Pensar el cabildo como el lugar donde se desarrolla la batalla por la significación del “ser el pueblo”, o bien la posibilidad de que esa batalla recupere el cabildo como tal, teniendo en mente la identidad mítica fundacional de este edificio que nos es narrada y normalizada desde la escuela primaria. 

¿Qué es un mito?
Hay una forma de entender el mito que lo hace posible en cada objeto de comunicación, pictórico, lingüístico, cinematográfico o histórico. Este enfoque encuentra una expresión acabada y precisa en el libro Mitologías, de Roland Barthes (Mitologías, Roland Barthes, Siglo veintiuno editores, 1999), donde el mito es definido en términos semiológicos sencillos, pero estimulantes. En un sistema de significaciones, como puede ser la lengua para Saussure, encontramos el significante (matriz física, el fonema “árbol”, vibración del aire) y el significado (planta perenne, de tronco leñoso y elevado, que se ramifica a cierta altura del suelo, según la RAE), de los cuales encontramos, cuando tenemos significante y significado en conjunto, al signo. En el mito tenemos según Barthes estos mismos elementos, pero el significante, el “elemento material” sobre el cual se lee un significado es el signo del sistema anterior; por eso dice que es un sistema semiológico de segundo orden. El signo sobre el cual se posa puede ser, como señalé, de cualquier tipo: en la obra mencionada, el autor desentraña el sentido de mitos tales como un partido de catch, un cabaret, los juguetes con los que juegan los niños. Toda imagen, en sentido amplio, todo acontecimiento, puede ser un signo del cual se desprenda una significación.

El mito en Argentina
Me interesa pensar qué nos significa, teniendo a nosotres como argentines de fines de la segunda década del siglo XXI, el mito de un cabildo abierto hace ya doscientos diez y nueve años. No solo qué es ese cabildo, sino qué es a la luz de distintas luchas por el significado que alrededor de él se han hecho en los últimos años.“¿Con qué necesidad?”[1], se pregunta el jefe de gobierno Horacio Rodríguez Larreta cuando se entera de que el histórico edificio ha sido graffiteado en la manifestación por el segundo aniversario por la desaparición de Santiago Maldonado.

La necesidad, ese enemigo de las interpretaciones, nos puede invitar ahora a reabrir el cabildo a la interpretación: ¿Qué hay de condenable en su intervención popular?

En tanto mito, según la lectura que sigue a Barthes, el cabildo está, tal como el autor que pasa con toda mitología, abierto a la subjetividad. Ante tal indeterminación no parece haber mucho más que decirse, pero el cabildo tiene un carácter sacro de símbolo patrio. En tanto tal, es un mito explícito, tiene un significado que más allá del que ulteriormente pudiera comprenderse individualmente, es único. Y lo que tiene de particular este significado único, como la de todo mito fundacional, es que no hace falta acordar con ella para darle tal lugar; si no se le da, es puesto en discusión. Tal significado es el de piedra fundacional de la Argentina como nación independiente, mediante la intervención de un pueblo que se descubrió “maduro” para darse la ley a sí mismo.

La definición es burda, discutida y discutible; pocos repasan la historia de nuestro país con demasiadas coincidencias y el porqué de Mayo es uno de los puntos más discutidos y discutibles al día de hoy. ¿Importa eso ahora? Para nada: el acto patrio, los niños de primer grado con galera y barbas de corcho, la necesaria exclusión en la infancia del requisito de pertenecer a ‘’la parte más sana del vecindario’’ para participar de él, la espera épica bajo la lluvia de la multitud que quedó fuera, solo esto es lo fundacional. Lo que funda es la intervención del pueblo, que se reconoce como tal solamente entonces, en cuanto interviene. No es el relato del cabildo, tal como lo cuenta la épica escolar, simplemente el de una junta burocrática decidiendo el destino del territorio, sino el de un pueblo interventor decidiendo para sí en tanto país.

Fundacional, entonces, se puede pensar acerca del cabildo en dos sentidos. Primero tenemos el hecho histórico, según el cual entonces decidimos ser independientes. Segundo, el mito fundacional que apunta a darle al pueblo interventor de este espacio el rol de fundador. Podríamos leer con Barthes un significante, en el orden histórico, el hecho material, palpable, fáctico, de que en mil ochocientos diez en el cabildo una determinada cantidad de gente se congregó a deliberar sobre ciertos temas. Tenemos sobre el significante al mito, esta idea de un “nosotros” integrador que se expresa en dicho edificio y da inicio al largo (tal vez interminable) camino del ser-argentine.

El cabildo en tanto mito
¿Qué nos significan entonces opiniones como las de Larreta? La contradicción está dada: en tanto mito, el sagrado cabido es lo otro de sí. Aquel lugar es santo e intocable por haber sido tocado, corrompido. Pues su ser mítico le viene del hecho de un pueblo que se apropió de dicho espacio, frente al designio previo que lo excluía a este. En nuestro marco teórico, podríamos decir que el mito del cabildo es una escisión de su significación y su signo.

Su signo, la intervención de aquel Mayo lluvioso da lugar a una significación, a una imagen del cabildo impoluto que no puede convivir con la primera. Como mito, tal cual está hoy construido, como lo piensa hoy el jefe de gobierno, el cabildo es en sí una contradicción. El cabildo blanco, inmaculado, ajeno, que Larreta construye en su discurso es una contradicción. Pero, ¿una contradicción para quién? ¿Qué significa que esté el signo separado de su significación?

Si nos pensamos como pueblo, y es posible que lo hagamos, significa que el mito del cabildo nos excluye. Significa que hay un pueblo (tal vez cobrando relevancia ahora sí aquel requisito de “ser parte más sana del vecindario”), que tiene en sí la voz portadora de la identidad fundacional argentina. Querría decir que como pueblo estamos fuera del pueblo, que somos todes iguales, pero algunes más iguales que otres. El cabildo estaría abierto a la exposición de ideales e intervenciones que no nos corresponden ni nos comprometen; algo similar a lo que pasa con diversos edificios históricos en la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo el Palais de Glace, donde una intervención pictórica del gobierno de la ciudad encomendada al francés Bertrand Ivanoff sobre los muros exteriores es perfectamente legítima por el simple hecho de ser hecha por los legitimadores. Poco importó cuando se pintó este edificio con diagonales naranjas y verticales azules: pese a carecer de cualquier evidencia de consenso, el edificio tenía como interventores a la parte más sana del vecindario.

Hay otra posibilidad y es que seamos pueblo, que no estemos por fuera del pueblo, y quien esté excluido en el encuentro signo-significación sea el cabildo. En este caso, pintar el cabildo no es solo un acto de comunicación de alguna causa particular, reclamo por el derecho al aborto legal, por un joven desaparecido en plena represión a manos de gendarmería, sino un acto necesario en tanto re-cabildinización del cabildo.  Esa es la necesidad. Si lo dejamos estar, el cabildo es bien otro de sí mismo, es solo mediante la intervención popular que este adquiere en su carácter de mito su esencia, esto es, solo en tanto intervenido tiene el cabildo razón de ser-sacro, y nunca en tanto ser-sacro puede imponer una necesidad de no ser pintado.

Que hay una lucha por el sentido tanto del ser-pueblo como del ser-cabildo resulta más que obvio, no solo con el enfoque de esta nota, sino desde los mismos dichos de Rodríguez Larreta: “Yo les decía que no la podíamos dejar así porque era el símbolo de que nos ganaron. Se volvió a arreglar hace un año y medio y está divina”.[2] Decía en relación al cabildo y una anterior intervención en la plaza del congreso. Este “símbolo de que nos ganaron” está ahora ya abierto a interpretación; el cabildo pintado no puede ser, pues significa o bien una pérdida del mito del cabildo o bien una pérdida del ser-pueblo exclusiva para Larreta y quienes él incluya en los suyos. La cabildinización del cabildo responde por sí sola a la necesidad que buscaba el jefe de gobierno; como tal, democratiza el patrimonio que es tal si y solo si es democratizado.


[1] (https://www.clarin.com/politica/reaccion-horacio-rodriguez-larreta-enterarse-vivo-pintadas-cabildo-necesidad_0_wUeBxoe3j.html)
[2] https://www.clarin.com/politica/reaccion-horacio-rodriguez-larreta-enterarse-vivo-pintadas-cabildo-necesidad_0_wUeBxoe3j.html

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