La mayor parte de las notas periodísticas llamadas “de opinión” o “de análisis” suelen contar con una estructura argumentativa sencilla. Se describe un problema, una situación, un conflicto o un tema, se da una caracterización del este, se recorren algunas opiniones importantes al respecto y se finaliza con la posición del autor.
De forma más resumida, se plantea una hipótesis de lectura (no siempre explícita), unas premisas y una conclusión. Esta nota, intenta violar cada uno de estos principios de forma deliberada. En primer lugar, no analiza el tema o problema sobre el que trata, sino que lo construye a partir de generalizaciones y afirmaciones poco rigurosas; en segundo lugar, no aclara sus premisas ni expone argumentos; y en tercer lugar, diluye la conclusión. Esto lo hace al invitar a cada lector a investigar e inventar sus propias premisas y sus propias conclusiones, por lo tanto, la última transgresión es relacionar necesariamente esta nota con la que le sigue y con el futuro de sus lecturas.
A lo largo de los últimos cincuenta años, las discusiones y debates en las ciencias sociales han hecho colapsar y explotar muchos tópicos y categorías centrales para el pensamiento social, político y cultural del siglo XX. Pensemos por ejemplo en categorías centrales como la de sujeto, la de cultura, la de representación, la de identidad, o en nuevos temas como la sustentabilidad ambiental, los modelos económicos extractivistas, los fenómenos migratorios, los movimientos sociales, las nuevas configuraciones políticas, las culturas globales, la financiarización de la economía mundial, entre muchos otros. Estas transformaciones no han sido solo de categorías teóricas y enfoques de análisis. El cambio de siglo, sus crisis y rebeliones, sus indicadores de pobreza y concentración de la riqueza, sus renovadas guerras por recursos naturales, las dictaduras y genocidios vigentes nos han obligado a empezar a trabajar en pos de un cambio, no simplemente de perspectiva, sino de intervención teórica-práctica en el mundo. Un cambio profundo de episteme a partir de la cual decodificar y transformar la realidad en curso.
En este contexto de transformación de las ciencias sociales hay algunos tópicos que cuanto más se quieren superar, con más fuerza parecen afincarse en nuestro pensamiento, un caso paradigmático, sin lugar a dudas, es el del Estado-nación. Desde el siglo XVIII hasta la actualidad la persistencia del Estado como uno de los ejes centrales del pensamiento histórico, social y político es innegable e inevitable. Más aún, en las recientes décadas, se han multiplicado los enfoques, las perspectivas, los análisis críticos, los comparativos, los histórico-conceptuales, y muchísimos otros; y justamente por la diversidad y la complejidad de esta temática sería muy difícil atinar algunas ideas que resuman estos aspectos.
Me permito señalar alguno de los elementos centrales para el análisis del Estado en las ciencias sociales contemporáneas: a) la cuestión de la soberanía, estado jurídico y muerte del soberano; b) la idea de territorio y territorialidad; c) las temporalidades del Estado (progreso, desarrollismo, evolución); d) uso legitimo/ ilegitimo de la violencia (fuerzas para-policiales, ejércitos para-estatales, represión de la protesta social, lucha contra el terrorismo, privatización de la violencia; e) poderes transnacionales, desarticulación de las fronteras, relaciones global/ local; f) cultura nacional/ cultura global; g) éxodos urbanos, migraciones forzadas, extranjerismo, presencias foráneas en la nacionalidad; h) racionalidad del Estado, administración de los recursos materiales; i) institucionalidad, representación y gobernabilidad; j) derechos civiles, derechos sociales. Construcciones de la memoria nacional, crímenes de lesa humanidad; k) imaginarios de pertenencia, ciudadanía e identidad nacional; l) nuevas subjetividades políticas, movimientos sociales; etc.
Esta extensa, desordenada, mezclada y un poco confusa enumeración es justamente para mostrar la infinidad de formas de análisis y problemáticas en torno a las cuales se construyen y actualizan perspectivas actuales sobre el Estado. Frente a este panorama podemos preguntarnos qué tiene para aportar una perspectiva poscolonial/ posdictatorial sobre el Estado, qué registro o matiz tiene relevancia en estas perspectivas, en definitiva, que las distingue de las anteriormente enumeradas.
Teniendo en cuenta lo dicho al comienzo de esta nota, mi sugerencia para estas respuestas es muy simple, y en esa simpleza radica su virtud: el Estado no existe. El Estado es un Estado invisible. Por supuesto que con esta afirmación no pretendo negar la existencia de todas y cada una de las múltiples instituciones, políticas y programas estatales, lo que quiero señalar es que, en cada una de las temáticas y perspectivas antes mencionadas, el Estado se conceptualiza y piensa a través de una cosificación, de una objetivación determinada. Y en relación a esa definición y determinación del Estado, se analizan efectos, imaginarios, discursos, prácticas, etc. Todo se ve en relación con, atravesado por, en contraposición a, paralelamente a, en disputa con…, el (un) Estado.
Frente a esta forma de comprensión, lo que sugiere mi lectura de algunas perspectivas poscoloniales/ posdictaroriales es la posibilidad de pensar al Estado como un tipo de relación que está presente en muchos lugares. Esa es la simpleza, hay relaciones (de poder/ saber) que atraviesan y constituyen los ámbitos de la ley y el derecho, el territorio y la soberanía, la sexualidad y el género, la nacionalidad y la cultura, la ciudadanía y la identidad, etc. etc. etc.; y en cada una de esas relaciones hay un tipo de Estado. O en otras palabras, cada una de esas múltiples y heterogéneas relaciones son las que definen y conforman el Estado en cada una de sus infinitas “caras de Jano”. Analizar esas relaciones que trascienden los marcos y criterios académicos comunes permite preguntarnos por las conexiones entre el estado hoy y el estado en la dictadura, por citar un caso; nos permiten pensar las discriminaciones y racismos del siglo XVIII y las actuales, y ver cómo aparecen y se configuran distintos tipos de estados en la continuidad y ruptura de esas relaciones, nos permite preguntarnos cómo persisten, resisten y se transforman políticas emancipadoras y cómo episódicamente confluyen con formas estatales de esas relaciones. Visto el problema desde esta perspectiva, cualquier enumeración o determinación de elementos para estudiar el Estado a priori pierde toda relevancia. Su estudio queda enteramente abierto a la posibilidad de las relaciones que nosotros podamos construir para estudiarlo y hacer aparecer su infinita y dispersa invisibilidad. Por ello, como dije al comienzo, no hay conclusiones. Lo que hay, que no es poco, es la invitación a chusmear la nota que sigue y adentrarse en el maravilloso mundo de los inexistentes estados poscoloniales/ posdictatoriales■