Porque, aunque inexorablemente sujetos a ella, nos resistimos a la lógica capitalista de la obsolescencia programada, recuperamos algunos antiguos trazos bibliográficos de la evolución virtual para comprender más acabadamente nuestra experiencia (si es que es posible semejante proyecto). 

Decir que fue inaugural, quizás sea injusto para con aquellos trabajos que ignoramos. Aventuramos la afirmación –provisoria y cautelosa- de que Googléame, de Bárbara Cassin[1], quizás sea uno de los primeros libros en reflexionar sobre el fenómeno Google desde un punto de vista filosófico. Ampliamente comentado y criticado, este estudio desmonta un conjunto de propuestas de Google, como la anunciada intención de organizar toda la información existente en el mundo como proclamación de misión democrática. Una autoconsagración humanista que ejerce el engaño de adjetivar con el término “democrático”, algo que no es más que una fórmula matemática, cuyas características se exhiben pero no sus variables, por eso permanece en el limbo de los conocimientos arcanos. Expeditivo en el redireccionamiento a otros sitios, Google discrimina los enlaces generados por el algoritmo de aquellos generados por los patrocinadores y en la bondad de esa consigna, basa su marketing.

Para realizar una búsqueda, se requiere un protocolo. Que haya muchos motores de búsqueda con distintos protocolos nos permite elegir, aunque desde la ignorancia absoluta de su funcionamiento. No obstante, existen, ahí están, esperando usuarios que llegan con frecuencia limitada. Para la gran mayoría de los usuarios, PageRank es la opción por defecto. El primer paso de Cassin será, entonces, justificar el interés por Google, sin pretender que la realidad lo dé por evidente. Se advierte sobre la diferencia entre esta firma e Internet en su definición de diccionario y sobre otra confusión frecuente: Google tampoco es un navegador. Un desconcierto que nos imponen por defecto[2], del mismo modo que a nivel discursivo nos transmiten la analogía entre la creación del buscador más celebre y la imprenta. Cassin es filóloga y su abordaje propone ese tamiz. En la red, que no para de crecer, ve el mundo heracliteano de las identidades fluctuantes, recuperadas por las páginas en caché. Con sus precedentes académicos, la cuestión de la información no puede serle indiferente. Todos los capítulos finalizan con una serie de cuadros de carácter expositivo, a manera de ilustración conceptual. La estructura del libro busca precisamente aquello que, según la autora, Google no ofrece: conocimiento (y no sólo información). Lo primero que se expone en estos cuadros es una definición de la Web y esta explicación se vuelve imprescindible[3].

Cassin hace alarde de sus dotes de analista del lenguaje al desmenuzar el lema de la compañía: “Our misión is to organize all the information in the World”. Mientras que su algoritmo permite clasificar las respuestas pertinentes, Cassin llamará a esto alquimia financiera. Una por una examina las palabras de este enunciado: ¿quién es el nosotros de “Nuestra”? ¿Remitirá acaso al mismo “We” del célebre “In god we trust”? ¿Qué quiere decir ‘misión’? ¿No connota además una dimensión religiosa? ¿No es acaso asimilable a la misión de la “guerra justa” emprendida por Bush luego del 11 de Septiembre de 2001? Estos interrogantes le permiten ver allí un conjunto de convergencias discursivas como la intención de promover la democracia y llevar adelante una guerra del bien contra el mal. La cuestión no es oponerse al bien definido como la libertad, la democracia, el saber compartido o el derecho a la información sino a la detentación de una definición del Bien que se hace pasar por universal. Este pasaje, dirá la autora, se llama ideología y distorsiona el límite de la comparación entre un Estado y una firma que también hace pasar aquello que concierne a una comunidad de hombres en un momento determinado, por algo que concierne universalmente al hombre en tanto que hombre: la moral. Poner orden en el caos es el lema de este motor. Así es como ciertos intereses económicos se disfrazan de misión civilizadora.

Siguiendo a Victor Klemperer[4], Cassin analiza el término “organizar” en relación a la preferencia del Partido Nacional Socialista por la palabra “organización” en lugar de “sistema”: no sistematizar con el entendimiento sino penetrar en lo orgánico. La organización está vinculada con la totalidad (y de ahí, al totalitarismo, hay pocas inferencias). Algo de este totalitarismo virtual es buscado por Google, que no se limita a ser un buscador, sino un órgano de órganos, capaz de servir para todas las utilidades. Incluso podríamos agregar que la palabra “motor” tiene una connotación demiúrgica. La autora nos enseña que hay dos maneras de decir “todo” en griego: Pan, un todo que es composición abierta y holon: una totalidad cerrada. Cuando se trata de información disponible en la Web, el todo es un pan sobre el infinito: un todavía. Piedra libre para la Doxa. Para corregir los “errores” de los motores precedentes, Google se maneja con Backlinks, sitios que llevan al sitio en cuestión en lugar de partir de él. La premisa de Google es la cantidad de citas que se hacen respecto de una página. Eso se explica por su origen académico: cita, anotación, clasificación y evaluación de los pares. Ese debe ser quizás el nodo del cuestionamiento. Porque aunque eficaz, ese criterio no es el único ni debe ser naturalizado. En definitiva, ¿qué se considera realmente un error? ¿Con qué criterio se nos dice qué es lo que buscamos y cuál es el modo más eficiente de encontrarlo? Para Cassin, la búsqueda así planteada ofrece resultados que son la Doxa, la opinión, pero nunca el conocimiento.

El concepto de democracia cultural del que se jacta la firma, está fundado en varias cuestiones. Una de ellas es las potestades de Google para digitalizar bibliotecas. La autora problematiza la relación entre el buscador y las editoriales o universidades implicadas en este proyecto (fundamentalmente norteamericanas) y sus intereses y marcos legales. A Cassin le conciernen los desafíos de aquellos que se resisten a esta hipertrofia: Europa y sus instituciones[5], cierto sector del mercado editorial y los competidores. Otras cuestiones en juego son las leyes de copyright, contra las que Google ejerce una defensa fácilmente atacable y los criterios de indexación. Para las obras bajo derechos de autor, Google justifica su digitalización bajo el tamiz de un proyecto alejandrino. Los textos numerizados no le pertenecen, no los ha comprado nunca y los interesados, en caso de querer salir del programa, deben pedirlo, en lugar de solicitar su ingreso. Al igual que el uso de nuestras cookies para la venta de información que nos concierne con fines comerciales, para lo que no hemos dado consentimiento alguno. En virtud de la ley común (o jurisprudencia), la empresa fundamenta sus usos del material digitalizado en función del Fair Use. Según Cassin, aquí se detenta una definición del uso justo que decide qué otros usos no lo son y deben ser, por ello, atacados. ¿Pero a qué cuerpo de leyes nos remitimos? La Web es universal pero las leyes están supeditadas a una soberanía que no es la que conocemos como ciudadanos, la del país donde está la firma. No sería exagerado decir que hay una ley que también se nos impone por defecto y que pronto podría ser, si no lo es aún, la ley por antonomasia.

La otra cuestión que se relaciona con el concepto de democracia cultural, es la jerarquización de la búsqueda en función de la cita, como ya se ha explicado. Pero ¿qué clase de democracia es la de los clicks cotizados en bolsa? Cada uno de nuestros clicks le da a Google más dinero que todo el plusvalor que somos capaces de producir. La comparación de la autora entre este tipo de democracia cultural con la noción filosófica de doxa es bella pero limitada. Sin desdeñar el discurso, Google no es sólo retórica o lenguaje. Aunque su poder radique, también, en penetrar en esos dominios y en el lenguaje como estructura de pensamiento. Sin embargo, Cassin acierta en asignarle a Internet, en tanto red o espacio, una ontología propia y en cuestionar la identificación de algo que no es más que un algoritmo matemático, con el concepto y la perfectibilidad de la democracia. La lectura de este trabajo nos deja la urgente necesidad de redefinición identitaria -¿soy un usuario, un ciudadano, un cliente?- y de una educación cívico-informática que nos dé las herramientas de elección sobre de dónde queremos elegir salir, en lugar de entrar. No se requiere de un minucioso análisis del discurso para saber que Google busca, como toda empresa, maximizar sus beneficios. Pero, a diferencia de cualquier objeto o servicio de consumo, uno es un cliente que nunca eligió comprar, un ciudadano que debe subordinarse a leyes ajenas a su territorio y el dueño de información que jamás eligió vender.

Las debilidades del libro quizás sean las siguientes: Cassin concibe los problemas de la era digital como si el mundo tuviera dos ejes: Europa y Estados Unidos. A la autora no parece preocuparle el mundo “periférico” al momento de pensar en un proyecto alternativo, aunque imagina otras posibles potencias en materia de buscadores. La crítica de la que quizás pueda ser blanco es la deposición de la problemática del estado de relaciones de poder internacional. Cassin se preocupa por la redefinición de la identidad de Europa en medio de un cambio de paradigma de la cultura. Y tiene derecho. Pero un estudio más fulminante debería, por qué no, deconstruir toda búsqueda de hegemonía para pensar el fenómeno desde la periferia y la disidencia más radical. Aunque quizás, esa sea nuestra deuda. No la suya


[1] Cassin es una filósofa y filóloga francesa, profesora en Sorbonne-Paris IV. Su libro, Google-moi. La deuxième misión de l’Amérique, fue editada en francés por Éditions Albin Michel en 2007.

[2] La aparición de Google Chrome, es posterior a la edición del libro, pero su existencia no hace más que reforzar las tesis de la autora.

[3] Explicar qué es Internet en el año 2006, quizás no sea una obviedad. La definición técnica de algo tan basto y cotidiano ofrece el extrañamiento necesario para el discernimiento crítico.

[4] Filólogo víctima del nazismo y autor del libro La lengua del Tercer Reich.

[5] Un ejemplo es la posición de Google Books frente al proyecto Guttenberg. Gallica, el sector de digitalización de la Biblioteca Nacional de Francia, es el otro caso más emblemático. El motor de búsqueda opta por el formato texto, que permite encontrar fragmentos mediante palabras claves, mientras que Gallica digitaliza en modo imágenes.

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