Soy una persona a la cual el mensaje del evangelio ha influido muchas veces a lo largo de mi vida. Y me ha inspirado muchas veces para tomar posturas o decisiones. He participado en varios de sus proyectos y lo sigo haciendo.  He visto muchas veces llamar la atención de otras personas el hecho de que yo tuviera algo que ver con la iglesia, por cómo pensaba en temas de política.

Es difícil explicar cierta pertenencia a una institución tan contradictoria. Bueno, si hablamos de contradicciones en instituciones… ¿dónde no hay contradicciones, empezando por mí mismo?

Es que el mensaje del evangelio realmente es fuente de inspiración para comprometerse con el cambio de la sociedad. La vida de sus primeras comunidades, en donde “vivían unidos y compartían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y propiedades y se repartían de acuerdo a lo que cada uno de ellos necesitaba”, ya mostraba un modo distinto de vida, el compartir y no el competir.

Y cómo no sentirse solidarios con el deseo de aquellos cristianos perseguidos por el poder romano, aquella iglesia de las catacumbas,  a la que Constantino  terminó haciendo religión oficial y así pasó a ser poder.

La iglesia ha tenido a lo largo de la historia representantes, frente a una misma situación, de posturas opuestas, miembros progresistas o revolucionaros a la vez que otros conservadores y reaccionarios. ¿Qué es lo que hace que de una misma iglesia  salgan posturas tan divergentes? ¿Es que el mensaje de su figura central, Jesús, fue ambiguo? ¿Es que una vez más el poder logró  fagocitar para sí un movimiento que lo pone en riesgo?  A mí me parece que el mensaje del evangelio no es ambiguo. Centra la atención en el amor al prójimo. El tema es no sacar de contexto para utilizarlo en intereses personales.

Si hablamos de América, desde la conquista tenemos hombres de la iglesia que estuvieron del lado de los invadidos y masacrados, como  el obispo Antonio de Valdivieso, asesinado en Nicaragua en  1549 por la familia Contreras, típica representante de las enquistadas en el poder político y económico o como Fray Bartolomé de las Casas, quien llegó a ser obispo de Chiapas desde 1543. Ambos, como tantos otros, fueron abanderados de la defensa de los pueblos originarios, aunque representaban a la misma institución cómplice de las conquista.  Y qué lugares tan importantes en la lucha de liberación latinoamericana que estamos mencionando. En particular, la revolución Sandinista en Nicaragua, donde los cristianos jugaron un papel fundamental a fines de los 70 del siglo XX.

En las luchas por la independencia también hubo un gran compromiso que provocó situaciones irregulares o de ruptura con la Iglesia. Por ejemplo, según registros, durante la Independencia mexicana, 122 sacerdotes formaron parte de las tropas insurgentes, 37 fueron fusilados, entre ellos Miguel Hidalgo y José María Morelos, quienes habían sido excomulgados; y sólo 20 fueron fieles a las fuerzas realistas.

Hablemos ahora del compromiso de la iglesia con el cambio de estructuras.

¿Revolución de los corazones o de las estructuras?

Dice Paulo Freire que es una ilusión, que no es posible transformar el corazón de los hombres dejando intactas las estructuras sociales, en las que el corazón no puede ser sano.

Es que la misma evolución del hombre, en la que tengo esperanza, hará que vayan cambiando el corazón y las estructuras. El tema es el ritmo de los pueblos, los tiempos y destiempos, y el poder. Quienes quieren mantener sus privilegios no querrán modificar las estructuras que favorecen sus privilegios. Sólo la unidad en la lucha del resto logrará el cambio. La revolución de los corazones y la transformación radical de las estructuras en recíproca relación de causa, consecuencia y garantía una de la otra.

Volviendo a Freire, hace referencia a tres tipos de iglesia: la tradicional, considerada refugio de las masas que tienen prohibida su palabra, pero suplican al cielo, a la vez que renuncian al mundo “malo” de sus opresores; La modernizante, relacionada con reformismos que preservan el orden establecido; La profética que se compromete con las clases sociales dominadas para, con ellas, hacer la transformación radical de la sociedad. Denuncia y anuncia a través de la praxis real, y considera al conocimiento científico como condición necesaria. Es en esta iglesia donde se gesta la teología de la liberación.  Su temática no puede ser otra que aquella que emerge de las condiciones de las sociedades dependientes, explotadas, invadidas y la necesidad de las contradicciones que explican tales situaciones. Es profética, utópica y esperanzadora.

Dentro de esta iglesia profética también tenemos en Argentina al movimiento de sacerdotes para el tercer mundo, nacido a la luz del Concilio vaticano II, convocado e inaugurado por Juan XXIII, desarrollado entre 1962 y 1965, con Paulo VI ya como Papa desde 1963, autor de la influyente Encíclica Populorum Progressio , del 26 de marzo de 1967. Es el mensaje de 18 obispos del tercer mundo del 15 de agosto de 1967, con Helder Cámara entre ellos, el que provoca  que un grupo de sacerdotes argentinos decida, ante la escasa difusión que tenía, promover una adhesión pública e invitar a “trabajar con todas las fuerzas para poner en práctica el contenido evangélico y profético del documento”. En enero de 1968 ya 270 sacerdotes la habían firmado. Fueron los periodistas que al querer referirse a este grupo que se estaba formando, lo denominaron “sacerdotes del tercer mundo”. Posteriormente los mismos sacerdotes cambiaron  ¨del¨ por ¨para¨. Luego vendrían numerosos documentos del movimiento a la vez que en la Iglesia se producía  la segunda reunión de los obispos de América Latina en Medellín, del 26 de agosto al 6 de septiembre de 1968, con su documento de conclusiones y su consecuencia en Argentina, el Documento de San Miguel (abril 1969 ): declaración del Episcopado Argentino sobre la adaptación a la realidad actual del país, de las conclusiones de Medellín.

 Estos sacerdotes se fueron comprometiendo con la realidad de la clase trabajadora, siendo parte de ella y de sus luchas. Rescato un par de declaraciones de la heroica CGT de los argentinos: en aquel maravilloso programa del 1ero de mayo de 1968, referido a los religiosos de todas las creencias, dice: “sólo palabras de gratitud para los más humildes entre ustedes, los que han hecho suyas las palabras evangélicas, los que saben que el mundo exige el reconocimiento de la dignidad humana en toda su plenitud, la igualdad social de todas las clases como se ha firmado en el concilio” (Vaticano II )… Y, refiriéndose al mensaje de los obispos del tercer mundo, copia: “La Iglesia durante un siglo ha tolerado al capitalismo… pero no puede más que regocijarse al ver aparecer en la humanidad otro sistema social menos  alejado de esa moral… La iglesia saluda con orgullo y alegría una humanidad nueva donde el honor no pertenece al dinero acumulado entre las manos de unos pocos, sino a los trabajadores obreros y campesinos”. “Ése es el lenguaje que ya han hablado en Tacuarendí, en Tucumán, en las villas miserias, valerosos sacerdotes argentinos y que los trabajadores quisiéramos oír en todas las jerarquías¨.

Aclara que “los más humildes” con lo cual los obispos quedarían afuera, pero finalmente da a entender, al decir que quisieran oír en todas las jerarquías, que en algunas había compromiso con la justicia. Obispos como De Nevares, tan presente en la lucha de los trabajadores del Chocón.

En enero de 1970, en el documento  “El camino del pueblo”  “los gremios independientes de Córdoba hacen llegar públicamente la Adhesión y apoyo a la declaración de Santa Fe de los sacerdotes para el tercer mundo y la señalan como ejemplo de compromiso para todos quienes luchan por la liberación de los hombres y naciones oprimidas, en especial de América Latina”.

Los coordinadores del movimiento de sacerdotes para el tercer mundo de Argentina, expresan en su documento del 27 de junio de 1970:

“El orden nuevo al que muchos hombres aspiran ha de configurar una sociedad socialista: una sociedad en la que todos los hombres tengan acceso real y efectivo a los bienes materiales y culturales, en la que la explotación del hombre por el hombre constituya uno de los delitos más graves. Una sociedad cuyas estructuras hagan imposible esa explotación.

Para que ello sea factible consideramos necesario erradicar definitivamente y totalmente la propiedad privada de los medios de producción. Vale decir: erradicar para siempre el concepto de la empresa basada en el lucro como incentivo para el trabajo.

Esto significa  aspirar a un tipo de hombre capaz de poner sus dones al servicio de la sociedad, a una sociedad capaz de proporcionar  a cada hombre todo lo necesario para su pleno desarrollo”.

 

¡Que así lo hagamos!■

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