Yo estaba convencida de lo que hacía. Firme, seguía mi línea de pensar acompañada del hacer. Hasta que un día alguien dejó escapar como al descuido, un rumor adverso.

Al principio no hice caso y persistí en lo mío. No pasa nada, me dije. No vale la pena entrar en el juego. Lo demostraré con hechos.

Pero ocurrió que el rumor se fue multiplicando. Muchos se hicieron eco. Cada vez fueron más. Llegó el momento en que se hizo abrumadora la crítica, que yo sabía, eso lo tenía claro, era infundada. Poco a poco, lo que empezó como comentarios se tornó fuerte oposición desde múltiples frentes. El rumor inicial había hecho metástasis invasoras en los órganos predispuestos a la podredumbre, mostrando el inequívoco cuadro de un tipo de carcinoma maligno llamado máquina de impedir. Una paralizante, asfixiante oposición a todo.

Y ahora, acá estoy, en este punto crítico. Tanto machaque y machaque tapando con creces la voz de los tibios apoyos, me hace dudar. ¿Y si tuvieran razón? ¿Y si estoy haciendo todo al revés? ¿Si soy una psicópata digna de ser confinada o desterrada?

A ver… calma… Voy a respirar hondo, voy a soltar todo el aire, para tratar de ser objetiva, que no es fácil.

Pienso: anoche dormí tranquila, como me enseñó, a las puertas de su jubilación, aquel viejo profesor de Patología cuando dijo aquello de “recuerden que no hay mayor riqueza que, al apoyar la cabeza para el descanso, la almohada no tenga reproches que hacernos. No hay poder más grande que una conciencia tranquila. Si hemos hecho algún mal, que haya sido tan sólo como fruto de nuestra humana imperfección”.

Deduzco, así las cosas, que no tengo por qué corregir mi ruta. Pero algo tengo que hacer. Cómo parar este aluvión de los que tratan de ahogarme, como sea.

Canto al viento, por aquél que venció su desaliento, entona la cortina de la novela Amar en Tiempos Revueltos. Sí. Tengo que vencer mi desaliento primero, y a ellos después, pero de un modo rotundo. Porque en mis momentos de mayor lucidez, como este, me convenzo claramente de que me están calumniando de tal forma que he llegado al punto de desconfiar de mi cordura. Y la calumnia es como pelar una gallina negra en pleno ventarrón. El desparramo de plumas es imparable. Se dispersan hasta los rinconcitos más escondidos.

Si pretendo, y si logro demostrar lo infundado de los ataques, me resultará imposible, a todas luces, reunir la totalidad de las plumas negras. Infinidad de ellas permanecerán sembradas.

Así que, a ver, tengo que pensar mucho cómo demostrar de manera irrefutable que la razón está de mi lado. Pero tiene que ser algo muy fuera de lo común, algo tan grandioso que sea capaz de cerrar la catarata de bocas mal intencionadas. Si quiero que mi vida tenga sentido, tiene que ocurrírseme una solución heroica…

¡Ya está! ¡Ya la tengo! Es lo único que no puede fallar, aunque sea lo último que haga.

A partir de ahora, ojos y oídos cerrados al agravio, voz bien firme y limpia para seguir diciendo mi verdad, mientras decido el día, la hora y el lugar en que los enmudeceré, juntando hasta la última pluma negra. A ver qué hacen ahí, cuando un día de estos, ya estoy decidida, a la hora y en el lugar que pinte, agarro y me muero■

Entrada anterior Los desafinados también tenemos corazón – Andén 53
Entrada siguiente Cuando la tele llegó – Andén 53

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *