En abril de 1982 vivía con mi familia en Río Gallegos, Santa Cruz. Con casi cinco años, recuerdo que se debían oscurecer las ventanas de las casas con mantas, llevar al jardín de infantes una muda de ropa en la bolsita por si la guerra se extendía al continente y los simulacros. Las señoritas poniéndole una cuota lúdica, al toque del timbre, nos hacían formar y ocultar rápidamente debajo de las mesitas. A mis jóvenes padres (Liliana Biacchi y Virgilio H. Barbosa) les preocupaba especialmente un soldado oriundo de Chascomús, que estaba haciendo el servicio militar allí cuando se declaró la guerra: Rodolfo Pertusi. 

Rodolfo fue integrante del Escuadrón de Artillería Antiaérea destacado en el aeropuerto de Puerto Argentino, uno de los lugares más abatidos por el fuego enemigo. Fue trasladado en un Hércules C-130 el día 3 de abril y junto a otros soldados estuvo a cargo de 9 cañones de 20mm de defensa antiaérea durante 70 días. Destruir la pista era vital para los británicos, ya que constituía el único enlace físico de las fuerzas argentinas con el continente. Desde el 1° de mayo, los aviones Sea Harriers la atacaban tres y cuatro veces por día, mientras las fragatas bombardeaban todas las noches. A pesar de que la pista, tal como la describían, parecía un colador, siguió operando hasta la última noche.

Me han contado que cuando terminó el conflicto mi padre fue a la base aérea a buscarlo y luego de algunas idas y vueltas, ya pudieron celebrar su regreso, y la vida. Recuerdo a Rodolfo antes y después del 2 de abril jugando con nosotros en casa y que a mi hermana menor Carolina y a mí, la presencia de un joven de 18 años nos había provocado una suerte de pudor que nos condicionaba un poco a la hora de hablarle.

30 años después, me recibe en su estudio de arquitectura en Chascomús, en la casa donde viviera de joven. En la biblioteca tiene fotos de la guerra, una en casa vestido de soldado, y un par de proyectiles que se trajo escondidos. Ha participado en política desde que empezó a estudiar en la Facultad de Arquitectura (UNLP), ocupó una banca en el Concejo Deliberante de Chascomús y otros cargos en la Municipalidad. Actualmente es Secretario de Planificación y Desarrollo. Mate de por medio, comenzamos el diálogo.

ANDÉN: ¿Cómo terminaste en la Guerra de Malvinas?

Rodolfo Pertusi: Finalicé el colegio en la Industrial y me tocó hacer el servicio militar obligatorio en la Fuerza Aérea (FA). El 7 de enero de 1982 me incorporo en La Plata, un camión nos llevó a la base aérea de El Palomar, de ahí nos subieron a un avión con destino a Río Gallegos. Para mí comenzaba, como para tantos jóvenes varones, la colimba. Tenía pensado terminarla en un año y después ingresar a la facultad. En el medio se declara la guerra. Como la FA incorporaba muy temprano, los clase ‘63 llegamos a tener una instrucción básica, pero el ejército tuvo que convocar a la clase ‘62 porque tenían muy pocos ingresados (recurrieron a los “más experimentados”). Nuestra primera misión luego del desembarco fue rodear la pista de Puerto Argentino con 9 cañones antiaéreos, en uno de esos -con tres o cuatro soldados de asistente de pieza cada uno- estaba yo. Llegué a las islas el día del cumpleaños de mi hermano – 3 de abril – y festejé mis 19 el día 28 de ese mes.

ANDÉN: ¿Y cómo era la vida cotidiana?

 R. P.: Hubo un antes y un después del 1° de mayo. Antes teníamos comunicación normal, comíamos muy bien, hacíamos carne asada, teníamos leche condensada, mantecol (que era muy demandado), comida enlatada, no enlatada, mate, tortas fritas. Estábamos en carpa, como si estuviéramos de camping, no había mucho movimiento. A partir del 1° tuvimos nuestro bautismo de combate. Fue el día más largo de mi vida: empezó a las 4:40 y terminó a las 6 de la tarde (y aún persistió durante la noche). Fueron una sucesión de bombardeos de aviones y de barcos, como para hostigar a las inmediaciones del aeropuerto. Luego llegaron los nuestros y fuimos un poco espectadores del enfrentamiento en el aire. Fue sorpresivo y duro, recuerdo que podíamos ver el aspecto de los pilotos, que pasaban en vuelos rasantes, buscando objetivos. Los ataques de los días siguientes fueron diferentes: los bombardeos eran a gran altura, en los horarios de las comidas. Los bombardeos de los barcos de noche, eran muy terribles porque lo único que podíamos hacer era rezar para que no nos cayeran en la cabeza.

ANDÉN: ¿Cuál creés que era el grado de profesionalismo militar?

 R. P.: Tenemos que hacer una distinción entre las tres fuerzas: FA, Ejército y Marina. Nuestros cañones los dirigían los militares de carrera, nosotros éramos asistentes, evitábamos que se trabaran las cintas. Nuestro entrenamiento era la de un par de meses en simulacros en Gallegos, y el de los profesionales era el misma pero un poco más de tiempo. Luego había de todo, el Regimiento 7 y el BIM 5 de la Marina por ejemplo, tuvieron un papel destacado sin recursos materiales. Hubo altos jefes que no estuvieron a la altura de las circunstancias y otros que por el contrario luchaban a la par de sus soldados, hasta que la superioridad británica se hacía incuestionable.

ANDÉN: ¿Vos por qué peleabas?

 R. P.: Yo fui porque me tocó. A ver, uno obviamente tiene un sentimiento hacia lo que es propio, más allá del contexto político. Por una cuestión de sobrevivencia tratábamos de hacer las cosas lo mejor posible y nos alegrábamos cuando había un éxito parcial, pero no era “ese sentimiento”… no sé cómo expresarlo, es delicado decirlo. Había otros compañeros que tenían una mayor compenetración con el hecho de estar combatiendo. La realidad es que muchos de los que estábamos ahí deseábamos que terminara cuanto antes, de cualquier manera. Cuando me fui de las Islas, un poco antes de la rendición (por un relevo inexplicable que se hizo), a mí me alegró mucho; me iba al continente y se acababa la incertidumbre de no saber si ése era el último día de mi vida.

ANDÉN: ¿Considerás que las películas sobre el tema reflejan lo que efectivamente pasaba?

R. P.: Abusos había. Hambre y frío, también. No quiero quitarle significación, ni mucho menos, pero tenemos que ponerlo en términos relativos, no podemos generalizar. Hubo torturas y eso fue gravísimo, pero la forma en que estas películas lo abordan, ofende a muchos. No gusta la idea de “los chicos de la guerra” muertos de miedo, frío, incapaces de defenderse. Mi experiencia no implicó un contacto cuerpo a cuerpo con el enemigo, estábamos a metros de la pista y teníamos la suerte de acceder fácilmente a la comida, recibir cartas. Los que estaban en el campo, no tenían estas ventajas, ni tampoco disponían de tiempo de sosiego para comer. La situación cruenta de riesgo extremo y temor no te dejaba pensar en comer, sino solo en sobrevivir. Estaban los que lloraban y se morían de ganas de treparse al primer avión que llegara, así como aquellos totalmente compenetrados en arriesgar su vida y en entregar todo lo que tenían.

ANDÉN: ¿Cuáles son tus memorias más vivas de Malvinas?

 R. P.: En lo personal no soy muy memorioso, así que juntarme con ex combatientes me ayuda mucho. Recuerdo la vida en Malvinas porque fuimos haciendo una rutina vinculada a nuestros objetivos en la pista, muy estática y repetitiva. Al ver a un piloto inglés que pasó a mucha velocidad, paneando con su cabeza, buscando al objetivo, pensé: “Este tipo labura de militar, no creo que sea un asesino, seguro tenga familia, amigos y hasta quizás esté renegando por haber tenido que venir aquí, o no”. Estaba de todos modos buscando reducirnos o eliminarnos, al igual que nosotros a ellos, y me parecía un disparate.

Recuerdo el suelo húmedo, como la arena mojada en el mar, poca vegetación, mucha piedra y el viento. El sonido de los aviones y las sirenas me llevan a Malvinas (me remonta al momento crucial de la alarma de alerta roja, ataque inminente, que indicaba que teníamos que dejar todo para ir a un lugar seguro). Los recuerdos más fuertes en el continente son mis meses en la colimba y algunas amistades, con quienes aún tengo fuertes vínculos.

Lo curioso en nuestro caso fue que comenzamos la colimba, fuimos a una guerra, volvimos y la tuvimos que terminar; mi baja fue en octubre de 1982. Nosotros juramos defender la patria con la vida el 9 de julio, después de que ya la habíamos defendido. La sensación más linda fue el 12 de junio a la noche, cuando regresé en el Hércules, para mí se había acabado. Era una noche horrible, fría, oscura, pero hermosa. No sé si a las pocas horas o al día siguiente, apareció tu papá a interiorizarse sobre cómo estaba yo, a pedido de mi viejo. Los días de franco, cuando mis compañeros se iban a cabaretear o a un boliche, yo me quedaba a dormir con ustedes y encontraba el calor de hogar.

ANDÉN: ¿Qué opinas de la “desmalvinización”?

R. P.:Malvinas, tanto en la memoria de los argentinos como en los veteranos, tiene curvas. A veces van juntas y a veces no. He discutido con compañeros porque no creo que la “desmalvinización” haya sido algo intencionado del primer gobierno democrático. Los mismos ex combatientes y veteranos no nos abríamos (por los motivos que fueran), y a su vez, la sociedad le puso el sello de “acción especulativa de la dictadura”. Decir Malvinas era mala palabra. Para un ex combatiente era tan difícil conseguir trabajo como para un ex convicto. Aquí mismo en Chascomús, los reconocimientos se hacían de acuerdo a la afinidad política, por ejemplo, durante el gobierno de Fernandino (PJ) yo era empleado municipal y miré un acto de Malvinas desde la ventana. Fíjate que el CECIM (Centro Ex Combatientes Islas Malvinas) fue auspiciante y coproductor de la película Iluminados por el Fuego, y hacer tanto hincapié en las torturas que existieron, en la teoría de los dos enemigos (la dictadura e Inglaterra), nos deja en un plano de víctima total. Hay proyectos legislativos que asimilan en la noción de “víctima” tanto a los desaparecidos de la dictadura como a los veteranos. En el otro extremo tenemos a quienes creen que fue una gesta heroica y que meter la política en el medio es algo sucio.

ANDÉN: ¿Qué opinión tenés sobre la política de Malvinas que tiene el gobierno nacional?

R. P.:Algunas cosas me parecen muy interesantes e importantes y otras creo que se sobreactúan. Buscar el acompañamiento de los países de América Latina me parece bárbaro, no dejar de hablar de Malvinas en cualquier foro aunque moleste, me parece fantástico. Ahora, hay algunas que son excesivamente simbólicas, como la medida de que no atraquen barcos con bandera inglesa en los puertos argentinos o la frecuencia de viajes desde Ezeiza. La sobreactuación no ayuda al debate, al contrario, lo simplifica. Creo que hay que profundizar en explorar otras alternativas, no creo que puedan sentarse ambos países a dialogar, son dos posiciones irreductibles. Hay que buscar terceros, que se interesen, se expidan, que tomen posición… la ONU tiene que tomar postura. Como se hizo con la cuestión del Canal de Beagle, necesitamos una mediación internacional.

ANDÉN: ¿Cuál crees que debería ser la postura de la sociedad frente a Malvinas?

R. P.:Como te decía recién, la sociedad también fue partícipe en la “desmalvinización”. El BIM5, cuando volvió a Río Grande entró desfilando, ovacionado por la gente, pero al Regimiento de Infantería 7 (que se habían rendido en la Batalla de Monte Longdon) lo escondieron y guardaron para engorde. Luego tenes otros como yo que volví caminando por la calle Libres del Sur como si nada, el 17 de agosto de 1982 con mi uniforme, aún hacía la colimba y ninguno de inteligencia me seguía para ver qué decía. Un grupo de mujeres comprometidas con el tema habían organizado un homenaje, pedí permiso para asistir y me lo dieron. Recuerdo que alguien me palmeó y me dijo: “¡Uy! ¿Qué hacés? ¿Cómo andás? Pensé que habías muerto.” Por suerte estaba equivocado.

El día que salíamos hacia Malvinas escuchaba en la radio a la gente excitada y avivando a Galtieri en la Plaza de Mayo y festejando el desembarco, y a pesar de que yo en ese momento tenía muy poca formación política, me parecía muy descabellado e inexplicable lo que sucedía. Otro día estaba en la trinchera, escuchando un partido de fútbol del Mundial en España, para distraerme un poco y pensaba en la cantidad de gente que estaba pendiente de lo que le pasaba a la selección argentina y se olvidaba de nosotros, cagándonos a tiros. Si yo hubiera estado en Buenos Aires, me hubiera manifestado en contra de jugar el Mundial: estábamos de luto, en una guerra, teníamos 5000 ciudadanos peleando. Creo que los silencios posteriores, el tirar la “basura debajo de la alfombra”, tuvo que ver con una suerte de sentimiento de culpa de la sociedad, por haber sido partícipes al darle carta libre a la Junta.

ANDÉN: ¿Condicionó la guerra tu futuro?

R. P.:En algunos aspectos, no. Pensaba estudiar arquitectura y cuando volví pude hacerlo. Hubo compañeros que la pasaron mucho peor, que la experiencia en las islas realmente los limitó en muchos sentidos. Por otro lado, sí. Digamos que lógicamente me marca el presente. Te replanteás que hacés en la vida para evitar estos hechos tan desafortunados. La militancia es proyectar este interés de que no se olviden de Malvinas. Conocí a los veteranos y ex combatientes de Chascomús, en ese homenaje en agosto. Luego, poco a poco, nos fuimos uniendo más. Tenemos una misión constante de tratar de que la gente no se olvide de Malvinas. Es lo menos que podemos hacer por los 649 que dejaron su vida allá, se lo merecen (y los que murieron después). Al principio el silencio, pero luego de los veinte o veinticinco años, las asociaciones de veteranos empezaron a organizarse más, a hacer monumentos, visitar escuelas y contar nuestras historias. En ese homenaje también conocí a mi actual mujer, así que quizás ahí también haya algún condicionamiento (risas, su mujer Silvina se sumó con nosotros a la mitad de la entrevista).

ANDÉN: ¿Volviste alguna vez a Malvinas?

R. P.:No, pero pienso viajar pronto

 

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