La cuestión del empleo en la actualidad suele ser analizada tomando como punto de partida las transformaciones estructurales acontecidas en el mundo capitalista durante el auge del neoliberalismo. Sus consecuencias negativas en el ámbito del trabajo (flexibilización laboral, despidos, aumento del empleo informal, etc.) se contrastan con la bonanza experimentada por los trabajadores en el período histórico previo, el del Estado de Bienestar.

En nuestro país, tal contraste alimenta debates en torno a la factibilidad de reconstruir ciertas estructuras del Estado de Bienestar, con el objetivo de mejorar la condición laboral presente de los argentinos. Las razones de tales debates son por lo menos dos: a) la fuerza simbólica que conserva en la memoria colectiva la década del primer peronismo (del ´45 al ´55), específicamente su faceta laboral; y b) el hecho de que el actual partido gobernante se reconozca como peronista e impulse, mediante discursos y actos, un retorno al protagonismo del estado y de la política por sobre los mandatos del mercado.

 En lo que sigue, propongo un análisis de esta tendencia reconstructiva (no impulsada únicamente por el gobierno) desde la perspectiva que caracteriza a esta sección: el pensamiento descolonial. En ese sentido, cabe la observación de que el gran éxito alcanzado por el Estado de Bienestar, tanto en nuestro país como en otros, radicó en su carácter inclusivo, es decir, en el despliegue de una serie de instituciones que incorporaron a la vida político-económica del estado-nación a sectores hasta entonces largamente marginados. “Incluir” e “incorporar” son verbos que se refieren a la acción de llevar algo desde un afuera hacia un adentro. Para poder pensar esta acción desde un punto de vista político, recurriré al filósofo Enrique Dussel. Según él, toda sociedad humana posee un “mundo”, es decir, un horizonte cotidiano dentro del cual vive y en el cual todas las cosas (de cualquier tipo que sean: reales, posibles, imaginarias) adquieren un sentido, otorgado por el poder dominante de ese mundo. Dussel llama a este sistema de cosas con sentido “Totalidad”, el cual se cierra sobre sí mismo y pretende agotar todas las posibles experiencias humanas. Ahora bien, toda Totalidad dominante necesariamente excluye, deja algo afuera, le niega el sentido a determinadas experiencias y formas de vida; según Dussel, genera una “Exterioridad”. Es el caso de cualquier sistema político, que siempre establecerá qué es “hacer política” y qué no lo es, así como quiénes merecen participar de ese sistema y quiénes no. Llamamos víctimas a aquéllos que son excluidos, parcial o totalmente, de la participación en una determinada Totalidad política. Desde la Exterioridad, estas víctimas, con su sola existencia, cuestionan e interpelan a la Totalidad, la cual no puede darles respuesta alguna sin modificarse internamente. En estos términos, es posible replantear la inclusión político-económica llevada a cabo por el Estado de Bienestar peronista (la ampliación a vastas capas de la población del acceso al trabajo, al voto, a la salud, a la educación, etc.) como una transformación de las instituciones de la Totalidad para poder dar lugar a los requerimientos de la Exterioridad.

Dado que la historia no se desarrolla de manera lineal, el proceso neoliberal expulsó hacia la Exterioridad a muchos que habían logrado su inclusión en la Totalidad; sin embargo, ya que la historia tampoco es circular, las víctimas del neoliberalismo poseen otras características en relación a las del pasado y, en consecuencia, organizan sus demandas de manera diferente. Así, el siglo XXI ha visto afianzarse a los llamados movimientos sociales como la principal expresión de las demandas laborales y habitacionales surgidas desde la Exterioridad, tanto en la Argentina como en muchos países de América Latina. Es justamente en virtud de las diferencias entre las víctimas del pasado y las víctimas del presente que la cuestión de la transformación de la Totalidad en pos de su inclusión no puede plantearse en los mismos términos. Pues toda inclusión puede ser pensada a partir de dos polos (entre los que existe un sinnúmero de matices): lo que está afuera puede ingresar aceptando algunos de los sentidos que le impone el adentro o, al ingresar, puede producir una ruptura y una transformación en el horizonte de sentido cotidiano de la Totalidad, creando para sí un lugar inexistente hasta el momento. En términos dusselianos, el Otro exterior puede ser encubierto como lo Mismo o reconocido en su alteridad. Una hipotética incorporación de los movimientos sociales a las instituciones políticas del viejo Estado de Bienestar – por ejemplo, a partidos o sindicatos ya existentes – tratándolos como a los migrantes internos de las décadas del ´30 y ´40, no sería otra cosa que la negación de su particular identidad. Pues si bien los nombres de estos movimientos hacen referencia a aquello de lo que carecen (tierra, vivienda, trabajo), se caracterizan por ser mucho más que mera carencia o negatividad. Se trata de organizaciones en muchas de las cuales se dan altos grados de horizontalidad y participación en la toma de decisiones, así como de cooperativismo y solidaridad en la producción y distribución de los bienes materiales básicos para la supervivencia. No pretendo idealizarlos; es sabido que en su seno pueden sucederse disputas por el poder, jerarquizaciones y verticalismo. Sin embargo, considero que, en general, las lógicas de organización y de relación entre los miembros de estos movimientos, si bien fundamentalmente diferentes de las que imperan en muchos sindicatos, partidos políticos, etc., son verdaderamente políticas. Si los movimientos sociales son incluidos como tales, y no absorbidos por otras organizaciones, podrían ser reconocidos, en su diferencia, como actores con la misma legitimidad política que los sindicatos y partidos tradicionales. Y si se efectuara tal reconocimiento, se produciría una transformación democratizadora en la manera en que, al interior de la Totalidad, se entiende qué es hacer política y quién merece participar de ella.

El pensamiento descolonial propone ubicarse siempre en el lugar del Otro y tratar de pensar desde allí, desde la Exterioridad, dejándose interpelar por concepciones y formas de vida que puedan transformar las propias. En este sentido, considero que cualquier intento de profundizar la inclusión laboral de los movimientos sociales en el sistema político vigente, debe darse, en primer lugar, en términos surgidos desde estos mismos movimientos; en segundo lugar, tomando en cuenta su potencial transformador y potenciador de las lógicas democráticas del resto de las instituciones políticas de la Totalidad. Sostengo que tomar estas y otra consideraciones – en lugar de la reconstrucción del lamentablemente destruido Estado de Bienestar – como criterios para evaluar las estrategias de inclusión ya instrumentadas (planes trabajar, cooperativas, asignación universal, etc.) y las todavía en discusión, como la de Luis D´ Elía (organizar una central de movimientos sociales), permitirá pensar un nuevo y futuro Estado, aún más democrático e inclusivo, cuyo nombre todavía está por formularse

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