Como psicóloga, siempre me ha interesado indagar sobre distintas modalidades que ayuden a las personas a estar mejor. Y es a partir de una búsqueda personal espiritual que llegué a encontrar en la música toda una posibilidad de abordaje, no desde la manera convencional, sino a través de los cantos sagrados.
¿Qué son los cantos o la música sagradas? Todos los pueblos tienen sus cantos y su música sagrada, que conectan con aquello que cada cultura, cada pueblo, considera sublime, valioso, importante preservar y defender, incluso con la vida misma.
Nuestra cultura occidental, posmoderna diferencia entre cantos sagrados y profanos. Los primeros pueden estar asociados a la Patria y sus símbolos, como son las marchas y los himnos, a lo religioso o a la música clásica. Y los segundos con ciertas excepciones, se lo asocia a la música y al canto que entra en el circuito comercial
No obstante, existen culturas en las que los sonidos de por sí ya son sagrados, porque para ellos los cantos y la música conectan directamente con el alma y con el espíritu. Entendiendo al alma como la porción individual y personal del Gran Espíritu.
Y de esta forma se considera que la música y el canto tienen el poder de sanar y curar tanto el cuerpo físico como lo emocional, lo mental y lo espiritual.
Dentro de esta categoría de cantos, entran los ícaros y los mantras, cantos que en su modulación y expresión concentran energía sagrada y aunque no entendamos su significado, generan efecto a nivel del alma y de la conciencia.
Pero para quienes hemos sido educados en otra cultura, si bien seguramente hemos tenido experiencias de éxtasis con la música y los cantos, no utilizamos esta medicina ni somos conscientes de que la vida es música y que todo tiene sonido.
Hemos perdido principalmente la conexión con nuestros latidos del corazón y si pudiéramos recobrar esa consciencia de que somos ritmo, somos latidos pulsantes, seguramente también estaríamos más en sintonía con la Naturaleza toda. Si estuviéramos conectados con nuestros latidos, toda sería música.
Y lo más maravilloso es que la música y el canto generan en nosotros en forma inmediata sensaciones y emociones. Ya Rolando Toro, creador de la Biodanza, encontró la alquimia que se genera entre la música y el movimiento, dando forma a un sistema de abordaje de lo humano muy complejo y profundo.
Y como la música y el canto nos despiertan emociones muy diversas, podemos, a partir de los sonidos propios, los sonidos de nuestra voz, experimentar distintas emociones y liberar distintas emociones.
Lamentablemente el canto ha quedado relegado para algunos virtuosos y muchos hemos perdido la capacidad de cantar por creer que nuestros sonidos no son afinados y que nuestra voz no es linda porque no responde a los cánones que nuestra cultura impone de belleza. Y al perder nuestros propios sonidos y nuestra capacidad de cantar, también perdemos una gran fuente de autosanación.
Todos sabemos el poder que tiene el canto para los niños, para arrullarlos, para calmarlos, para consolarlos. Pero a medida que crecemos perdemos esa conexión con el canto y dejamos ese poder a quienes “saben”. Sin embargo, todos podemos cantar y todos podemos sanar y aliviar nuestros dolores y despertar nuestras alegrías a través del canto y los sonidos.
Al conocer pueblos de los Andes y del norte argentino, me sorprendió que muchas personas analfabetas sean músicos excelentes y que haya familias y pueblos donde todos hacen música. Para quienes vivimos en las grandes ciudades más “civilizadas”, la música y el canto ha quedado en mano de unos pocos y de las academias especializadas. Ya no hay familias que espontáneamente hagan música, ni se aprende en las casas, como tantas otras cosas de lo cotidiano.
Y en esta búsqueda de nuevas formas de sanar y de estar mejor, la música y el canto en todas sus formas se me torna imprescindible. En la medida en que nos limitamos con nuestra voz y nos censuramos en nuestros cantos, también limitamos nuestro poder y nuestra fuerza para manifestarnos. Se hace mucho hincapié en ser autónomos en nuestras ideas, pero no se asocia esto con la voz. ¿Cómo vamos a ser autónomos con nuestros pensamientos y a tener ideas propias, cuando no podemos apropiarnos de nuestra voz y liberar nuestros sonidos sin vergüenza?
Podemos entonces darnos permiso para que los sonidos salgan, y empezar a jugar con nuestra voz en la búsqueda de nuestra propia sanación y autonomía. Poder encontrar nuestra propia canción, esa melodía que nos es única, que sale de nosotros y que puede acompañarnos a lo largo de nuestra vida.
Queda aún en Africa el pueblo Himba, un pueblo nómade que considera que cada persona tiene un canto particular que la madre canaliza y enseña a la comunidad aún antes de que el niño nazca. Y ese canto les acompaña toda la vida, y cada vez que esa persona está perdida, dolida o hace algo incorrecto para la comunidad, toda la comunidad le canta para que recuerde quién es y cuál es su verdadera esencia.
Si bien tenemos mucho por hacer como adultos con nuestra voz, con el canto y con la música, la labor para con los niños en este sentido es maravillosa. Todos en casa podemos tener o improvisar instrumentos de percusión y generar momentos familiares para manifestar lo que nos esté pasando a través de los sonidos y del canto. Podemos cantar en ronda las alegrías y las tristezas, jugando con nuestros sonidos y dándonos permiso para que salgan.
Y ahí volveremos al título de este artículo: Cantos del Alma, Voces del Espíritu. Podremos así dejar que el Gran Espíritu se exprese a través de nuestros cantos y seguramente sucederán cosas maravillosas.