El cine de Hollywood tiende a producir fórmulas y formatos insistentemente. Los enemigos que amenazan al país y a sus ciudadanos suelen ser representativos del imaginario de la “pesadilla americana”. Echémosle un vistazo crítico.
Allá por el Nº 55 de esta parada obligada en la comprensión de la realidad les advertí, estimados lectores, y les compartí una inquietud respecto a ciertas repeticiones notorias que es posible apreciar en el cine norteamericano en relación con ciertos conglomerados de enemigos que surgen periódicamente: “Estuvo el tiempo de los ataques salvajes de los Pieles Rojas, de las constantes invasiones extraterrestres, el de los desastres naturales azotando incansablemente al pueblo estadounidense y llegó el tiempo de personalizar al enemigo según nacionalidad o creencia religiosa. No parece casual ¿no? Cualquiera sea el adversario siempre hay un héroe yanqui deseoso y orgulloso de dar su vida por su pueblo e incluso por el bien común de la humanidad toda, encima a veces hasta tiene suerte y se salva, besa a su prometida/esposa y vuelve tranquilo a disfrutar del sueño americano.”
Me pregunto, ¿no hay algo obsesivo en tan reiteradas amenazas? Pareciera que, más que subrayar el reestablecimiento del orden de acuerdo al modelo canónico, nos hallamos ante la paradójica expresión sintomática de la pesadilla americana.
En este caso, ante la imposibilidad – o el hipócrita pudor – de nombrar al Otro construido como enemigo, el cine como gran reproductor de imaginarios, delega en circunstancias azarosas y personajes indefinidos sus peores temores, por otra parte nunca asumidos.
De alienígenas, inundaciones y otras yerbas al acecho
Criaturas verdes. Flacuchos panzones de ojos saltones. Invasores, algunos más simpáticos, otros más amenazantes y hasta repugnantes, unos cuantos babosos. Inclemencias climáticas catastróficas y varios etcéteras conforman un universo que pareciera funcionar en el cine de Hollywood como el factor que constantemente pone en peligro la mismísima vida norteamericana.
Estos frecuentes ataques en contra de su territorio coinciden en algunos puntos:
- Son siempre factores externos los que atentan la integridad del país en el núcleo mismo de la representación de un país: la familia.
- Son presentados como invencibles, pero el clásico final reparador siempre logra sacar de la galera un superhéroe más invencible aún. Además, para otorgarle mayor credibilidad, estos mesías no cuentan con más disfraz que sus atributos nacionalistas. Y ya lo sabemos, en nombre de la defensa nacional vale todo.
Es cierto que, como buena potencia imperialista, Estados Unidos ha sabido ganarse una buena cuota de enemigos. También es cierto que, cuando le ha sido útil, se los ha sabido inventar a conveniencia creando grandes fábulas que justificaran sus atrocidades. Ahora bien, en el arte como en la vida la ficción, alguna función cumple.
En este sentido puede pensarse que el personaje de víctima no les calza mal, sobre todo si siempre logran salir indemne. Esa imagen proyectada a sus ciudadanos y al mundo entero (dicho sea de paso la cuota de pantalla que tienen este tipo de películas-tanques en las salas de cine del mundo entero es por demás elevada) que insiste e insiste y se reproduce ante nuestros ojos tiende a crear la imagen de un territorio todopoderoso: Ficción. En rigor de verdad el término ficción procede de fictus: fingido, inventado. No más preguntas, Señor Juez.
Vale la pena, antes de despedirnos, hacer algunas aclaraciones. No todo el cine industrial, ni todo el cine producido en Estados Unidos es reaccionario. Tampoco todo el cine autoproclamado independiente es revolucionario, por decirlo de alguna manera. No se trata en esta columna de catalogar a buenos y malos dentro del campo cinematográfico, sino de pensar que lo que se produce en serie –como las prendas de moda- uniforma, tiende a homogeneizar. La forma de diferenciarnos o por lo menos de ser conscientes y consecuentes con las ficciones que elegimos creer es abrir bien los ojos y tener con los productos de la industria cultural una actitud crítica. Para que no nos la vendan vencida ¿no?■