciertos signos (como el té, por qué no) para diferenciarse. Aparece así un nombre del padre, un factor ordenador cualquiera. Pero esas pequeñas cosas, que podrían ser esas o cualquier otra cosa (digo, fue el dulce de leche, pero bien podría haber sido la galletita Tita), son simples y también complejas, son intrascendentes y al mismo tiempo absolutamente importantes. Son elegidas o se establecen como factores determinantes que hacen a una identidad y por ello mismo aumenta su valor como signo.


El “arte” como entidad narcisista enfrentado a las expresiones artísticas.

Rodríguez no es un cineasta narcisista, no piensa como determinados sujetos qué es el Arte y qué se debe hacer para lograr ser un artista, ganar festivales y ser considerado como una mente brillante. Se expresa y toma para ello lo que tiene a mano: una cámara y sus influencias, sin cuestionar su grado artístico. Desconfío de esos cineastas (es más, directamente no me gustan) que pretenden realizar determinado tipo de producción (forzada) para resultar más interesantes. Posteriormente van a aparecer las cuestiones críticas que pretenden ordenar y decir que determinada cosa es arte y determinada otra no. Por ejemplo, Caravaggio pintaba figuras religiosas, ya que eran las temáticas en las cuales se trabajaba en su época, pero sus modelos eran las prostitutas, los locos y los mendigos. Por esto mismo, si bien fue reconocido en su época (también por su personalidad irascible que lo llevara incluso a matar a una persona en una riña) fue rechazado continuamente por su poco criterio “artístico” en la elección de los modelos. El tiempo ubicó a Caravaggio en un lugar de privilegio por sus propios méritos. Seguramente lo mismo suceda con muchos cineastas que dada la proximidad y masividad de sus producciones (porque el cine generalmente resulta un hecho masivo) no puedan ser valorados como lo gran documentalistas que son de nuestra época (y me refiero precisamente al cine, porque justamente es el arte industrial-tecnológico por excelencia en esta época industrial-tecnológica).

 El “arte” muchas veces resulta en sí mismo, como entidad, narcisista. En cambio los verdaderos artistas no lo son. La cuestión narcisista de “arte” implica una convención entre muchos (o pocos) que establecen que determinada cosa es mejor que otra y que algunas cosas deberían hacerse de determinado modo, o sea, a la manera de uno. Y eso es narcisismo.

En cambio los verdaderos artistas son plásticos en estas cuestiones, no le prestan tanta atención, se expresan tomando de modo apasionado e ingenuo sus influencias y hacen, ejecutan, de un modo genuino y auténtico.

Por lo tanto, cabe una analogía del concepto de “arte” con el de “nación”, ya que éste posee mucha implicancia narcisista también, ya que determina que tales cosas hacen a una patria y otras no (narcisista en el sentido de cristalizar y sostener elementos de uno como inamovibles y rígidos). Pero están también los sujetos, que no se fijan tanto en estas cuestiones y simplemente se enuncian como tales. Sujetos de un país determinado, seguramente, pero el otro de “otro país” resulta un sujeto también (o sea, no pasa por ser “argentino” o “chino”).

Invito así a revisar Machete, que si bien aborda en su temática las inmigraciones, lo hace solamente como una excusa para expresar una película desprejuiciada, cercana al gore y a la fantasía. Su estreno sirvió para reflexionar acerca de los conceptos de arte y de nación. Y lo logra sin proponérselo directamente. Eso resulta un hecho artístico■

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