El Resquebrajamiento del régimen menemista y su continuadora, la alianza, ayudaron a parir el primer género verdaderamente original del siglo XXI argentino: la cumbia villera.

Emergente feroz de una década signada por el desmantelamiento del estado y la instalación del individualismo hedonista como cosmovisión nacional, la pobreza encontró en la cumbia su forma más acabada de exhibición. Capaz de expresar el escenario socioeconómico en el que las masas postergadas vivían, las primeras producciones de Pablo Lescano, creador del género, sacudieron lentamente a la música de Latinoamérica.

 

La cumbia villera es una de las manifestaciones más impactantes de lo que muchos consideran “el otro”. El otro pobre, el otro negro, el otro villero, el otro drogadicto. Ese que no pertenece, que es extranjero en esa periferia centralizada de las ciudades. Lo que impactó de esa aparición fue que ese otro se reivindicaba así mismo, que se sabía distinto y lo proclamaba orgulloso. No sentía vergüenza de vivir en una villa miseria (porque la pobreza estructural allí lo anclaba), no se avergonzaba por escuchar cumbia, ir a una bailanta o haber estado preso (porque ese es el destino impuesto por la estructura formadora del lumpen-proletariado). Y lo más curioso es que ese otro era capaz de vender discos (sin contar la piratería), ser líderes en convocatoria en toda América del sur y rotar en todas las radios del género.

De modo semejante al de Rodrigo, que renovó el cuarteto a través de la aceleración del ritmo y la adopción de una temática costumbrista, Lescano, junto a sus grupos Flor del Piedra y Damas Gratis, dio un paso más allá de la cumbia del momento. La ralentización del ritmo imprimiendo una cadencia monocorde y sobre todo sus tópicos sobre consumo de drogas, peleas carcelarias, sexo casual y violencia convirtieron a la cumbia villera en un género fácilmente discernible de otras variantes de la cumbia.  Esta cumbia extraña no era ya la cumbia simpática de Ricky Maravilla que bailaba Carlos Menem en los programas de televisión, ni los ritmos con coreografías pegadizas de finales de los noventa (Comanche, Los chakales, Ráfaga). Este otro ritmo hacia foco en un sujeto que amenazaba con robar y de hecho lo hacía. Era  aquel que robaba lo que el otro ganaba con esfuerzo, el que esperaba el caos político para iniciar los saqueos. Ese era el otro que describía la cumbia villera. A esa gente le cantaba Pablo Lescano, y aun lo hace.

A diferencia de lo que suele se suele pensar de ella, hay una amplia elaboración detrás de su sonido (en el caso de de Damas Gratis, que es su mayor exponente). Pero más aun de su poética. Reelaborando los postulados de Diego Vecino en su Blog http://haciaelbicentenario.blogspot.com/2009/06/100-negro-cumbiero.html Lescano consigue “interpelar a sujetos nacidos en sociedades presionadas hacia los extremos de una lógica de subsistencia histérica y terminal”. Vecino, a pesar de los gravísimos errores que comete en la historización de la cumbia y en el trazado de su genealogía, acierta al considerar “la inmovilidad social incuestionable de los sectores populares, la ausencia de trayectoria, a pesar de la fama”. Como se relata en el citado blog, el veto a la presencia de Lescano en la Feria del libro de Frankfurt por no ser considerada su producción representativa de la cultura nacional de la clase media bien pensante, o los cuestionamientos a su versión del Himno a Sarmiento frente a una audiencia pacata y temerosa que celebraba el 99 aniversario del primer gobierno patrio desnudan el entramado ideológico de un sistema que niega sistemáticamente cualquier forma cultural nacida de las canteras de mano de obra. Es más, niega la existencia de expresiones culturales ya que no puede haberla allí, en esos topos utilizados para amenazar al trabajador explotado que teme perder sus pocos beneficios. Quien vive en una villa esta allí porque quiere, porque es un vago, porque no le gusta trabajar por lo tanto es un desaparecido, no está, no es.

Lescano, como el mencionado Rodrigo, como Gilda aglutinan a su alrededor un universo de palabras, de vivencias y sentires que no tienen lugar en la cultura estándar. Al pobre, que no es una entelequia del izquierdismo progresista, sino un hombre o una mujer o un travesti que tiene hambre, que no tiene hospitales ni agua corriente ni servicios de ningún tipo, no le interesan las penas de aquellos que se fueron de exilio a París porque ellos son exiliados fronteras adentro al igual que los pueblos originarios. Al pobre no le interesa la narración de los perseguidos políticos porque lo ha sido desde siempre. “en la casa del pobre hasta el que es feto trabaja” dice el grupo Calle 13, en sintonía con el ideario de Damas Gratis. El pobre no purga sus temores y angustias yéndose de vacaciones. El pobre se muere por fumar paco. Es un excluido porque no consumió la cantidad necesaria de proteínas para desarrollar su capacidad mental. El pobre es encarcelado por considerar que el derecho a vivir no se mendiga, se toma. Y va y mata si es necesario, y va y se compra zapatillas de $600 porque sabe que mañana estará muerto, y tiene televisión por cable porque es más barato y accesible que los ladrillos que no podrá pagar para suplantar el techo de chapa.

Es cierto que Lescano y la cumbia villera no citan al Das Heilige de Rudolf Otto ni su sonido remite al Helikopter-Quartett de Karlheinz Stockhausen. Su aspecto y el de sus seguidores no son ni el de Boris Vian ni el de Thomas Wolff. Sin embargo su existencia es tan vital, palpable e impórtate como la de aquellos ya que lo que hacen da cuenta de esa franja realidad que miramos sin ver, que pensamos sin analizar.Hya más de lo que a simple escucha creemos encontrar: reelaboraciones del Reggae y el dub, un parentesco más o menos evidente con la cumbia colombiana, con el narco-corrido del norte de México, con la canción de protesta, con la narración testimonial. Siendo este un periódico que amplia que circula en ámbitos docentes Invito a los lectores de buena voluntad a escuchar cumbia villera sin prejuicios. A colocar el cd y dejarse atravesar, por desagradable que parezca o sea su escucha, por lo que expresa el otro, por las conexiones que voluntaria o involuntariamente este otro entabla con la cultura oficial. En parte porque los más jóvenes no hacen nuestras distinciones de mala fe, en parte porque citando a Octavio Paz “Para que pueda ser, he de ser otros, salir de mi, buscarme entre otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia”■

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