Por más lejano que vaya quedando en el tiempo, todos recordamos ese temor que alguna vez hemos sentido frente a la oscuridad. Cuán tenebrosa se ha tornado nuestra cotidianeidad ante la ausencia de luz. Nuestra historia también ha tenido sus tenebrosos años de oscuridad. Para desanudarlos del olvido, un recorrido por Escenas Iluminadas de la Memoria, una producción del Área de Teatro del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (espacio recuperado en que funcionó la Escuela Mecánica de la Armada – ESMA) en conjunto con un grupo de reconocidos escenógrafos e iluminadores que se proponen una reconstrucción con el azar como aliado y un plan: iluminar zonas recónditas de una Memoria colectiva. Una creación a partir de subvertir los órdenes de producción habituales de la obra teatral. El resultado: once instalaciones escenográficas comparten un espacio con la singularidad de lo individual y la fuerza de lo colectivo. Fragmentos iluminados para resistir al olvido.

La Memoria individual suele ser leve, selectiva y breve. El olvido va cubriendo con su manto de escarcha los recuerdos. Una capa sobre otra y otra más, hasta perder de vista el punto visible. Como la niebla. Como la nieve, sin ningún rumor. Es la vida y es lo inevitable. Es lo humano y si así no lo fuera, las pérdidas serían imposibles de superar. Pero más allá de la Memoria individual está la otra Memoria. La Memoria social. La Memoria colectiva. La que nos identifica con el pasado y nos ayuda a comprender. La que nos ayuda a entender y entendernos. La Memoria que nos enseña la historia y nos obliga a una actitud crítica. La Memoria que, con la sangre de todos, se encarga de abrir senderos, pequeños arroyos o tumultuosos ríos, en medio de los tenues o pesados velos del olvido.Carlos Di Pasquo (Arquitecto y Escenógrafo)

Esta exposición se trata de la primera etapa y puede recorrerse hasta el 3 de abril; luego, en fecha a confirmar, se poblarán estos “objetos escénicos” de escenas breves para completar, un proyecto que desarticula el proceso de creación teatral habitual. De esta manera autores, directores y actores desarrollarán sus tareas sobre estos espacios previamente construidos.

Si bien esta dinámica puede resultar disparatada, funciona y muy bien para la apuesta que han tomado sus hacedores: recuperar este espacio que supo albergar nuestro pasado más siniestro. Recuperarlo en el doble plano de lo espacial y de lo simbólico, habitarlo y transformarlo; allí donde se secuestró, se torturó, se asesinó, se desapareció y se apropió la identidad de muchos se erige hoy el hábitat de la creación que no pretende ocultar sino dar vida y echar luz, para que podamos conocer ese pasado que tantas veces se ha tratado de acallar. Recordar a los que pretendieron un país mejor y por eso ya no están y sobre esta base firme de verdad y de Memoria construir un futuro mejor. Precisamente por ello no se trata de una muestra nostálgica sino estimulante.

Los artistas y sus creaciones

Nudo blanco: Alejandro Mateo – Jorge Ferro. Un cuarto blanco, dos puertas y una soga con muchos nudos nos invitan a entrar ¿a dónde? Tal vez estén allí, fuera de nosotros, corpóreas y palpables invitándonos a una mirada introspectiva, puertas adentro de nosotros mismos como sujetos y como sociedad. En la entrada un fragmento de La ciudad ausente de Ricardo Piglia interpela: “Hay que actuar sobre la Memoria –dijo Arana-. Existen, zonas de condensación, nudos blancos. Es posible desatarlos, abrirlos. Son como mitos –dijo-, definen la gramática de la experiencia…” Y la soga se extiende…

No luz: Oria Puppo. La elocuencia de lo simbólico… muchas lamparitas, la mayoría expande su luz, tenue pero encendida. Algunas se encuentran apagadas…

Veintiséis de abril del setenta y seis veinte horas: Héctor Calmet – Pablo Calmet. A modo de homenaje se titula esta obra con la fecha de la desaparición del Dr. Héctor Sobel, abogado, amigo del realizador, secuestrado en esa fecha y llevado a la ESMA. Un cuarto violentado y destrozado, un teléfono que suena insistentemente sin que nadie pueda atenderlo y nuestras pérdidas, las colectivas, puestas en escena.

 El insomnio de los monumentos (Tríptico espacial. Primer espacio: La Habitación): Norberto Laino – Marco Pastorino. Otra mirada sobre lo devastador que refuerza uno de los principios de la convocatoria, el de la multiplicidad de lecturas. Objetos como anclas del tiempo al que se evoca, un hombre, una mujer, fieras, agua y la luz como un elemento preciado, liberador. El propio Laino cierra el texto que acompaña su obra en el programa de mano con tres líneas reveladoras:

No fue bendecida la patria

Se busca un Dios

No existe, se ha suicidado

Sin título (Decir con un recuadro): Mariana Tirantte – Nora Lezano. Este espacio es el resultado de un recorrido por distintos lugares de la ESMA y reproduce de alguna manera lo singular de la mirada y la apertura de la obra a nuevas e infinitas significaciones propias de cada experiencia. Obra que es a la vez núcleo y disparador.

En su propio búnker: Marcelo Salvioli – Alejandro Le Roux. Rígidos muros contienen una fuerza creciente e imposible de detener. “Apretados y atrapados en su propio búnker, sin haber podido ocultar sus crímenes, la sangre derramada los enfrenta en vida al juicio de la historia” es el texto que puede leerse debajo del título.

Hogar: Alejandra Polito – Matías Sendón. La propia creadora indica: “Concibo al bosque como un territorio emocional. Un escondite donde anidan objetos que vuelven de la Memoria. Fragmentos de épocas que se esfuman, filos, sombras y brumas. Un lugar de juego y fantasía donde irrumpe lo desconocido. Donde el tiempo se rompe creando uno nuevo”. Así condensa el aire que se respira en el conjunto de la exposición: una mirada hacia atrás para poder caminar mejor hacia delante.

Imagen y materialidad: Alberto Negrín – Eli Sirlin. Una conjugación de fotografías y objetos, representación y corporeidad juegan en el plano de lo ausente y lo presente, el doble juego de lo que está verdaderamente ante nuestros ojos y aquello que nos permite construir o reconstruir relato en los dos sentidos de la Memoria en tanto función del cerebro que permite al organismo codificar, almacenar, recuperar información y retener experiencias pasadas.

 De la sombra a la luz de la Memoria: María Julia Bertotto – Félix Monti. Partiendo del concepto de la sombra como olvido, Bertotto construye un espacio circular, poblado de sillas vacías en las que la luz va y viene, modificando la mirada del espectador sobre la escena.

 Los velos de la Memoria: Carlos Di Pasquo – Fernando Díaz. Una reflexión sobre los modos de retener o acercarse al dolor, con telas que atenúan pero no esconden las figuras de los tan representativos pañuelos blancos.

 Oxígeno: René Diviú – Leandra Rodríguez. Aprovechando las posibilidades del espacio Diviú toma una de las ventanas reales del espacio para construir en plano inclinado su propio espacio escenográfico condensando la necesidad de no quedarse en la tristeza e ir en busca del aire fresco y la luz.

Y al quedar enfrente de esta última obra, en mi recorrido, sentí que estos excentros clandestinos de detención, recuperados, re-significados, transitables son como pulmones para una sociedad como la nuestra que pretendió ser asfixiada en términos políticos, culturales y en todos aquellos aspectos que por aglutinadores y colectivos nos tornan “peligrosos”■

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