El tren no solo funda la revolución industrial, funda también la nostalgia moderna. Un modo de lo nuevo para encarnar una de las tristezas más antiguas, la del adiós. Antes de ahora, puertos y pañuelos blancos despedían a los barcos que se iban. Montados los rieles de un lado a otro del mundo, los andenes y estaciones trocaron el escenario de las despedidas. La nueva herramienta que unía velozmente los puntos de un territorio acrecentaba las distancias, pues no hay peor lejanía que aquella que puede cubrirse rápidamente para nada. Cuando el adiós es definitivo, no hay tren bala que llegue a la estación de la dicha. Peor aún cuando los trenes son argentinos y lo gestionan peronistas.
El fin de la política, el comienzo de la utopía – Andén 75
Nuestra última rancierana se caracterizó por un gesto anti-rancierano: el de someter el análisis conceptual sobre la política a la valoración de una serie de manifestaciones y formas de ser de lo político, fuertemente identificables en nuestra actualidad sociopolítica y cultural. Aquellas que se daban a través de la construcción mediática del asco y de una crítica de la democracia a partir de una exigencia de purificación moral de la sociedad.