“Queremos criar un hijo libre, que elija qué colores usar, cómo vestirse, con qué y a qué jugar”, convenís con tu pareja en voz alta, delimitando ese deseo como horizonte. Hasta que un día común, tomás el tren con tu hijo, escuchan las ofertas de juguetes, stickers y chucherías que se ofrecen, y el vendedor, sin ver al nene, te mira y dice: “¿Para nena o nene?”.
El juguete es el mismo, solo cambia su color. A tu hijo le gustó el rosado o le da lo mismo −no sabemos−, pero lo quiere. El vendedor lo ve, te mira, a vos te da igual, pero él insiste: “De varón no tengo”, agarra el juguete y se va. El vendedor pierde la venta; tu hijo, su juguete; y vos, la posibilidad de detener los embates de la cultura. Lo que aprendió tu hijo no se borra: la cultura tiene colores y objetos para cada uno de los −únicos dos− sexos. Más tarde va a aprender que esos colores no solo lo definen como nene o nena, sino que, para esta cultura, son indicadores de su orientación sexual y, por eso, de su “normalidad”.
Seguimos en el tren, boquiabiertos sin el juguete deseado y un amable señor pasa en su silla de ruedas saludando a cada pasajero, aunque no lo ayudes con una monedita. En este mundo dividido y jerarquizado en dos términos, saluda a las nenas: “Ay, qué linda la princesa de la casa”, y a los nenes: “Grande, campeón, ¿ya tenés novia?”. Abrimos bien los ojos a los colores del mundo y el abanico se clasifica en dos, como lo han/hemos hecho en Occidente con los sexos (hombre/ mujer), las razas (blanco/ negro), las ubicaciones (arriba/ abajo), las procedencias (nuestro/ ajeno), las características (bueno/ malo), las calificaciones (aprobado/ desaprobado), los espacios (público/ privado), etc.
¿Qué posibilidad tiene cada familia de filtrar los estereotipos de género, cuando le regalan maquillaje rosado a la nena y una ametralladora al nene? Si el juego de té de la casa de los adultos lo usamos todos, ¿por qué el juego de té es rosado y, por eso, definido para las nenas? Si las parejas heterosexuales incluyen a los hombres como padres, ¿por qué Peppa Pig es un dibujito de nenas? ¿La familia no es el espacio que ocupamos todos, o acaso una función de las mujeres abocarnos a ella? Colores tiernos, naíf, cálidos, para nenas dulces y calmadas que toman el té con sus amiguitas, que limpian, se peinan y maquillan, mientras cuidan a su bebote, siempre en el mundo interno del hogar.
Los superhéroes y sus armas, en cambio, tienen colores “de varones”: brillantes, intensos y reflejantes: verde, rojo, negro o azul, pura energía y adrenalina puesta a jugar afuera, contra el mal del mundo público.
Jugar con cosas de varones, que tienen “colores de varones”, implica la construcción física, los encastres, las rampas, juegos de cuerpo-fuerza o de agresión, y después, ¿qué hace un nene con eso que aprendió?
Los cuentos infantiles, la ropa, los dibujitos para colorear se adornan con objetos de ciertos colores diferenciados: hadas, estrellas y flores color pastel, para las nenas; amistad, misiones y riesgo con color intenso, para los nenes. Ningún guerrero es pink; ninguna princesa usa blue jeans.
Tal como nos anticipó el señor que saluda en el tren: a la nena, se la valora por su belleza −pasivamente observada− rosada y sutil, y, al varón, por su capacidad −activa− de ganar y de dominar, de ser un campeón brillante.
¿Qué matices o posibilidades hay en un binarismo? Dentro de tanta conceptualización académica, ¿qué recepción tienen los usuarios de las sutiles y pomposas conclusiones de género, cuando el taxista te dice: “Me voy a tener que conformar porque tuve todas hijas”?
La invitación se dirige a que abramos las opciones hacia las habilidades y destrezas de las mujeres y a la afectividad y las prácticas de cuidado masculinas. La propuesta no es que seamos iguales, pero sí que podamos serlo, si es que así lo deseamos. No deberíamos, como sociedad, anticiparnos a plantear en qué es bueno cada uno. Lo que sí queda claro es que no hace falta mucho tiempo de vida para que niño o niña capte lo que cada grupo social valora y lo que espera de cada uno de ellos. Nuestra cultura no espera que un niño pida una máquina de coser cuando tiene una motricidad fina que le permite usarla ni espera que una nena juegue a “hacer cuerpo a tierra”, a pesar de que tiene la motricidad gruesa para hacerlo.
A modo de cierre, otra pequeña situación: un día, una nena jugaba con un táper, metía pequeñas formas y revolvía. Su mamá le preguntó: “¿Estás cocinando?”. La nena le respondió: “No, estoy haciendo una poción mágica”.
Cuestionar el consumo irreflexivo de colores asociados a juguetes es un comienzo, empoderar la imaginación es un avance y fomentar habilidades amplias es la meta.