Las noticias caen como bombas arrojadas al azar; bombas silenciosas que desparraman huesos y carne quemada, y la verdad hecha escombros. Con la irrupción de la TV por cable y la Internet, esas bombas quedaron legitimizadas y son de uso casero; cualquiera puede informar y el panorama se vuelve confuso, siniestro.

El poder siempre se ha servido del lenguaje como herramienta de construcción de la mentira. Así, los romanos impusieron el latín, no para comunicarse con los pueblos conquistados sino para que pudieran comprender sus mentiras, para trocar un camino de dominación militar por uno discursivo. Cortés no se conformó con engañar —español mediante— sino que aprendió el náhuatl para convertirse en un intermediario de la mentira, en un juglar del engaño. Cortés tenía la voz, sus palabras se oían en ambas orillas, y eso lo convertía en autoridad. Hoy los medios son los que tienen la voz, los que se sitúan en medio de los beneficios estatales y privados, son los que coquetean con ambos poderes, son la voz de ambos poderes.

Ya suena obsoleto hablar de multimedios cuando las corporaciones se los han tragado y los han vomitado en formas más siniestras y peligrosas; los multimedios contaminan las mentes y también los órganos del cuerpo. Un inocente manual de escuela, que transita por las manitos de miles de niños, tiene como origen una nefasta historia de contaminación y corrupción. Para sintetizar: la tinta de esas hojas no es tan fresca como aparenta.

El control propagandístico de los medios siempre se dio en complicidad de los privados con el Estado, así se han introducido necesidades y creencias en la opinión pública.

Y se creó una comisión de propaganda gubernamental, conocida con el nombre de Comisión Creel, que, en seis meses, logró convertir una población pacífica en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra y destruir todo lo que oliera a alemán, despedazar a todos los alemanes, y salvar así al mundo[1].

El gobierno de Wilson se valió de los medios para convencer a la población de que había que ir a la guerra. También se valió de los intelectuales, cuyas voces son las que le dan legitimidad a los discursos políticos e ideológicos. John Dewey y sus entusiastas seguidores, quienes se autoconsideraban “los miembros más inteligentes de la comunidad”, fueron los artífices de esa campaña y de otras entre las cuales se incluyeron las del desprestigio hacia los comunistas y  hacia los trabajadores. En 1937 durante una huelga del sector del acero en Johnstown, los empresarios innovaron un método de persuasión cuando vieron que los matones y las amenazas no hacían declinar la actitud de los trabajadores, decidieron demonizarlos y enfrentarlos con la opinión pública.

Se presentó a éstos como destructivos y perjudiciales para el conjunto de la sociedad, y contrarios a los intereses comunes, que eran los nuestros, los del empresario, el trabajador o el ama de casa, es decir, todos nosotros. Queremos estar unidos y tener cosas como la armonía y el orgullo de ser americanos, y trabajar juntos. Pero resulta que estos huelguistas malvados de ahí afuera son subversivos, arman jaleo, rompen la armonía y atentan contra el orgullo de América, y hemos de pararles los pies. El ejecutivo de una empresa y el chico que limpia los suelos tienen los mismos intereses. Hemos de trabajar todos juntos y hacerlo por el país y en armonía, con simpatía y cariño los unos por los otros. Éste era, en esencia, el mensaje.[2]

Basta con recordar a Feimann repitiendo este discurso ante cualquier huelguista o piquetero. Y Feimann es sólo una parte insignificante de esa gran urdimbre que conforman hoy los medios en La Argentina. Ya Deleuze hablaba de la legitimización del discurso que se produce a través de los estamentos científicos e intelectuales que fueron borrados de los medios y reemplazados por pseudos intelectuales recluidos detrás de una supuesta “intención” de llegar a “la gente”; y como “la gente” es idiota, qué mejor que servirse de emisores de idénticas competencias para así facilitar la comunicación. Y como todos nosotros somos “la gente”, nos vemos obligados a consumir lo que de tan gentil manera se nos ofrece filtrado por esos especialistas que tanto trabajan para que nosotros (los idiotas) podamos comprender la realidad.

El hecho de que la propaganda y la publicidad se fundan cada vez más está íntegramente ligado a la transformación de los medios masivos en corporaciones; basta un ejemplo fresco y actual: el gran diario Argentino lanzó una campaña que no sé muy bien en qué consiste (en materia de premios), pero sí hay algo que es muy claro: cuenta la historia de un individuo que pertenece a nuestro grupo, a “la gente”, que tiene la dicha de estar esperando un hijo, y paradójicamente gana un viaje al mundial de Sudáfrica. Bien, Rizzuti debe elegir entre ver el mundial o presenciar el nacimiento de su hijo, y nosotros tenemos que ayudarlo brindándole nuestra opinión.

Rizzuti es un tipo entrañable, un laburador, familiero y esas cosas, argumentan desde la corporación del clarinete. La historia ya se ha transformado en novela y es lógico, es el mundial y la posibilidad de ver a Messi y cía. ¿Qué trabajador resistiría tal oferta? En síntesis, Rizutti duda y sufre, ergo, Rizutti es un pelotudo; o tal vez Rizutti sea el eje de un pensamiento perverso resumido por Reinold Niebuhr gurú de George Kennan y de los intelectuales de Kennedy:

La racionalidad es una técnica, una habilidad, al alcance de muy pocos: sólo algunos la poseen, mientras que la mayoría de la gente se guía por las emociones y los impulsos.

Aquellos que poseen la capacidad lógica tienen que crear ilusiones necesarias y simplificaciones acentuadas desde el punto de vista emocional, con objeto de que los bobalicones ingenuos vayan más o menos tirando.[3]

Clarín posee la capacidad lógica, y nos quiere emocionar a nosotros, los bobalicones; entonces, Rizutti pone en segundo plano el nacimiento de su hijo, y todos lo comprendemos: “es el mundial” dice “la gente”.

Se me ocurre que esto es muy coherente teniendo en cuenta quién emite el mensaje. Clarín da por sentado que para “el hombre común” un mundial de fútbol es más importante que el nacimiento de su hijo. Festejo la coherencia de la señora de Noble, ya que es sabido que para ella los nacimientos y los hijos carecen de importancia, porque lo mismo da tenerlos por medios naturales, que secuestrarlos, robarlos o comprarlos

[1] Chomsky, Noam. El control de los medios de comunicación.

[2] Chomsky Noam. Ídem anterior.

[3] Chomsky, Noam. Ídem anterior.

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