Hace algunas semanas Ángela Merkel, canciller alemana, dijo algo que por su lugar en la distribución mundial del poder y por las asociaciones que despierta la historia de su país sonó a tenebrosos augurios para los migrantes del mundo “la sociedad multicultural ha fracasado completamente”. Eso no sólo da cuenta de un fantasma merodeado sobre las políticas actuales sino también de un problema con el que las sociedades no se acostumbran a lidiar: la cuestión de los extranjeros. Tema caro al ideario de las derechas reaccionarias, siempre vuelve a surgir con múltiples rostros cuando las crisis estallan. Es uno de los puntos de fuga hacia donde se dirigen las miradas de quienes no están dispuestos a reflexionar sobre las causas de sus propios errores. La incapacidad de las distintas sociedades por asimilar a los migrantes se encuentra basada en un dispositivo perverso, los necesita como mano de obra barata y a su vez como una entidad negativa desde la cual aglutinar todos esos difusos caracteres que constituyen “el ser nacional”.