Los griegos, siempre los griegos. Estos pibes que ahora le tiran piedras a la policía y a los bancos, en otra edad del mundo, inventaron las formas primeras de transmisión profesional del conocimiento. Podemos caer en el romanticismo de la actividad educativa y enumerar los beneficios que la sociedad saca de ella, lo mucho que eleva nuestra condición de tarados cerriles, de cuánto nos salva de (o nos lleva a) las propias mazmorras humanas.

Sin embargo la pedagogía comienza con la intención de comerciar saberes. Oferta y demanda. Tan sencillo como eso. No ya para conocer los rituales que agradan a los dioses, ni el momento propicio para plantar la semilla que le dará de cenar a la tribu durante el invierno. La pedagogía –como técnica– surgió como la promesa mercantil de un saber cuya posesión vuelve a la persona capaz de convencer a otros en el foro público. Eso no la impugna. Cómo enseñar mejor, cómo transferir un conocimiento sobre el mundo es, a qué dudarlo, una tarea ciclópea. Más aún si se da lugar a la pretensión (pos) moderna de que ese conocimiento debe enriquecerse con las voces de quienes lo reciben.

Eso no debe desviarnos de sus avatares. Todos venimos al mundo más o menos del mismo modo: en pampa y la vía, pero no todos nos curamos de la ignorancia del mismo modo, tallan mil factores que todas las pedagogías posibles deben prever y sopesar. Eso hace la diferencia entre una pedagogía del garrote –por cierto efectiva–de otras más amables con la individualidad. Por eso 5 discos 5 de gente que aprendió y luego hizo escuela y, a su manera, la rompió, porque para poder sacarse el “Muy bien diez felicitado” no basta con las propias virtudes, a veces, el que enseña y su método también cuentan.

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El monstruo del armario -2013- Luis Ramiro. Resulta que te pasas la vida escuchando a Sabina, a Silvio, a Luis Eduardo Aute. Resulta que leés a poetas desde que sos pibe y que tu imaginario se puebla de amores tormentosos y urbanos, ¿cómo no aprender? ¿Cómo no comenzar a predicar con el ejemplo recibido? Por eso, en su tercer disco, el madrileño Luis Ramiro llega al clímax de prosa y música despachándose con un disco sin flojeras, compacto, atormentado, en la línea de los cantautores románticos y existenciales que a todos los progres con amores contrariados nos gustan tanto. Una amiga querida suele decir que el cantautor del que hablamos no es más que un “llora-conchas”, un poeta tristón sin rumbos. No estamos de acuerdo. Luis Ramiro es un poeta cantor que aprendió bien de sus maestros y que en algún punto hasta los supera. Por eso lo aprobamos.

 

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Tangos de Ayer – Luis Cardei. Cuando hablamos de tango, pensamos en los maestros de la edad de oro… ¿Pero qué pasa con los cantantes que nacieron luego de esa época? No cometamos el error de olvidar, como algunos pedagogos, a los mejores alumnos que el tango pudo dar. Cardei fue de ellos. Aquejado por la hemofilia, superó sus dificultades mientras pudo y se transformó a sí mismo en uno de los mejores intérpretes del género, en aquellos años opacos en los que el tango había quedado relegado de los gustos populares. Repasó en sus pocas grabaciones el cancionero oficial y con su sola voz sostuvo la nostalgia y los aires de barrio despojando el tango de su pirotecnia orquestal y dándole una vuelta de tuerca al tango intimista de los años sesenta. Tal vez no superara a sus mayores, pero les hacía honor. ¿Qué maestro no espera eso de su transitar educativo?

  

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Redescobrir – 2012 – María Rita. A veces se piensa que los primeros maestros son los padres. Si esto es cierto, la hija de la grandiosa Elis Regina aprendió con la mejor. Quien escuche sus discos y los compare con los de su madre encontrará los mismos ritmos, el mismo fraseo de voz, el mismo espíritu. En algunos casos este remake es fallido, una tragedia que vuelve al ruedo como farsa. No es el caso. Madre e hija se encuentran en un mismo nivel. De hecho, luego de su primer disco, María Rita dejó pasar casi una década antes de abordar el cancionero de su madre. Cuando ya había probado ante todos que se valía por sí misma, cantó y homenajeó a quien le dio la vida. En una de esas, con María pasa lo que decía Bernardo de Chartres: “Que somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no porque la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura”. Algo de eso debe haber.

 

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Patchanka – 1988 – Mano Negra. Alguna vez hubo un primer maestro. Y, como la historia del huevo y la gallina, uno se pregunta cómo aprendió. Y entonces se cansa de las disquisiciones ociosas y acepta que a veces se aprende mirando y escuchando. Acepta que discos como estos hacen escuela, inauguran pedagogías que otros cientos de miles siguen y reformulan. Mano negra, la big band, de la que surgió, entre otros, Manu Chao, ejecutó todos los ritmos: punk, rock, ska, música africana, reggae. Con eso sembró las semillas que, años después, empujarían a que otras bandas redescubrieran el potencial de las músicas nativas de sus regiones, impregnándoles la virulencia y la electricidad de ritmos foráneos. Es decir, con este disco comenzaron a dejar la huella que hace que uno sobreviva incluso más allá del recuerdo que deja en los otros. Y eso solo lo consiguen los maestros.

  

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Back to the light – 1992 – Brian May. Dato curioso que Internet le brinda a quien tenga tiempo libre: Brian May es matemático y astrofísico, divulgador científico y, sobre todo, maestro y profesor (aunque da clases muy cada tanto). Además es aún el guitarrista principal de Queen, aquella banda monstruosa de rock progresivo que lideró Freddy Mercury, mientras le escapó a la parca. May le dedicó su primer disco solista, el mismo que vino a presentar ese año en memorables recitales en la Argentina y con los que cautivó a una generación que conocía solo de oídas la leyenda de aquella banda. En un trabajo que, por momentos, es un calco de su etapa grupera, el guitarrista no hizo más que acentuar las líneas de trabajo previas y le puso más rock al rock, más elementos sinfónicos, donde antes había sinfonía y más pop para las radios acostumbradas a vender solo lo que vende: pop. Un disco que, con más de dos décadas de vida, aún suena poderoso sin dejar de ser amable, rockero, sin abusar de los artificios, y sobre todo actual, como debe ser todo conocimiento que se sabe provisorio y que, por lo tanto, se reformula para crecer.

 

 

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