No hay nada de nuevo en el bicentenario de la Argentina, el día 26 será igual al 25, los problemas nacionales, acuciantes muchos de ellos, estarán allí, aguardándonos, entre el barro y el hambre, entre la corrupción y la hipocresía política. De nada sirve olvidarlo porque entre los festejos y los juegos de artificio habrá millones que no lo harán.
Y deberíamos pensar que los festejos patrios por definición siempre dejaron a alguien a fuera. Al gaucho, al indio, al inmigrante, al obrero, al pobre, al gay, a la mujer, al discapacitado. Ese otro que ha quedado afuera en la historia aún lo está en el presente. Porque los pequeños avances no son completos, porque ninguno ha sido del todo honesto ni ha generado un consenso mayoritario, siquiera circunstancial. El Kirchnerismo no vota a favor del matrimonio gay porque el peronismo reciclado haya comprendido la humanidad de la cuestión, sino por oportunidad política. Y aunque repare una deuda histórica, cosa utilitariamente loable, con ello aún le queda mucho por andar ya que ninguna reivindicación u otorgamiento de derechos es propiedad de un partido.
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Algo que se ha mencionado hasta el hartazgo en los últimos días es la falta de un proyecto integrador de “toda” la sociedad, como en apariencias lo fue el de la generación del centenario. Yerran gravemente quienes piensan que ése es el punto focal. Hay una dimensión del quehacer político que ha sido relegada al arcón de los recuerdos más banales: la figura del legislador como educador. Quien hace la ley debe dar un ejemplo a la sociedad, debe demostrar una conducta tanto a aquellos cuyos intereses representa como a los que no.
En principio, que esto no ocurra es obra de la misma política que desespera de liderazgos autocráticos en vez de dar lugar al poder de la discusión. Y en segundo, porque el legislador ha olvidado que es un demiurgo, un creador de realidades, un formador de conductas, pensamientos, ideas, reflexiones sobre el pasado, el presente y el futuro de una sociedad. Legisla para los que son, fueron y serán. Cada ley entabla una relación única con aquellas que viene a corregir, subsanar o suprimir. En cada ley que el legislador pone a consideración del cuerpo colegiado de sus pares dialoga con el pasado y con los proyectos que lo atravesaron. En cada nueva ley hay un diálogo con la sociedad por venir, con los descendientes de esta generación, a modo de legado, de cimientos que otros habrán de considerar si deben o no ser horadados. No tener esto presente es aún más grave que no tener una hoja de ruta con la cual enfrentar el porvenir.
Por eso en estas conmemoraciones, hijas también de un proyecto antiguo sobre la patria y sus habitantes, no es la falta de proyecto cabal de país lo que se le debe reclamar a los dioses o a los hombres, ya que eso es una consecuencia. Lo que debemos pedirnos, al detenernos cansados a tomar un respiro, es la aparición de una estirpe de legisladores que, sea cual fuere su extracción política, no rehúya su obligación de debatir con los viejos y aún vigentes proyectos nacionales. Porque son esos mismos proyectos que hoy se ensalzan los que nos han dejado aquí, extraviados, mirando el cielo preguntándonos por qué, aquí en esta tierra perdida de dios, no bastan doscientos años para que todos los habitantes de la argentina coman caliente y sientan esperanza■