Robert Edwards, 85 años, inglés, tan enfermo que apenas si puede hablar. Él y su colega muerto hace veintidós años, Patrick Steptoe, descubrieron en 1978 el método de fertilización in vitro, esa técnica que permitió cuatro millones de nacimientos y un número aún mayor de personas felices. Hace un par de días, evidenciando una grosera tardanza, la Real Academia de Suecia no tuvo otra que animarse a burlar esas altísimas vallas levantadas por moralistas, conservadores y toda clase de fundamentalistas clericales. En 2010, la categoría Medicina del Nobel fue reservada para ellos. Se saldó así una añeja cuenta, ataviada con tantas décadas de perverso silencio.
Sin tubos de ensayo ni laboratorios ni científicos de alto vuelo, aunque con una hinchada en contra casi idéntica a la que padeció la dupla Edwards/Steptoe, ese Año Nuevo de 2003, este ciudadano prometió que concentraría sus mejores esfuerzos para hacer que ningún niño en su país se fuera a dormir con hambre. A casi ocho años de ese emocionado y emocionante compromiso, el mismo ciudadano consiguió que 27 millones de sus compatriotas, quienes vivían con menos de dos dólares por día, salgan de ese indigno agujero. Las estadísticas marcan que la pobreza bajó de 38% a 17,4%. No todos los niños irán hoy a dormir con la panza llena, seguro que no. Pero falta menos, no queda duda.
Asimismo, pudo hacer que 36 millones de ciudadanos pobres trepen a la clase media. Y que en poco menos de una década sean generados 15 millones de empleos plenos, subiendo el salario mínimo nacional de 80 a 280 dólares, algo más del 300%.
Luiz Inácio Da Silva, “Lula” para los amigos. 65 años, brasilero. De ese hombre hablábamos. Del presidente de Brasil desde el 1 de enero de 2003 y hasta el 1 de enero de 2011. Se trata del principal responsable de este nuevo Brasil, aún con muchos pobres esperando su turno, es verdad. Con una lacerante forma de distribución de la riqueza y la tierra, es evidente. Con números rojos en educación y salud, sin duda. Pero luego de sumas y restas, el saldo es esperanzador, alentador y promisorio. Seguramente por eso su popularidad anda coqueteando hace ya buen rato con el 85% de la población.
Domingo 3 de octubre. Cuando lo vi por la televisión eran casi las nueve. Me dejó con la impresión de quien no estaba caminando un domingo feliz. Acababa de votar y su rostro, casi desencajado, tenía un gesto que no se había manifestado durante los días de campaña electoral. Y enseguida una extraña declaración —¿confesión? — a los periodistas que lo cercaban: “Yo disputé dos veces la segunda vuelta electoral. No hay que alarmarse si le toca a Dilma”. Horas después, en su blog, el periodista brasilero Rodrigo Vianna confesaba casi melancólico: “en las otras elecciones en que estuve allá –el lugar de votación de Lula— la calle estaba tomada por banderas y militantes. Esta vez, sólo periodistas. Y la garúa”.
¿Qué sabía el ciudadano Da Silva a esa hora del domingo, que nosotros ignorábamos? ¿Alguna encuesta escondida, quizás? ¿Es que estamos ante un adivino, que tenía ese semblante porque ya había visto pasar lo que pasaría luego? ¿O será acaso que su oficio de viejo navegador de estos mares le dijo al oído que se venía la tempestad?
Sea cual fuere la respuesta, me imagino que si alguna pared del Palacio de Planalto pudiera hablar, nos confiaría de las lágrimas que se le escaparon al presidente ese mortificador primer domingo del décimo mes. Es Lula.
He tratado de enlazar estas dos historias tan distintas empleando un común denominador y no es precisamente el que alguno podría estar imaginando: la fecundación asistida. Es decir, los ingleses con su “bebé de probeta” y Lula con su “Dilminha de probeta”. Nada de eso. Ni tampoco va en el sentido de que por sus logros Lula merecería el Nobel. Tampoco.
Descansa esta reflexión en eso que ha surgido esta semana desde el mundo Nobel: hacer justicia, animarse a premiar un extraordinario trabajo así sea 42 años después y no ponerse colorados a tiempo de curar tamaña ingratitud.
Nadie me saca el convencimiento de que en la primera vuelta electoral, este domingo que pasó, la mayoría de los brasileros hicieron la vista gorda, a semejanza de lo que hicieron los suecos con Edwards y con su colega que no estará en la ceremonia de premiación. Los motivos son diferentes, por supuesto, pero el efecto es el mismo.
Y ante la duda de si podrán los brasileros darse cuenta por sí solos de la tremenda manifestación de ingratitud e incoherencia que cometieron en el primer turno electoral, me permito recomendar a los estrategas de la campaña de Dilma, entre ellos Lula, que en lugar de hacer una oferta a la carta o a gusto de los que se fueron con Serra o corrieron tras Marina, concentren el mensaje en pedirle a la gente, a ese 85% del electorado que dice apostar por Lula, que sea consciente, sensato y dé un voto coherente y consecuente.
Me dirán que Dilma no es Lula; que si Lula hubiese ido de candidato habría arrasado en la primera vuelta. De acuerdo, pero no olvide ese electorado que Lula no tomó el camino de modificar la Carta Magna para habilitarse y aspirar a un tercer mandato. Prefirió ajustarse a la norma, “ser democrático” como le gusta escuchar a la élite, y elegir junto al PT a su sucesora, confiando en que la población la elegiría porque se supone que Lula escogería para su pueblo a la mejor candidata para sucederlo. Bueno, esa ecuación no funcionó, por lo menos no el domingo 3.
Retomo el concepto para la estrategia de campaña en la segunda vuelta. A riesgo de estar realizando una mala lectura dando crédito a que pudiera haber existido un cortocircuito en ese romance entre Lula y su pueblo, siento que en este nuevo momento de la elección el presidente Lula debe convertirse, incluso más que antes, en el eje central de la campaña: Lula y su gestión, sus logros, con Dilma como su sucesora y continuadora.
No me imagino un anuncio televisivo en el que Dilma aparezca vestida de monja, protestando contra el aborto, o asegurando que ama a Dios más que a ella misma. Y que en otro aviso salga disfrazada de árbol diciendo que sufrió un mortal ataque de ecologismo y que a su lado Marina sería una motosierra. ¡Pero por favor!
El que está un poquito cerca de este proceso electoral sabe bien que lo de Marina Silva fue algo de verso, de pose, y mucho más de protesta. Protesta que se manifestó también con la votación que obtuvo el payaso Tiririca, la más alta de todos los candidatos a Diputados. Caso parecido al de la dupla goleadora Bebeto-Romario. Eso por no mencionar que entre ciudadanos ausentes, y votos nulos y votos blancos sumaron casi 27% del total, esto es casi 30 millones de ciudadanos, poquito menos que la población de Argentina. Otro aspecto curioso: dicen que lo quieren, que él es muy popular. No obstante, cuando hay que acompañarlo, se borran. Volvamos ahora tras nuestra idea de campaña para la elección del 31 de octubre.
Veo un aviso en el que aparece Lula, en primer plano, mirando a los ojos al elector, diciéndole, palabras más palabras menos: “oiga amigo, a usted le hablo. A usted que hace algunos años estaba por morirse de hambre junto a su familia. Sin agua, sin techo, sin atención médica, sin luz, sin trabajo, sin futuro, sin ilusiones. Hoy usted tiene casa, un auto pequeño, trabaja, dejó de ser pobre. También le hablo a usted amigo, que sigue esperando que el bienestar toque a su puerta: le digo que esto recién comenzó, que su turno está por llegar y aquello que no pude hacer yo por usted lo hará Dilma. Y por supuesto que también le hablo a usted amigo, que jamás creyó en mí, que se llenó la boca diciendo que yo como presidente iría a cambiar la bandera del Brasil e iría a quemar las iglesias. A usted le recuerdo que hemos atendido la demanda social destinando apenas el 0,4% del presupuesto federal, aminorando así el riesgo de una eclosión social que probablemente hubiera apuntado contra su clase; pero además de eso le aseguré el mejor clima para sus inversiones, para que su lucro se incremente, para que se haga más rico. A todos ustedes que me apoyan y que simpatizan con mi gobierno les hago esta pregunta: ¿no creen que ha llegado la hora de asegurar, mejorar y profundizar todo cuanto avanzamos hasta aquí? Ya sé que su respuesta es sí. Entonces voten como yo, por Dilma, mi única y mejor sucesora”.
Si con esto no alcanza, Lula, compañero, aquí espera por usted mi hombro; le reservo mi mejor pañuelo y algún que otro lagrimón. Y para amenizar tan áspero momento, parafraseando al gran Woody, usted y yo repetiremos a coro: “Los brasileños no solían ser ingratos con su presidente favorito; lo fueron sólo una vez: empezaron en octubre de 2010 y no sabemos cuándo cambiarán”. 2014, con Lula, habrá de despejar dicha duda■