Uno de los rasgos que con más frecuencia se relaciona al budismo es el del carácter impermanente de nuestra existencia. En una comprensión simple, podemos decir que el budismo explicita que nada permanece igual. No solo el mundo fenoménico, sino aquello que consideramos el núcleo íntimo de nuestra identidad no es más que un discurrir constante. Nada permanece estable.