Tardé veinte años en descifrar que estos recuerdos en mi memoria eran tan solo sueño. En 1982 vivíamos con mi familia en Río Gallegos, Santa Cruz. Fueron tiempos duros para la ciudad, militarizada, con operativos de control y oscurecimiento, aviones sobrevolando, y desde ya, simulacros en los colegios, en el jardín.[1]

Aún hoy sigue siendo difícil encontrar relatos sobre la guerra. No se conocen públicamente muchas imágenes, historias de vida de los caídos y experiencias de sobrevivientes, ni siquiera de otros protagonistas secundarios. Por el contrario, parece que nos hemos acostumbrado a un relato hegemónico (conveniente para escuchar y reproducir), aparentemente sostenido en el silencio. Algunos pensadores afirman que nuestra historia en las últimas décadas se ha fundado sobre dos intenciones de olvido, sobre dos silencios (estos contracara de aquellos): los desaparecidos durante la dictadura y la derrota en Malvinas. Sin embargo, esta relación memoria-olvido amerita un análisis más prudente, ya que como arguye Mario Benedetti parece que “El olvido está lleno de memoria”.

Era de noche y los aviones no habían parado de sobrevolar durante todo el día. Algunos pasaban realmente bajo. Cada dos por tres sonaba la explosión de una bomba. De repente, golpean furiosamente la puerta. Agarré a mis hermanitos menores de la mano, salimos de la cama y nos escondimos debajo de la mesa de la cocina. Teníamos 2, 3 y 4 años. En medio de los golpes, se oyó una explosión y ruido de vidrios. Probablemente habría sido la ventana del living que tuvieron que romper para entrar. De repente cuatro militares entran con sus armas, buscando, no sé qué. Desde allí abajo solo llegábamos a verles las piernas.

El psicoanálisis se ha preguntado sobre el papel del inconsciente en la explicación de olvidos, huecos, vacíos y repeticiones que el yo consciente no puede controlar. La sociología, en el mismo sentido, también hace su aporte. Existen silencios impuestos por temor a las represalias posteriores (sobre todo en regímenes autoritarios) y también por propia voluntad de silencio, con el objeto de guardar los rastros en lugares difíciles, para cuidar a los otros, para no herir ni transmitir sufrimientos. Ricoeur denomina “olvido evasivo” al intento de no recordar lo que puede herir. A su vez, hay vivencias pasadas que reaparecen de diversas maneras, pero que no pueden ser integradas narrativamente, a las que no se les puede dar sentido. Los acontecimientos traumáticos conllevan grietas en la capacidad narrativa, los famosos “huecos en la memoria”. En este nivel, el olvido no es ausencia o vacío. Es la presencia de esa ausencia, la representación de algo que estaba y ya no está, borrada, silenciada o negada.

La memoria implica un proceso activo de elaboración y construcción simbólica de diversos sentidos sobre el pasado: la memoria no es algo dado ni fijo, es un lugar de tensión, de luchas continuas, es un campo de disputas simbólicas de relatos construidos por diversos actores. Abordarla involucra referirse a recuerdos, olvidos, narrativas, actos, silencios, gestos, saberes y también emociones. Su tiempo no es lineal, cronológico o racional. Si bien el ejercicio de las capacidades de recordar y olvidar es singular, no ocurren en individuos aislados sino insertos en redes de relaciones sociales, en grupos, instituciones y culturas. Esos recuerdos personales están inmersos en narrativas colectivas, que a menudo están reforzadas en rituales y conmemoraciones grupales, y como esos marcos son históricos y cambiantes, en realidad, podemos concluir que toda memoria es una reconstrucción más que un recuerdo. Y lo que no encuentra lugar o sentido en ese cuadro es material para el olvido. Así, la memoria colectiva y el olvido social son intersubjetivos, porque implican un encadenamiento de memorias o de olvidos individuales.

Podemos encontrar un sentido coherente entre estos “huecos en la memoria” y el trauma. La actuación del trauma sirve a menudo como anclaje de identidad. Se genera entonces una fijación en ese pasado y en esa identidad, que incluye un temor a la elaboración y al cambio, ya que esto significaría una especie de traición a la memoria de lo ocurrido y lo pasado. Por la misma razón, suele darse una construcción de la memoria sobre los relatos principales y se reproducen mecanismos de alienación donde otros sectores sociales hacen suyos esos relatos dejando de lado la propia experiencia. La repetición puntual de un mismo relato, sin variación a lo largo de años, atenta también contra la memoria.

Los argentinos tenemos un compromiso ético y político al recrear el pasado. Debemos ocuparnos de una reconstrucción intersubjetiva curadora. Tanto los protagonistas, como la ciudadanía en su conjunto cargamos con las heridas de la dictadura militar, de Malvinas y del neoliberalismo. Debemos elaborar lo traumático, encontrar las palabras justas para narrar nuestra historia, para que el pasado deje de invadir el presente, y tan solo lo informe y lo guíe hacia el futuro que soñamos.

En primer lugar tenemos que estar dispuestos a escuchar. Escuchar voces nuevas, diferentes, dolorosas, críticas, a veces políticamente incorrectas. Los procesos de expresar y hacer públicas las interpretaciones y sentidos de esos pasados son dinámicos, no están fijados de una vez para siempre, ya que al contrario de lo que uno podría suponer, el paso del tiempo no los opacan, sino que los maduran y los reavivan. En este sentido, las efemérides resultan una oportunidad que los docentes afín con la pedagogía crítica no podemos desaprovechar.

Para finalizar volvamos al sueño del principio. Podemos pensar la sugerencia de Dominick LaCapra, quien propone una concepción de la historia que involucra una tensión entre la reconstrucción objetiva del pasado y un intercambio dialógico con él, en el que el conocimiento no entraña solamente el procesamiento de información sino también afectos, empatía y cuestiones de valor. La multiplicidad de narrativas permite incorporar la complejidad de niveles en el análisis de los mecanismos de trasposición y descomposición del tiempo que funcionan en la subjetividad. De esta manera, la historia fáctica, de los eventos y acontecimientos que “realmente” existieron se convierte en un material imprescindible pero no suficiente para comprender las maneras en que sujetos sociales construyen sus memorias, sus narrativas y sus interpretaciones de esos mismos hechos. En la tensión entre una y otra es donde se plantean las preguntas más sugerentes, creativas y productivas para la indagación y la reflexión sobre nuestra historia reciente.

Ese gran simulacro (El Olvido está lleno de Memoria) - Mario Benedetti

«Cada vez que nos dan clases de amnesia
como si nunca hubieran existido
los combustibles ojos del alma
o los labios de la pena huérfana
cada vez que nos dan clases de amnesia
y nos conminan a borrar
la ebriedad del sufrimiento
me convenzo de que mi región
no es la farándula de otros

en mi región hay calvarios de ausencia
muñones de porvenir/arrabales de duelo
pero también candores de mosqueta
pianos que arrancan lágrimas
cadáveres que miran aún desde sus huertos
nostalgias inmóviles en un pozo de otoño
sentimientos insoportablemente actuales
que se niegan a morir allá en lo oscuro

el olvido está tan lleno de memoria
que a veces no caben las remembranzas
y hay que tirar rencores por la borda

en el fondo el olvido es un gran simulacro
nadie sabe ni puede/ aunque quiera/ olvidar
un gran simulacro repleto de fantasmas
esos romeros que peregrinaran por el olvido
como si fuese el camino de Santiago

el día o la noche en que el olvido estalle
salte en pedazos o crepite/
los recuerdos atroces y los de maravilla
quebrará los barrotes de fuego
arrastrarán por fin la verdad por el mundo
y esa verdad será que no hay olvido.»


[1] El documental “Simulacros de la Memoria” de Gonzalo Zapico, pinta con mucha naturalida

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