Expulsado de varios colegios primarios en su infancia, Gustavo Guevara aprendió los rudimentos de la lecto escritura a fuerza de la mejor de las pedagogías de aquel entonces: los chancletazos de su madre. Ya de mayor, librado al azar de su destino aprendería a los tumbos que a la universidad de la calle es mejor no quedar debiéndole cuotas porque los matones de barrio te lo cobran a golpes y con retroactividad. Por eso se hizo historietista.


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