Los adolescentes tienen sexo. Esa es una verdad de Perogrullo. Incluso los padres más preocupados por los quehaceres sexuales de sus hijos no pueden evitar que estos indaguen en lo más primal de la naturaleza humana. Negarles una sólida formación sexual tanto dentro de su núcleo familiar como en el ámbito educativo es coartar su libertad. Ningún ciudadano debería ignorar la existencia de las múltiples formas de ejercer el placer y las correspondientes normas de profilaxis que aseguran la persistencia de cualquier práctica de esta índole e incluso de la vida misma.
Como comunidad fallamos gravemente al estar debatiendo aun hoy el grado de información sexual con el que un adolescente debe contar. Dejar el tema en manos de la familia, de los amigos, de los medios de comunicación es librar al sujeto al prejuicio moral y religioso, la manipulación, la distorsión del conocimiento. El estado debe garantizar para sus ciudadanos en formación un cúmulo de conocimientos que incluya no sólo la necesaria, pero timorata al fin, educación que busque su cuidado sino también aquella que le muestre que no sólo puede ejercerse una vida heterosexual. El estado debe estar un paso adelante del individuo y acogerlo sea cual fuere la identidad sexual que acabe por ejercer. Aceptarlo y por ende incluirlo. No coaccionarlo ni direccionarlo. No buscamos una sociedad más heterosexual, sino una sociedad más plena, más solidaria. No hay en los planes de estudio sobre la materia mención alguna a las prácticas homosexuales que claramente tienden a variar con respecto a las más tradicionales. L@s jóvenes gays y lesbianas son informados con algo que no satisface las necesidades que sus prácticas habrán de plantearles. Si esto no se hace desde la familia, el estado, instancia superior de contención del individuo, debe hacerlo. Incluir la diferencia, llamar a su aceptación y promoverla. En lo puro no hay futuro.
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Una sabia norma del código penal argentino grava fuertemente con años de cárcel a quienes distribuyan material pornográfico a menores de edad con la caratula “corrupción de menores”. Esto es algo indiscutible desde el punto de vista legal. Sin embargo es hora que discutamos el rol de la pornografía en la constitución del imaginario sexual de los adolescentes. Los avances de las no tan nuevas tecnologías le brindan acceso a cualquiera a un universo multimedia donde lo más extraño e incluso lo más patológico es de fácil adquisición. Fotologs, Blogs, webs, mms, msn, y un sinfín de protocolos de intercambio de información dan pie al descubrimiento de una sexualidad para la que no están preparados los jóvenes, y muchas veces los mismos adultos. Y esto es así porque el erotismo, el porno (entiéndase que no son lo mismo) son aun consideradod como una aberración. Y acaso en su constitución actual, en especial el segundo, lo sea. No cunden los estudios sobre el género, uno de los más prolíficos e interesantes del cine y la fotografía. Acaso sea osado proponerlo aquí, en estas páginas, pero desde el plano artístico y educativo debería pensarse en un porno formativo. En una pornografía edificante, que no cosifique los cuerpos y las relaciones sino que se constituya como un muestrario de las posibilidades humanas del goce. L@s adolescentes de tres generaciones fueron formando su imaginario sexual con películas y fotografías que reproducían, y aun lo hacen, la teatralidad burda de los prejuicios y los estereotipos. El cineasta canadiense Bruce LaBruce, acusado de corromper a 2 generaciones de homosexuales con su filmografía, ha intentado hasta el hartazgo cambiar esta tendencia. Un insipiente movimiento en los países bajos busca tímidamente darle lugar a la mirada de la mujer en la cámara pero no puede despegarse del todo de las exigencias de la industria que en su mayor parte dirige sus productos al público heterosexual. Es cierto que la sola visión del acto sexual no da cuenta de todas sus posibles dimensiones pero brinda, a quien conoce poco, una idea general del cuadro. Que esta idea sea una idea fructífera, formadora, que valga la pena ser reflexionada es algo que debería meditarse de una buena vez. El sexo no es sólo un don que los dioses nos han dado para honrarlos, es una práctica que deberíamos ejercitar del modo más autoconsciente para honrarnos a nosotros mismos■