El mito acerca de la caída y la redención como camino del héroe traza una parábola tan antigua como la famosa escultura griega hecha en bronce “Púgil en Reposo”, también conocida como “Púgil de las Termas”, la cual data entre el siglo V y el siglo II A.C. Acaso en aquellas facciones envejecidas de aquel arcaico remoto luchador puede intuirse una historia de sacrificio y gloria que la historia del boxeo ha reproducido de forma múltiple.

“Campbell ve a los hombres de esta era olvidarse lo primal”.Sol de California, Pedro Aznar

Para el escritor y mitólogo Joseph Campbell, los mitos instaurados en nuestro universo imaginario conforman “un punto de sabiduría, más allá de los conflictos de ilusiones y verdades, con el que las vidas pueden volver a unirse. Aliados decisivos en la búsqueda de respuestas”. (“Los mitos en el tiempo”)

Este multidisciplinario erudito, que comenzó su carrera docente en 1934 en el Sarah Lawrence College y donde permaneció por treinta y ocho años, solía decir a su audiencia:

El fin del viaje del héroe no está en su identificación con cualquiera de los personajes o poderes que experimentó. El objetivo final de la búsqueda no debe ser la propia liberación ni el propio éxtasis, sino la sabiduría y el poder de servir a los demás. Una de las muchas diferencias entre una persona famosa y un héroe es que el famoso vive sólo para sí mismo, mientras que el héroe actúa para redimir a la sociedad” (‘Comunicación láser: Herramientas para una comunicación afectiva’, Gustavo Rey).

La narrativa cinematográfica retoma las historias clásicas, habitualmente bajo épicas fantásticas, que prefiguran el modelo conocido como una estructura clausurada bajo una convención tradicional: presentación del personaje, desarrollo del conflicto y resolución de este. Esta aventura iniciática, de carácter cíclico, suele proveer retos, aprendizajes y una profunda transformación interior. Acuñando el término “monomito” o “viaje del héroe”, este patrón narrativo es el que describe Joseph Campbell en su libro El héroe de las mil caras (1949).

Años después de las publicaciones escritas por Campbell, el guionista de Hollywood y destacado catedrático Christopher Vogler, se basó en su obra al concebir El viaje del escritor: las estructuras míticas para escritores, guionistas, dramaturgos y novelistas. Notablemente influenciado por la temprana obra del antropólogo, comentaba:

Las historias del héroe siempre implican una suerte de viaje. Un héroe abandona su entorno cómodo y cotidiano para embarcarse en una empresa que habrá de conducirlo a través de un mundo extraño y plagado de desafíos. Puede ser un viaje real (con un cambio de espacio) o un viaje interior que ocurre en su mente, corazón y espíritu. El héroe crece y sufre cambios, viaja de una manera de ser a la siguiente: de la desesperación a la esperanza, de la debilidad a la fortaleza, de la locura a la sabiduría, del amor al odio… Son estos periplos emocionales los que atrapan al público y consiguen que una historia merezca ser apreciada».

Vogler produjo un pequeño informe llamado “Guía práctica para El poder del mito” (autoría de Campbell, luego de su experiencia con George Lucas y Star Wars), tomando referencias de una serie de películas que relataban el clásico viaje del héroe, aplicable a nivel universal para comprender al hombre y su sentido de trascendencia. Contemporáneo de aquel estreno cinematográfico, en 1976 se dio a conocer la piedra fundacional de la exitosa saga Rocky, aún vigente cuarenta años después en su imperecedera reformulación del duro y sinuoso camino del héroe.

Rocky: sangre, sudor y lágrimas
Considerada una auténtica leyenda del cine, el magnetismo que aún hoy día causa Rocky reside en la mítica historia oculta detrás la propia realización del film convertido en franquicia. Esta película relata la historia de un desconocido boxeador a quien se le ofrece la posibilidad de pelear por el título mundial de los pesos pesados. Con extrema fuerza de voluntad se prepara concienzudamente para este combate, sabiendo que es la oportunidad de su vida.

La película, que fue el puntapié inicial de la saga, marcó a varias generaciones, que se identificaron con su inolvidable banda de sonido, esa melodía inconfundible que todavía suena en los oídos de cada fanático del box. Solo escuchar cada vez su música nos remite de forma inmediata al personaje icónico que creó Sylvester Stallone. La historia comienza así: en 1975, el actor estaba en su casa viendo por TV el combate por el título mundial de peso pesado. Muhammad Ali iba por su segundo reinado en la categoría y el aspirante Chuck Wepner era un retador de dudosa calidad venido desde Europa. Lo cierto es que Ali ganó sufriendo y retuvo la corona, pero el aspirante le dio pelea y casi logra el milagro de vencer al gran mito de Cassius Clay.

El coraje y el tesón de Wepner emocionaron e impresionaron tanto al entonces ignoto actor, que pensó en una historia basada en aquel combate, y a los pocos meses llevó su idea a los grandes estudios. Puntal del proyecto, la silla de director finalmente cayó en manos de John G. Avildsen. De todas maneras, Stallone, mentor y creador de la saga, fue el guionista y actor acreditado al proyecto. El joven intérprete se encontraba ante la posibilidad de su carrera: el gran salto a la fama que el personaje de Rocky Balboa le permitiría y con el cual se identifica hoy en día, casi como una inseparable continuación de su persona fuera de la pantalla.

El de Balboa es un auténtico periplo que genera compasión: un zurdo ítalo-americano que se encuentra ante la oportunidad de su vida, a punto de pelear por el título mundial y con todos los pronósticos en contra. Rocky nos traslada a su emocionante entrenamiento en donde deja alma y vida, pasando por los conflictos interiores y crisis familiares que atraviesa nuestro héroe, desembocando en el esperado combate pleno de escenas grandilocuentes. El clímax final nos deparará una inusual conclusión, y aquella gesta de 1976 sería, tan solo, el comienzo de una interminable franquicia cinematográfica.

Dentro del suntuoso imaginario que atraviesa la serie, una galería de personajes nutre sus relatos: Sylvester Stallone es el heroico Rocky; Burgess Meredith, el manager modelo; Talia Shire, la sufrida prometida de Rocky y Carl Weathers, el temible Apollo Creed. Ellos son gran parte de la fauna boxística que reviste a una película que guarda un lugar muy especial en el corazón de los cinéfilos y amantes del boxeo. Por ello, el personaje de Balboa es la obra cumbre de Stallone, aun habiendo desperdiciado su carrera en los años posteriores merced a elecciones de dudosa calidad.

El intérprete ítalo-americano llevó a este personaje a una elite donde muy pocas figuras icónicas del séptimo arte consiguen. Rocky no será la más pura realidad boxística, pero la magia del cine permite imaginar y adora realizar este tipo de historias. Por otra parte, Stallone se unió a un selecto grupo al ganar el Oscar a la Mejor Película (desplazando incluso a la favorita Taxi Driver) y al ser productor, protagonista y guionista de la misma.

Sin embargo, no resulta nuevo en el boxeo “la historia de la cenicienta”, ese resurgir de las cenizas para llegar hasta lo más alto de la manera menos esperada: James Braddock, impensado campeón pesado en los años 30 también tuvo su biopic de la mano de Ron Howard en El Luchador (2005) y Franco Zeffirelli redimió a Jon Voight en El Campeón (1978). Partiendo de la base de que ningún otro deporte está tan vinculado al cine como el boxeo, es entendible el imán (quizás por ese factor retroalimentario de redención-gloria-decadencia) que tiene con el público este tipo de historias, ya sean episodios ficticios o estén basadas en boxeadores que realmente han existido.

Podríamos transitar un breve recorrido comenzando por El Campeón (1915), el primer antecedente de ficción boxística a cargo de Charles Chaplin, pasando por El Boxeador (1926) de Buster Keaton, también perteneciente al período mudo, hasta llegar a la más reciente Huracán (1999), de Norman Jewison, con Denzel Washington en la piel de Rubin Carter. No caben dudas de que el séptimo arte contó cuantas historias fueron posibles sobre tan apasionante deporte. En este factor reside, justamente, que Rocky sea una pieza única y especial. Posee una serie de condimentos que la convierten en un espécimen inigualable: no es un estrictamente biopic, está plagada de clichés y de espectacularidades y posee ciertas excentricidades y exageraciones impropias del mundo del boxeo. Así y todo, es tan fiel y sentimental en transmitir el valor que tiene la redención en el mundo de los puños, que no deja de conmover la forma en que consigue hacer prevalecer al triunfo del espíritu.

La saga que popularizó y elevó al nivel de estrellato a Sylvester Stallone se extendería a una franquicia cinematográfica capaz de convertir a Rocky Balboa en un personaje mítico. Si cada uno de los siguientes capítulos hace hincapié en el factor emocional, esto tiene más que ver con el exorcismo de los demonios que Rocky guarda dentro de sí. Conflictos personales que pesan más allá del deseo de volver a pelear, como tantos regresos heroicos ha contado la maravillosa historia del boxeo, desde Sugar Ray Robinson hasta George Foreman. A la original Rocky, conocida en 1976, le continúa una dinastía de ocho películas que, a más de treinta años de su estreno original, encuentra su renacer, luego de una década y media de olvido, precisamente en el 2006.

Luego de otra década en el olvido, la saga resurgió gracias a la aparición del joven intérprete negro Michael B. Jordan, interpretando al hijo del fallecido púgil Apollo Creed, lo que creó una suerte de renovador spin-off para Rocky. De esta manera, Creed (2015) y su reciente sucesora se debatieron entre la nostalgia de los dramas familiares y la pura adrenalina que refiere a la competencia boxística en sí. Inclusive sin pretenderlo, se convierte en una acertada radiografía del ocaso deportivo que atraviesa cierto sector del boxeo. Tres décadas después de su cénit, la saga sobrevivió con nuevos artilugios visuales al servicio de una historia de conmovedora superación. Una glamorosa y nocturna Las Vegas, ciudad de apuestas y de grandes proezas deportivas a la vez, sirvió de marco para nuevos capítulos de esta hazaña.

Esta secuela de la película Creed, del 2015, encuentra a su antiguo director y guionista Ryan Coogler (Frutivale Station, Black Panther)  cediendo al puesto a manos de Steven Caple Jr., para desempeñarse en labores de producción ejecutiva. Plagada de intertextualidad en citas referentes al mundo del boxeo, la franquicia Rocky vio desfilar históricos referentes del periodismo como Larry Mechant o Bert Sugar, también a jerarcas de la fauna promocional como Lou Di Bella y púgiles de moda como Tommy Morrison o Antonio Tarver  y perennes leyendas como Roy Jones Jr y Andre Ward.

Este nuevo episodio, recientemente estrenado, nos relata el periplo emprendido por Adonis Creed para vencer al célebre hijo de Ivan Drago, el sanguinario boxeador soviético que matara a su padre (Apollo) en el cuadrilátero, en la película estrenada en 1990. Partiendo de este acontecimiento vital para la saga, «Rocky» abraza su melodramático pasado a puro golpe emocional. Creed 2 apela, con previsibilidad y tibieza, a las fórmulas más remanidas del subgénero de films pugilísticos, surcando las superficies de un drama de vínculos afectivos (la vida marital de Adonis) y conflictivas existenciales (el rol de entrenador que Rocky sopesa ocupar), que presta especial atención a lo que ocurre con sus personajes debajo del ring, como condimento esencial a la consabida fábula de ascenso, caída y redención que comprobará la hombría de todo aquel que afronte los desafíos que la vida y el deporte le coloquen por delante.

A fin de cuenta, Rocky, en sus infinitas reproducciones, representa el mito viviente de un nombre propio que se ganó su lugar en la historia, retratando las épicas e improbables hazañas de un destinado a perder, convertido en el héroe que todos alguna vez quisimos ser.

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