El exministro Aníbal Fernández dijo, en medio de una disputa de sellos partidarios en el 2005: “A la marcha peronista que se la metan en el culo, muchachos”. La cedía, es cierto, pero luego de buscarla, porque ciertos himnos, ciertos cantos guardan en el ritmo de sus palabras una conexión con poderes que parecen trascender la sola materialidad de la vida. Porque el sonido, más allá de su naturaleza física, tiene un poder simbólico que atraviesa la historia de la humanidad desde mucho antes de poder llamarnos humanos.
El terror por otros medios – Editorial 90
Vivimos una edad del mundo en la que el terror social y sus artífices han cobrado nuevos bríos. No es que antes hubiera desaparecido, como se postuló luego de la caída del muro de Berlín y la consecuente pax norteamericana que, al fin de cuentas, duró menos que un suspiro. Desde que el mundo es mundo, aterrorizar a otros es una herramienta para dominar, para conseguir que los otros den lo que de otro modo no darían. Una herramienta acaso menos sutil que otras, pero herramienta al fin. Una bomba por aquí, un atentado por allá para que algunos se asusten y recuerden que siempre hay disconformes capaces de pasar a mayores, si se les da la oportunidad.
Mata a tus ídolos – Editorial 87
A principios de la década de los noventa, la banda norteamericana Gun´s & Roses promocionaba su disco Use for ilution con un curioso merchandising: la cara de Jesús de Nazaret junto a la frase Kill your idols (mata a tus ídolos). Si bien Durkheim postulaba que sin ellos no hay sociedad, la idiosincrasia nacional tiende a ir por esos rumbos toda vez que desde hace más de medio siglo no hacemos más que bajar del pedestal a toda figura, institución o rol político que otrora fungió de salvadora de la patria. La historiografía cascoteó las leyendas que constituían los próceres nacionales. Luego acabamos con el mito de las fuerzas armadas como reservorio moral patria. Más tarde, los jueces, la política partidaria, la iglesia, el periodismo. Hoy, los docentes. Nos encanta ver al ídolo de ayer caído por nuestra pedrada. Por eso tenemos una malsana fascinación con los cadáveres: los literales (Moreno, Perón, Eva, Aramburu, Rosas, Néstor) y los simbólicos (Maradona, Charly, Monzón, Menem). No somos capaces de convivir con lo que alguna vez amamos. En un movimiento continuo de acción y reacción, deificamos y condenamos al averno. No es que algunos de los portadores de esa prosapia no se lo merezcan, sino que es curioso que nuestras dinámicas sociales busquen de un modo u otro horadar las bases del prestigio de aquello que en algún momento nos ha guiado.
Cuestión de fe – Editorial 86
Tilcara. 1986. La Selección argentina hace una promesa a la Virgen de Copacabana con la condición de regresar para agradecerle. El equipo argentino gana el Mundial. Nunca vuelve a visitar a la Virgen. Río de Janeiro. 2014. Después de 28 años, la Selección Nacional vuelve a jugar la final de la copa del mundo. Rodrigo Palacio la tira por arriba y nos recuerda que nunca vamos a ser felices. También que las promesas incumplidas a entidades religiosas pesan a la hora de definir nuestros destinos.
Ahora bien, ¿por qué en pleno siglo XXI tantas personas siguen creyendo que fuerzas “sobrenaturales” pueden influir en el devenir de sus vidas? O, en todo caso, ¿por qué no deberían creer en eso?
Okupa tu localidad – Editorial 85
Primero la casa, después el auto y por último…, bueno, lo que sea. Algo así decía un consejo biempensante de antaño. Esa sucesión de prioridades cambió. La casa propia es, en los hechos, casi imposible. Douglas Coupland, autor de la célebre Generación X, postula en su novela Planeta Champú que las nuevas generaciones tardan más en dejar las casas de sus padres y que se dan al gasto irrefrenable de cosas superfluas porque no pueden conseguir trabajos con sueldos que les permitan, por ejemplo, pagar un alquiler y mucho menos, una hipoteca. Y de hipotecas imposibles estaba construida la crisis que se llevó puesto al mundo financiero en 2009. Sus consecuencias no son una especulación económica, basta con preguntarles a españoles y griegos.
Pinta tu aldea – Editorial 84
A estas alturas no hay modo de dudarlo: hay una disputa política por los colores que trasciende en mucho lo meramente institucional o partidario. El color es imagen, es sentido, símbolo, identidad. Nos coloca a un lado o al otro del espectro ideológico, nos ubica dentro o fuera de una corriente estética, más acá o más allá de la salud, a un paso de la vida y de la muerte. Nos signa.
Este editorial es pura basura – Editorial 83
Lo más difícil de definir suele ser lo obvio. Los diccionarios dicen que “basura” es la suciedad, una cosa que ensucia y/o los residuos desechados. A su vez, cualquiera de nosotros, podría sostener que la basura es lo inútil, lo que ya no queremos, lo que ya no sirve, lo que no es bueno.
Herramientas. Pedagogías posibles – Editorial 82
¿Existe una receta para enseñar? ¿Hay un ámbito en el que se aprende por definición más que en otros? ¿Aprendemos de todas las personas por igual? ¿Qué es importante que aprendamos?
Y, si no es cuestión de simplificar, tampoco podría ser el objetivo esquematizar, pero, en el afán de ir acercándonos a las pedagogías posibles, la ironía de la murga uruguaya puede venir a salvar la situación con risas.
El Estado de las cosas – Editorial 79
En el número de documento, en un guardapolvo, en los impuestos que se pagan, en los colores de la bandera, en la cadena nacional que interrumpe el programa de televisión favorito, en la decisión de un juez sobre la libertad de una persona, en un satélite que órbita alrededor de este planeta; se encuentra el Estado en multiplicidad de circunstancias, encarnado en diferentes sujetos. Como con la mayoría de las cosas que ya existen cuando se llega a este mundo, se suele naturalizar su presencia, a veces con resignación, otras con indiferencia.
Con mis propias palabras – Editorial 78
Aprendiste el abecedario jugando al ahorcado, la trasposición lúdica de la afasia. El mutismo de aquel que se queda sin aire y sin vibración posible y no puede enunciar libremente lo que desea. Tus compañeros te tiraban las letras que el muñequito no podía articular y a medida que salían desaciertos, acercaban al muñeco a su inminente aniquilación. Después aprendiste las reglas del Tutti Fruti, el juego autogestivo, fácil de improvisar y útil para desarrollar el pensamiento analítico, la idea de categorías generales y el concepto de hipónimos e hiperónimos. Te adaptaste a la falta de papel y te aggiornaste con el repechaje.