Shhhh!!
(shiitas)
Desde el colectivo vi sobre la avenida Las Heras unos afiches de los compañeros de CTA que decían: más estado. Pensé que está muy bien empapelarles esas paredes en las que hace sesenta años se escribió viva el cancer pero también volví a pensar, una vez más, de qué Estado hablamos, más Estado para qué, quién es el Estado, etc.
También, cada vez que -caprichosa y unilateralmente por supuesto- se cuelan estos temas entre los pasajeros del colectivo y llegan a algún lugar de mí, recuerdo lo que le escuché decir a Ricardo Forster acerca del Estado: ojo con pedir tanto Estado… tanto Estado. Dejemos de santificarlo un poco, y para eso es bueno cada tanto volver a leer a los anarquistas.
Bajé del 92 y me fui a dar una vuelta por el MNBA, sin saber que aquello que buscaba (cómo se representa el yo en el paisaje en las pinturas del romanticismo) iba a encontrarlo unos minutos después, en vivo y en directo, en el salón de actos de la facultad de derecho.
A la izquierda y cerca de la salida encuentro mi lugar. Mientras leía «El rayo de luna» de Gustavo Adolfo Bécquer (siguiendo en la misma búsqueda pero ya en la literatura) los románticos peronistas se enfrentaban a los fundamentalistas del silencio, los racionalistas shiitas.
De pronto, me tocan el hombro: ex compañeros de militancia de un partido de centroizquierda me saludan afectuosamente:
– ¡Ey! ¿Cómo andás? … bueno, nosotros estamos ahí- me dice señalando las gradas laterales.
– Ahí está D’elía- respondo muy afectuosamente
Mi ex compañera se pone pálida, trata de apoyarse en el respaldo de mi butaca pero no lo logra y cae al piso. Pido un médico a la izquierda, urgente. La asisten y por suerte ya se siente mejor. Al rato la veo saltando y gritando que Pino es un gorila y yo vuelvo al MNBA, a la sala del surrealismo latinoamericano.
Por fin llega García Linera y comienza su clase magistral: la construcción del Estado.
A lo primero que hace referencia es a la reconfiguración de los Estados nacionales y de qué forma cuando se habla de sus nuevos roles, una mirada distraída podría confundir el pensamiento anarquista con el neoliberal.
Habló durante más de dos horas en una clase que fue una materia entera, con conceptos ordenados, poniendo música a palabras como hegemonía, crisis, ruptura, orden, coerción.
Habló con la sabiduría, pero también con la ternura, de un padre que llega a su casa y encuentra a su hijo vestido con sus ropas. El niño arrastra los pantalones y va perdiendo los zapatos enormes mientras corre a recibirlo. Don Alvaro lo alza, los zapatos caen, se sienta, lo sienta sobre su rodilla y le explica que para que esa ropa le quede bien tiene que alimentarse de forma sana, ir a la escuela, ser un buen chico, solidario con sus compañeros, estudiar mucho, ser honesto y voluntarioso.
De toda su exposición elijo algunos conceptos:
– Nos explicó (el “nos” fue un rapto de modestia y humildad que acabo de abandonar) que para lograr cambios tan profundos, que al menos se parezcan a revoluciones, es necesario transformar el estado: de lo contrario, lo que hay son administraciones más o menos progresistas de lo mismo.
– Recordó que el socialismo no lo hacen los gobiernos, lo hacen los pueblos. Pero que el gobierno tiene la responsabilidad de apuntalar las construcciones colectivas que vayan en ese sentido, hacia ese horizonte socialista.
– Sugirió que para entrar en ese camino hacia el socialismo hay dos cosas que no pueden faltar: control de los recursos naturales, es decir recuperación del control sobre ellos, y asamblea constituyente.
Salgo a la calle y entro a la sala del costumbrismo: una mirtalegran progre le dice a sus dos compañeras que mirá que lujo, igualito a Cobos. Como si el mendocino hubiese nacido de un repollo olvidado debajo del sillón del senado o le hubiese ganado la interna a Laclau■