Permítanme partir de dos afirmaciones trilladas, pero cotidianas y repetidas hasta el hartazgo en los medios y en las calles de nuestra actualidad. La primera es la relación rayanamente obvia que se realiza entre el problema de la inseguridad y el funcionamiento de las fuerzas públicas de seguridad, principalmente, la Policía. El otro, es la infinitamente repetida tesis, según la cual la realidad se configura a través de la visibilidad que otorgan los “mass media”, sea la televisión, el periodismo gráfico o Internet. 

 

La intención para las líneas que siguen, como intentamos en cada columna, es reflexionar sobre ambas ideas o afirmaciones de nuestra sociedad actual, a través de la octava tesis rancierana, que enuncia:

La política se opone específicamente a la policía. La policía es una parte de lo sensible donde el principio es la ausencia de vacío y de suplemento.

Lo primero que podría inferirse de esta octava tesis, es que Rancière, esta utilizando el término “policía” de una manera muy distinta a la cual lo utilizamos diariamente. Por lo tanto, para entender el destino de esta reflexión, aclaremos el uso que hace el filósofo francés del término “Policía”. Explica en El Desacuerdo Rancière:

“Generalmente se denomina política al conjunto de los procesos mediante los cuales se efectúan la agregación y el consentimiento de las colectividades, la organización de los poderes, la distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esta distribución. Propongo dar otro nombre a esta distribución y al sistema de estas legitimaciones. Propongo llamarlo policía. La palabra policía evoca corrientemente lo que se llama la baja policía, los cachiporrazos de las fuerzas del orden y las inquisiciones de las policías secretas, pero esta identificación restrictiva puede ser tenida por contingente (…) la baja policía no es mas que una forma particular de un orden mas general que dispone lo sensible en lo cual los cuerpos se distribuyen en comunidad”.

La distribución de los lugares y las funciones que define un orden policial depende tanto de la espontaneidad supuesta de las relaciones sociales como de la rigidez de las funciones estatales. La policía es, en su esencia, la ley, generalmente implícita, que define la parte o la ausencia de parte de las partes. Pero para definir esto hace falta en primer lugar las configuraciones de lo sensible en que se inscriben unas y otras. De este modo, la policía es primeramente un orden de los cuerpos que define las divisiones entre los modos del hacer, los modos del ser y los modos del decir, que hace que tales cuerpos sean asignados por su nombre a tal lugar y a tal tarea; es un orden de lo visible y lo decible que hace que tal actividad sea visible y que tal otra no lo sea, que tal palabra sea entendida como perteneciente al discurso y tal otra al ruido.

Al igual que en Rancière, pero con variantes, en nuestra configuración social cotidiana, la policía y los medios de comunicación, intentan funcionar como sistemas de legitimación y de distribución del orden. Pero cuando ellos no funcionan, cuando pierden su capacidad tanto de legitimación como de distribución, recurrimos, le solicitamos a la Política que intervenga. Esto sucede de varias y hasta contradictorias maneras. Hoy incluso se llega al punto de reclamar una retirada de “la política” de los medios de comunicación, en pos de su independencia y transparencia. O en el caso de la policía, el alejamiento de la política, se invoca en la forma de la degeneración y corrupción, que la política realiza sobre la policía, y viceversa también.

A su vez, en tanto que sistema de visibilización y legitimación, son los medios los que instauran/construyen la realidad e importancia de los temas, lo que sucede y lo que no, los hechos de relevancia y los prescindibles. De muchas maneras, es esa “visibilización”, la que distribuye, organiza y ordena las partes sensibles de la comunidad, para decirlo, rancieranamente. Ahora bien, esa construcción, esa visibilidad, esa distribución, es considerada por todos, esencialmente política. Nadie negaría que cada una de las construcciones de los medios de comunicación es política; y que las funciones de las fuerzas públicas del orden, o del aparato represivo del Estado, es una decisión “política”. Aquí precisamente se ubica la ruptura rancierana, el desvió que nos propone nuestra octava tesis. Porque si la Policía es justamente: una regla del aparecer de los cuerpos, una configuración de las ocupaciones y las propiedades de los espacios donde esas ocupaciones se distribuyen; la esencia de la política es perturbar esa regla y ese orden organizado por la Policía. Más aún, el litigio político es aquel que hace existir la política separándola de la policía que constantemente la hace desaparecer, sea pura y simplemente negándola, sea identificando su lógica con la suya propia. La política es entonces una intervención sobre lo visible y lo enunciable, contra la lógica de distribución y ordenamiento de la Policía.

En este entramado, Rancière pone el dedo en la llaga: “Es la debilidad y no la fuerza de este orden la que en ciertos Estados hace crecer a la baja policía, hasta ponerla a cargo de la totalidad de las funciones de policía”. En otras palabras, cuando la Policía (con mayúscula) la que organiza la distribución de los sujetos y las partes de la sociedad, pierde legitimidad y capacidad para ordenar el sistema, no es un problema de seguridad, ni delincuencia, ni de vandalismo y drogas, por el contrario, es un problema mucho mayor que hace a la configuración y visibilidad de los cuerpos y sujetos en la sociedad, es decir, a la división social del trabajo, a la distribución de la riqueza, a la explotación de la mano de obra barata, a las leyes del mercado mundial neoliberal, a las funciones y lugares que le asignamos a cada actor social, empresarios, docentes, administrativos, médicos, etc. Etc.

En esta misma línea, si aceptamos y retomamos nuestras afirmaciones iniciales, los medios de comunicación, constituyen una parte esencial (sino privilegiada) de la Policía, de la distribución de los cuerpos, las funciones y los lugares; y no un momento exterior e independiente desde el cual se crítica el desorden del sistema, desde el cual se pide, “más policía y más seguridad”.

Tanto el Estado como los “medios de comunicación” tienen sus formas y mecanismos, sus Lógicas para decirlo con Rancière, de configuración de la Policía, que pueden correr en paralelo, cruzarse, superponerse. No es contra el Estado ni contra “los medios” que debe enfocarse la política, sino más allá de ellos y más acá, es decir, contra las Lógicas Policiales que gobiernan y dominan la distribución de nuestros cuerpos, los lugares que ocupamos, la visibilidad de nuestras acciones, lo que hacemos y decimos

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