En el número de documento, en un guardapolvo, en los impuestos que se pagan, en los colores de la bandera, en la cadena nacional que interrumpe el programa de televisión favorito, en la decisión de un juez sobre la libertad de una persona, en un satélite que órbita alrededor de este planeta; se encuentra el Estado en multiplicidad de circunstancias, encarnado en diferentes sujetos. Como con la mayoría de las cosas que ya existen cuando se llega a este mundo, se suele naturalizar su presencia, a veces con resignación, otras con indiferencia.

 

Cuestionar el estado de las cosas es un ejercicio incómodo y, para muchos, innecesario. Quienes hacemos Andén estamos convencidos de que sacudir la modorra intelectual y hacer(nos) preguntas son parte fundamental de nuestra tarea como comunicadores. En este número, entonces, se reflexiona sobre el Estado, pensando en los vaivenes históricos que tanto la institución como nosotros, en tanto ciudadanos, hemos experimentado en los últimos años.

Una primera intuición nos lleva a pensar que el moderno Estado capitalista, como institución garante del orden social, se presenta generalmente como un mal necesario. Si rastreamos el mito fundante sobre el que se construyó esta necesidad, llegaremos a las palabras del filósofo inglés Thomas Hobbes, quien sostuvo que en la mismísima naturaleza humana radica el peligro de su extinción. Si el hombre es el lobo del hombre, necesita una herramienta que le permita superar las pulsiones individuales en pos de un equilibrio que beneficie a todos en medidas similares. ¿Qué sería de nosotros sin Estado? La guerra de todos contra todos, la primacía injusta de los más fuertes sobre los débiles. Ahora bien, si miramos a nuestro alrededor, ¿qué tan lejos estamos de eso?

A lo largo de los últimos quinientos años, se han desarrollado distintos tipos de gobiernos estatales: monárquicos, absolutistas, democráticos, parlamentarios, socialistas, comunistas, totalitarios, religiosos, neoliberales, populistas. Entre el tipo ideal y la manifestación real de cada una de estas instituciones de gobierno, hay tantas variables como circunstancias históricas y límites territoriales. ¿Cuáles de estos elementos elegimos para pensar y describir los Estados actuales?

Podemos mirar al aparato estatal como un ente represor y autoritario, la manifestación de la ley, un conjunto de instituciones y prácticas que ordenan nuestro universo cotidiano y nos interpelan a actuar siguiendo innumerables rituales, casi como un padre castrador que imparte órdenes sin dar explicaciones. En el mejor de los casos, luego de un proceso de disciplinamiento, internalizamos la ley. Hobbes estaría orgulloso de nosotros, hemos logrado superar nuestros instintos de satisfacción a cualquier precio para dar lugar a una convivencia pacífica y organizada. ¿Pero, de dónde nace la ley? ¿Quiénes definieron ese contrato inicial? ¿Podemos o debemos reformularlo?

Preguntarnos por el Estado implica entonces hacer lo propio con el poder. ¿Cómo circula el poder en nuestra sociedad?

Si imaginamos el poder como una fuerza que circula unidireccionalmente, una especie de entidad compacta y homogénea, entonces podríamos tomarlo, apropiárnoslo y quizás, mediante una revolución, cambiar abruptamente el orden de las cosas. Pero si, por el contrario, creemos que todos tenemos poder y en cada interacción lo ponemos en juego, la situación se vuelve más compleja: Cambiar el orden de las cosas implicaría entonces desandar y negociar una compleja trama de relaciones y sentidos. Una tarea de difícil resolución en un terreno plagado de contradicciones. Un camino (casi) seguro hacia la locura. Pierre Bourdieu describe estas ambivalencias señalando que el Estado acaricia con la mano izquierda mientras reprime con la mano derecha. ¿Es el Estado por definición un conjunto de instituciones relacionadas de manera esquizoide? ¿Qué nos pasa a los ciudadanos? ¿Estamos todos locos?

Como si todo esto fuera poco, los Estados cuentan con un gran argumento para interpelar los sentimientos de sus ciudadanos: la Nación. Toda una red de instituciones y rituales al servicio de generar ese sentimiento aglutinante que nos identifica y nos distingue del resto del mundo. Tenemos entonces dos dimensiones, según los antropólogos Phillip Corrigan y Derek Sayer. Una dimensión totalizante, relacionada con el carácter y la identidad nacionales. Y por otro lado, una dimensión individualizante que define, clasifica y regula a la población según su ciudadanía, género, estado civil, etnia, etc. ¿Cómo navegamos diariamente en este mar de clasificaciones?

Esperamos, queridos lectores, que encuentren, en estas preguntas y en las que surjan de la lectura de este número, elementos para generar sus propios cuestionamientos acerca del estado de las cosas. Y quién sabe, en algún momento, se animen a cambiar algunos pequeños detalles del orden del mundo.

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Para finalizar, una anécdota que ilustra que Andén no está exento de los procesos de disciplinamiento estatal, pero tampoco se resigna.

Un día de lluvia, el staff comía panqueques y hablaba sobre la inminente salida de este número y sobre la culminación de una serie de trámites, largos y tediosos. Una de sus miembros propuso un tema para el futuro: “Burocracia”. En seguida, su colega le respondió:“¿Y cuál es la diferencia entre burocracia y Estado?”. La primera en intervenir se quedó pensando, como si tuviera la convicción de que existe una diferencia que, sin embargo, no lograba volcar en palabras. Mientras tanto, en el Salón de la Justicia, los papeles se extraviaban, los mail se perdían en la lontananza, y la idea de eficiencia en sí no lograba salir de la Caverna platónica. Pero Andén salió, una vez más, para hablar del Estado, o de la burocracia, o de los espectros y las nostalgias que nos dejaron el sueño keynesiano y la utopía socialista, para pensar en lo que se viene gestando en el siglo XXI. En las lecturas políticas que aún no logramos hacer a distancia; en las proyecciones a futuro donde sabemos que solo nosotros seremos responsables por nosotros mismos.

Si hay un estado en el que se puede vivir, nadie más que nosotros para erigirnos en ejecutores de la ley

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