La rancierana de hoy intentará brillar por su simpleza, porque, ¿Qué mas decir sobre el 8N y el 7D?, ¿Qué sobre la disputa entre el Gobierno y Clarín?, ¿Qué sobre la batalla por la autodefinición del “verdadero pueblo” que sale a las calles? ¿Qué sobre el conflicto como forma privilegiada de la política argentina?

 

Las publicaciones mensuales, tienen una virtud y un defecto al mismo tiempo. A veces la misma fugacidad y velocidad de los acontecimientos le impide a uno estar actualizado. Es decir, para cuando la publicación sale a la calle, la noticia, ya dejo de ser noticia. Pero, a su vez, le permite a uno, en ocasiones, escribir con cierta distancia, con un tiempo reflexivo (que vuelve sobre sí mismo) frente a importantes acontecimientos. El 8N pasó y el 7D también, y ninguna de las profecías apocalípticas se cumplió.

¿Qué decir entonces? Algo sencillo sería decir que la política, en su más amplio sentido, es decir, la política como forma de vida y de organización de los hombres en comunidad, es imposible de ser agotada en un sólo hecho, por más determinante que se lo quiera. Otra simpleza sería decir, que la política contiene muchísimos momentos y esferas que superan el momento del conflicto. Una más, sería decir, que en el complejo mundo de relaciones que mantiene una sociedad, la política es tan sólo una de ellas, ni la privilegiada ni la exclusiva.

En este orden de afirmaciones, Rancière nos propone una, que en su justa simpleza, podría servirnos para abrir el campo de lo “decible”, respecto a los últimos meses de la vida social y política de nuestro país, sin caer en el reduccionismo del 8N o el 7D.

Esa simple afirmación es la siguiente: la política es un accidente.

 Mantengamos por un momento el sentido laxo del término, antes de adentrarnos un poco en los detalles de nuestra séptima tesis.

Decir que la política es un accidente, implica muchas cosas, por ejemplo, que la política puede existir como no, que la política puede no tener una voluntad humana que la realice, que puede favorecer indistintamente a determinados grupos, que es incontrolable, que no tiene razón o fin predeterminado, etc. Por supuesto Rancière no está diciendo esto. Pero si pensamos que en los últimos meses, el comportamiento y la comprensión de sí misma que construyo nuestra sociedad, puso en el mayor lugar de importancia a la política, en el lugar de las definiciones del futuro que podrían modificar por completo nuestras vidas; entonces, no estaría mal, por un instante permitirnos bajar las pretensiones de la política y reflexionar sobre sucesos como el 8N y el 7D, desde un lugar distinto.

A este fin me interesa remitir la séptima tesis del pensador francés, según la cual: 

Si la política es el trazado de una diferencia evanescente con la distribución de los partidos y de las partes sociales, resulta que su existencia no tiene nada de necesario sino que más bien adviene como un accidente, siempre provisorio, en la historia de las formas de la dominación. Resulta de allí que el litigio político tiene por objeto esencial la existencia misma de la política.

 Llenemos de contenido nuestra tesis, “la distribución de los partidos y las partes sociales”, es nuestra división entre Gobierno y Clarín, entre el “pueblo del 8N” y el “pueblo del 7D”, y también el “pueblo del 20D”. La política sería el momento en el que esta división se produce, es decir, el momento en que se produce la diferencia entre las partes. En este sentido aclara Rancière, “La política no es en absoluto una realidad que se deduzca de las necesidades de agrupación de los hombres en comunidad. Es una excepción a los principios según los cuales se opera dicha agrupación”, en otras palabras: la política no tiene nada que ver con las necesidades por las cuales se agrupó una parte de la sociedad en las calles el 8 de noviembre. Calculó que un 90% de los lectores estará en desacuerdo con esta frase, indistintamente de su posición político-partidaria o político-ideológica. Pero justamente de eso se trata el desafío rancierano: “Hay política en tanto que el pueblo no es la raza o la población, que los pobres no son la parte desfavorecida de la población, ni los proletarios el grupo de los trabajadores de la industria, etc.”; que estas partes existan, es la apuesta misma de la política. Ese es el objeto del litigio político. El conflicto político no opone los grupos que tienen intereses diferentes. No opone parte de las sociedades, ni clases, ni partidos.

El litigio político, opone las lógicas que cuentan diferenciadamente los partidos y las partes de la comunidad. El combate de los «ricos» y de los «pobres» es el combate sobre la posibilidad misma de que estas palabras se desdoblen, se instituyan las categorías de otra cuenta de la comunidad. El litigio político se refiere a la existencia litigante de lo propio de la política, con su recorte de partidos y de espacios de la comunidad. En este sentido, hay dos maneras de contar las partes de la comunidad. La primera no cuenta más que las partes reales, los grupos efectivos definidos por las diferencias en el nacimiento, las funciones, los lugares y los intereses que constituyen el cuerpo social, con exclusión de todo suplemento. La segunda cuenta «aparte» una parte de los sin parte. La primera se llama policía, la segunda política.

Volvamos a la simpleza, para ir finalizando. En la historia de las formas de la dominación, se puede dar, provisoriamente, evanescentemente, accidentalmente, un momento donde se pone en discusión la división, la diferencia de las partes de una comunidad, por fuera de la lógica de la policía que divide entre grupos definido por sus intereses, es momento accidental, es la política.¿Representan el 8N o el 7D o la disputa entre el Gobierno y Clarín, un momento donde se pone en discusión la división de las partes de la comunidad, por fuera de la lógica de la policía? ¿Con que lógica contamos las partes de la comunidad? ¿En qué momento reflexionamos sobre esa división misma? ¿Dónde ubicamos el litigio político y donde el conflicto político?

A fin de cuentas, ¿en algún momento se pone en discusión la historia de las formas de dominación, de la lógica policial que divide las partes de la comunidad? Porque si la respuesta es “no”, como entiende quien escribe, entonces, la política sigue siendo un accidente que no tenemos la suerte de transitar

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