Porque el arte no es ingenuidad, porque es un hecho político y porque los vínculos entre arte y política se tejen en múltiples direcciones vale, la pena plantearnos cómo y por qué se producen y circulan ciertas imágenes, y qué intención política se esconde tras su apariencia.
La realidad es que la relación arte – política puede enfocarse desde muchísimos lugares y al pensarla me resulta un laberinto en el que cada vez se abren más caminos posibles. Pienso por ejemplo en los políticos que también hacen arte, en aquellos artistas que hacen de su obra una verdadera herramienta política, en el carácter político de toda obra artística y por su posibilidad de construir sentido, en la utilización de las diferentes artes desde diversos sectores políticos ya sea para instalar algún mensaje en la sociedad o bien con intención de mover a la acción a sus espectadores, oyentes, etc.
Por último (y casi hasta por obligación moral) no puedo olvidar aquellos momentos de nuestra historia, lamentablemente reiterados y reiterados (¿hasta el hartazgo?) y algunos para nada lejanos en el tiempo, en que varios políticos supieron echar mano a las artilugios con que habitualmente cuentan los actores entrenados para mentirnos en la cara, sin inmutarse por el absoluto carácter de falsedad de las palabras que brotaban de sus bocas.
Rememorando silogismos, partiré de la siguiente premisa: A) Todo hombre es político. B) Todo artista es un hombre. Por lo tanto todo aquello que emane de la producción de un artista es un hecho político, por acción o por omisión.
Ahora bien, como en todo laberinto será necesario elegir algún camino para llegar, por lo menos, a algún destino, ya veremos si trata de la salida… Voy a optar en esta ocasión por enfocarme en el cine para intentar pensar algunos aspectos de esta intrincada y compleja relación.
En la entrada correspondiente a Política y Cine, del “Diccionario Teórico Crítico del Cine” de Jacques Aumont y Michel Marie (visitado recurrentemente por mi persona habrán notado o notarán en el historial y devenir de la presente columna) se explica:
Si de cine mundial dominante hablamos (o escribimos en mi caso, leemos en el suyo) la referencia a la industria hollywoodense resulta obligada e ineludible. Dominante desde la instancia de producción con millonarias inversiones impensadas y definitivamente alejadas desde la óptica de las posibilidades de otros cines, pasando por la distribución (ej.: según cifras del Observatorio Europeo del Sector Audiovisual, mientras Hollywood destina el 30% del presupuesto a la promoción y distribución, una película europea cuenta con entre el 3 y el 6% para los mismos fines) y hasta la exhibición, alcanza simplemente con observar la oferta cinematográfica de nuestras salas de cine comercial.
En este sentido y desandando sobre nuestros pasos para retornar a la premisa inicial y focalizando nuestra atención sobre el hecho también antes mencionado de que el arte crea sentido, con el particular potencial de poder que encierra la imagen cinematográfica, adentrémonos en algunas de las posibles consecuencias políticas frente a tamaña exportación y tal vez nos sirva además para poder desentrañar algunas causas.
¿Por qué y para qué circulan las imágenes?
No pretendo dar una respuesta cabal, pero por lo menos sembrar algunas pistas que nos acerquen cuando menos a la reflexión. Desde hace algunos años dos cosas puntuales del cine norteamericano llaman mi atención. Una es la reiteración de ciertos enemigos en determinados recortes temporales. Estuvo el tiempo de los ataques salvajes de los Pieles Rojas, de las constantes invasiones extraterrestres, el de los desastres naturales azotando incansablemente al pueblo estadounidense y llego el tiempo de personalizar al enemigo según nacionalidad o creencia religiosa. No parece casual ¿No? “Lo bueno” es que cualquiera sea el adversario siempre hay un “héroe” yanqui deseoso y orgulloso de dar su vida por su pueblo e incluso por el bien común de la humanidad toda, encima a veces hasta tiene suerte y se salva, besa a su prometida/esposa y vuelve tranquilo a disfrutar del “sueño americano”. Si suponemos también que a fuerza de repetición se aprende pareciera que a alguna salida nos vamos acercando.
La segunda luz de neón, sirena incluida, encendida frente a mis ojos como para resultar algo llamativa fue la película “Slumdog Millionaire”. Los interrogantes no tardaron en acudir a mí finalizado el filme: ¿qué imagen de pobreza se construye a partir de películas como esta? , ¿se trata de un proceso de “inclusión” a través del cine de tópicos como la pobreza, las drogas, la delincuencia juvenil y los abusos, entre otros relacionados? ¿es una puerta abierta a la marginalidad? ¿con qué fines? ¿por qué la necesidad de recurrir a la historia paralela del concurso televisivo? ¿y el final feliz en que gana el concurso, se queda con la chica y bailan alegremente? ¿por qué los pobres están del otro lado del mundo? Luego de todos estos cuestionamientos que en esta oportunidad les comparto, pensé también en si lo que cotidianamente vemos en las pantallas, tanto la chica como la grande, no pretenden “ayudarnos” a dirigir mejor las imágenes reales desde nuestra cotidianidad, acostumbrarnos, naturalizarlas, neutralizarlas…
Finalmente, me quedo con un fragmento del Manifiesto de la Estética del Hambre, Glauber Rocha, 1965:
Y con la firme convicción de que tanto lo que vemos como lo que esa imagen nos esconde, lo que dice y lo que calla, encierran un profundo sentido político y alguna intencionalidad de seguro■