El FLH fue una agrupación defensora de los derechos de la comunidad homosexual en la Argentina que planteó una alianza política con la izquierda revolucionaria en la década de los setenta para luchar contra el capitalismo y el patriarcado. La reivindicación del coito anal apareció como una estrategia deconstructiva de la heteronorma, que el lenguaje posporno defiende.
El Frente de Liberación Homosexual (FLH) nació en 1971 de la mano de Juan José Sebreli, Manuel Puig, Blas Matamoro y Néstor Perlongher, en el clima de agitación sociopolítica desatado por el Cordobazo el 29 de mayo 1969. En 1973, la agrupación lanzó su manifiesto fundacional titulado Sexo y revolución, apelando a los siguientes pilares básicos:
- La dominación opera no en la economía, sino en la ideología, basada en la moral de los grupos dominantes.
- El poder de los sectores dominantes se hace efectivo a través del control de los cuerpos –esos cuerpos necesarios para la alienación, que esencialmente son creados para el placer–. De acuerdo con el FLH, “Somos todo placer” y los cuerpos se presentan mutilados, castrados, para el trabajo capitalista.
- La escuela es el espacio social para la reproducción de esa dominación, que también recae en la familia como institución, de donde emerge la figura del padre, que representa, en el plano micro, lo que el Estado encarna en lo macro.
- El placer está reducido al coito heterosexual, culturalmente necesario para la reproducción biológica de los seres humanos y, además, para que se fortalezca el sistema de dominación.
- El coito anal hace uso del placer en sus matices y es “desajenador”, es rupturista; es decir, opera simultáneamente contra las convenciones morales y el marco legal estatal.
Nos interesa resaltar la importancia del coito anal en el discurso de la agrupación, no solo como una herramienta de lucha política, sino también para construir un deseo sexual posporno, erotizando zonas que desafían la moral vigente. En el manifiesto Sexo y revolución, se sostiene:
Aquellos individuos que no cumplen con el rol sexual establecido, los homosexuales, son vividos como un máximo peligro por este sistema, en tanto que no sólo lo desafían, sino que desmienten sus pretensiones de identificarse con el orden de la naturaleza. La desexualización del cuerpo humano es obra de la cultura. En el caso del varón, ella multa el coito anal pasivo […] En realidad, los homosexuales reivindican, de hecho, las posibilidades plásticas inherentes a la libido humano, que el sistema de dominación sexista se empeña en mutilar[1].
A propósito, el deseo y el placer anales se formulan como una metáfora contrahegemónica del patriarcado y, en algunos momentos históricos, también del capitalismo. Por ejemplo, a fines de los sesenta y comienzos de los setenta, se fomentaron políticas de reproducción demográfica, y, en dicho marco, la voz de los grupos feministas y homosexuales trastocaba, de forma potencial, el sistema de género y atentaba contra los objetivos poblacionistas planteados y contra el modelo de familia patriarcal, puesto que separaban reproducción biológica de placer sexual.
Por otra parte, el deseo homosexual era todavía más contestatario de la lógica binaria del sistema masculino-femenino y, por lo tanto, circulaban metáforas asociadas al “terror anal”. El ano se abría como un espacio discursivo contrahegemónico, que resistía las consideraciones psicologicistas de la perversión. De este modo, el sexo anal se reconfiguró como una cuestión política, deconstruyendo la moral hegemónica. Por ello, el cuerpo burgués, totalmente disciplinado, reprime los orificios de placer y, en algunos casos, podemos encontrar “excepciones sociales”, que reivindican el coito anal como una estrategia de lucha contra el patriarcado. En relación a ello, Guy Hocquenghem postula:
Hemos hablado de excepción antisocial: Bataille es uno de esos que han sentido, aunque heterosexual, el carácter particularmente reprimido de esta zona del cuerpo burgués. Por tanto, Bataille no puede ser considerado como la expresión adecuada de la sexualidad social, sino más bien como su límite extremo. No hay pornografía del ano, dijimos: en efecto, la pornografía heterosexual le da mucha importancia al culo de la mujer. Pero, si en la mujer, el culo y los pechos representan un bien del cual el macho se llena las manos, el ano queda como un vacío íntimo, sede de una producción misteriosa y personal, la producción excrementosa[2].
Asimismo, el orificio anal, en el lenguaje posporno, rompe la dicotomía masculino- femenina, dado que el ano es una espacialidad común a todos los seres humanos. No obstante, el ano personifica un espacio ajeno, secreto, y el discurso del FLH lo coloca como verdadero centro de gravedad; es decir, ante el binomio heterosexista hegemónico y la construcción perversa del homosexual –en el marco de la teoría psicoanalítica–, lo posporno recupera lo abyecto y lo pone en primera plana. En este sentido, el ano es la manifestación del cuerpo como “todo placer”, tal como aparece en Sexo y revolución.
En dicho contexto, el sexo anal homosexual es claro y doblemente contestatario, ya que no solo coloca el punto de placer en una espacialidad profana, sino que, además, destruye la moral binaria de la heteronorma. Aquí, ya no funciona lo personal como fundamento político, sino lo íntimo como herramienta de lucha política, que el FLH supo construir hace aproximadamente cuarenta años atrás■
[1] Frente de Liberación Homosexual (1973) Sexo y Liberación, Buenos Aires: Mimeo, p. 6.
[2] Hocquenghem, G. & Preciado, B. (2000 [1972]) El deseo homosexual /Terror anal, Barcelona: Melusina, p. 74.