El otro. Lo otro. La otredad. La alteridad. La diferencia. El prójimo. Aquél al que se refiere el personaje de Garcin hacia el final de A puerta cerrada cuando dice: “El infierno es el Otro”. Pero, ¿quién es el otro? A continuación, una invitación a la cuestión del otro a partir del pensamiento de Jean Paul Sartre.
En estas primeras líneas queremos insinuar algunos aspectos de la ontología sartreana como impulsos iniciales hacia una pro-yección ética del mundo. Como señala Carlos Correas, “sólo los humanos tenemos esa posibilidad” de pro-yectarnos, es decir, de arrojarnos hacia delante, hacia el abismo de las posibilidades, para poder nuestra propia impotencia.
Los primeros capítulos de El Ser y la Nada han revelado dos dimensiones del ser: el ser en-sí y el ser para-sí. El ser en-sí es lo que es, es el ente, el ser de los objetos y su modo de ser es la identidad. Es macizo y opaco. En la medida en que los humanos tenemos un cuerpo, también tenemos un ser-en-sí. Pero lo específicamente humano es el ser-para-sí, y es para-sí porque está en referencia consigo mismo.
La cuestión del prójimo
En el capítulo I de la Tercera Parte de El Ser y la Nada, Sartre señala nuevamente que “la realidad humana es para-sí”. ¿Pero es sólo eso? Con esta pregunta nos abrimos camino a la experiencia del prójimo, experiencia que comenzará no sin una cierta vergüenza. El concepto de vergüenza tendrá un papel muy importante a propósito de la tesis sartreana de la mirada. Por el momento, sólo digamos que ella es conciencia intencional ya que es vergüenza de algo y “ese algo soy yo”. Pero la vergüenza, señala Sartre, no es originariamente un producto de la reflexión sino que, en primer lugar, es “vergüenza ante alguien”. De este modo la vergüenza es reconocimiento. Esto nos inicia en el camino del problema de la intersubjetividad y del tercer modo de ser: el ser-para-otro. ¿Por qué es un problema? Junto a la certeza de la propia existencia se obtiene la certeza de la existencia del prójimo. Pero el ser-para-otro no se deriva del para-sí, no es producto del conocimiento o un saber, sino que el prójimo es también necesario e irreductible.
La mirada
Sartre señala que el vínculo con el otro es una relación de ser a ser, por lo que la existencia del otro no es una probabilidad: “no conjeturo la existencia del prójimo: la afirmo”. Su teoría del otro, entonces, tiene que ofrecer el fundamento de esta aserción.
Al comienzo de la exposición mencionamos el concepto de la vergüenza como vergüenza no reflexiva sino ante alguien. Entonces, ¿qué experiencia nos abre camino hacia la presencia del otro?
La objetividad es una de las modalidades de la presencia del otro al propio yo. Pero si suponemos que ésta es la relación primaria entre el otro y el yo, entonces consideramos la existencia del prójimo probable. Pero Sartre señala al comienzo de la sección IV La mirada que, por ejemplo, el transeúnte que percibimos en la calle es probable que sea un hombre y no un robot. Y la razón de esto es que la relación con el prójimo va más allá del conocimiento que pueda tenerse de él.
Un paseo por la plaza
Sartre nos propone situarnos en un escenario no teórico, por ejemplo, en el banco de una plaza pública. Vemos el pasto y los bancos. Y, además, vemos a un hombre que percibimos como un objeto y como un hombre. Al verlo como un objeto lo vemos como una cosa más entre las cosas. Pero al verlo como un hombre, las cosas como el pasto, el banco de la plaza, etcétera, que establecían una cierta relación de espacio con nosotros se organizan en torno a él en una espacialidad que no es nuestra espacialidad. Los objetos no se agrupan hacia nosotros sino que nos huyen en esta relación dada de golpe entre el hombre que vemos y los objetos.
El hombre que vemos desintegra las relaciones entre los objetos de nuestro universo. El prójimo es entonces un punto de fuga: los objetos, como el pasto, huyen hacia él en una nueva relación de espacio que no es nuestra relación de espacio. Captamos esta nueva relación pero al mismo tiempo se nos escapa. Captamos el vínculo entre el pasto verde y el otro como una relación objetiva, pero se nos escapa el verde tal como le aparece al otro. Este objeto nos “ha robado el mundo”. Sin embargo, el otro es aún un objeto para nosotros. Las distancias entre él y nosotros es la distancia que nosotros configuramos en nuestra relación de espacialidad entre nosotros y las cosas, en las que el otro se incluye.
Pero, ¿qué sucede cuando el otro nos mira y se cruza su mirada con la nuestra? En ese instante somos un punto, un objeto de la mirada del otro. Así el hombre que vemos es hombre como un prójimo-sujeto cuando establecemos con él una relación fundamental: la de la posibilidad de ser vistos por él. Se nos revela nuestro propio ser-objeto para otro a la par que se nos muestra la presencia de su ser-sujeto. Cuando somos vistos por el otro, el otro no es un objeto ya que no podríamos ser objeto para un objeto.
Los “ojos” de la mirada del otro pueden ser de cualquier naturaleza: como el crujir de las ramas detrás de nosotros, con las que captamos no que hay alguien sino que somos vulnerables, que podemos ser lastimados, es decir, que somos vistos.
Nuevamente, la vergüenza
Terminemos, entonces, esta breve exposición del problema del otro tal como la presentáramos al inicio del trabajo: con vergüenza. Supongamos que estamos espiando por el ojo de la cerradura de una puerta. De repente… nos miran. Nos sentimos avergonzados y nos ruborizamos porque la vergüenza nos revela la mirada del prójimo. A través de la vergüenza vivimos, en vez de conocer, la mirada del otro. Y es a través de la mirada del otro que se revela el Yo: “soy mi ego para el otro en medio de un mundo que se derrama hacia el otro”. La vergüenza nos revela que nosotros somos ese ser que espía por el ojo de la cerradura. Y no podemos ocultar nuestro sentimiento porque el color rojo de la piel de nuestro rostro nos lo delata.
Queremos señalar aquí el basto mundo ético que se pro-yecta ante nosotros sobre la base de la ontología sartreana que intentamos esbozar. El para-sí, la realidad humana, es libertad. Pero anterior a todo esto es la existencia de los otros, no como consecuencia de la estructura ontológica del para-sí, sino como acaecimiento originario: “El ser-para-otro es un hecho constante de mi realidad humana…”.
La ironía sartreana
En el prefacio a Los Condenados de la Tierra de Frantz Fanon, Sartre nos advertía que el humanismo colonialista europeo nos pretendía universales pero sus prácticas racistas llevaban adelante una particularización masiva del otro. El otro particular aspiraba a la “integración” bajo el embuste del supuesto universal: así es como el colono alienta una melancólica sobreexplotación. La burguesía europea se preocupaba por incluir a los obreros, porque, de no llevarse a cabo esta inclusión, “de no ser hombres y libres, ¿cómo podrían vender libremente su fuerza de trabajo?”. Sartre es irónico. El sentido de estas palabras es el mismo que mienta el concepto de domesticación. El colono golpea y subalimenta a los otros hombres, ya sea amarillo, negro o blanco, o pobre…”pero sólo hasta cierto punto”. Pero he aquí la semilla de su propia destrucción: el colono perderá el control, la operación se invertirá y tendrá lugar la des-colonización.
De este modo, Sartre quiere despojarnos de nuestra huida de la libertad, de los determinismos psicológicos y de las trascendencias dadas. Hay una facticidad o una especie de determinación originaria (que expusimos líneas atrás) que nos trasciende pero ésta solo mienta un único sentido: es la facticidad de nuestra inevitable corporalidad, del hecho de que vivimos en este mundo. Podríamos pensar que este ser-arrojados-al-mundo es el hecho objetivo con el cual la libertad se encuentra. Precisamente, Sartre quiere demostrarnos que frente a la libertad no se encuentra nada más que la libertad… del otro. La noción de ser-para -otro vivenciada a través de la intuición de la vergüenza y la mirada de otro, es el único límite concebible de mi libertad.
Sartre se esfuerza en abrirnos paso a la recuperación de nuestro ser-para-otro, integrando la visión que el otro tiene de mí. El ser-para otro es el prójimo: nuestro ser se alcanza y es para otro.
La libertad entonces surge en el mundo y lo funda: la libertad existencial sartreana sustituye lo que se ha llamado naturaleza o carácter o historia.
El otro pobre/el otro rico son, precisamente, productos de una particularización que mienta un embustero hombre universal del cual aquellos son sus particulares. Pero la situación originaria es otra: estamos arrojados al mundo en una situación concreta (corporal): esta es la libertad. El pro-yecto del ser, el estar arrojados al mundo, no es un estado de trascendencia posterior sino que es el surgimiento mismo de estar en el mundo.
El otro sin particularismos, en tanto Otro, nos constituye originariamente■
Bibliografía
Hyppolite, J., La libertad en J.P. Sartre, de. Almagesto, Bs. As., 1992
Sartre, J.P., A puerta cerrada, ed. Losada, Bs. As., 2006
Sartre, J.P., El Ser y la Nada, ed. Losada, Bs. As., 1989
Sartre, J.P., Prefacio a Los condenados de la tierra de Fanon, F., ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1963