Guillermo Martínez (Bahía Blanca, 1962), Doctor en matemáticas, acaso por eso creador de un universo donde la cultura es un personaje desinencial, descrito elípticamente para no revelar su sustancia primera en las historias que cuenta. ¿Por qué? Porque sus personajes son seres atravesados por la alta cultura, hombres y mujeres de carrera, pensadores, integrantes de un círculo áulico del saber que han logrado una posición intelectual en el mundo de las ciencias y la filosofía para quienes la realidad, a pesar de los conocimientos adquiridos (o a causa de ellos) los increpa al punto tal de dejarlos al borde de la aporía, del silencio irreductible de la paradoja moral y la contradicción.

Los crímenes de Oxford

 Llevada al cine por Alex de la Iglesia en 2008 (Acción mutante, 1993. El día de la Bestia, 1995. La comunidad, 2000.) presenta a un joven y brillante becario norteamericano (Elijah Wood) que, recién llegado a Oxford, se ve envuelto en el crimen de una anciana científica . Al mismo tiempo un prestigioso profesor de lógica que se negaba a dirigir la tesis del primero (John Hurt) recibe una nota advirtiendo que ese crimen no sería el primero. La relación entre ambos, más allá de ser un contrapunto del tipo Pregunta/respuesta del tipo socrático, da lugar a una descripción de las miserias de la vida académica y del mundo intelectual.

De la iglesia, con marcado tono policial, parece querer dejar en evidencia las falencias morales de personajes que consideran que la realidad es sólo un objeto sobre el cual operar más que un campo de acción que los interpela. Las limitaciones para vincularse de un modo no académico, la carencia de un don de gentes que les permita entablar relaciones sin la necesidad de demostrar a cada instante su nivel intelectual es el primer escollo a evadir antes de la resolución de los distintos episodios de la trama; y es aquél que no puede resolver aun cuando la realidad se les impone. A pesar de todas sus ciencias, y en ocasiones muy graciosamente, olvidan aquella sentencia kantiana que reza que la realidad siempre es más fuerte que cualquier filosofía. Escondidos tras la máscara de un saber-cultura que los preserva del torrencial devenir del mundo, aplican, cual neuróticos que se masturban con su propia intelectualidad, las mismas categorías y los mismos métodos para sentir la frustración ante un logro que nunca es total. Los planos de los ojos de ambos protagonistas al final del film disparan en ellos (y en nosotros) una  resignificación retroactiva (nachtraglichkeit) monumental y agobiante donde ningún producto del conocimiento es suficiente para aplacar el malestar de verse, sino vencidos, al menos burlados.

Acerca de Roderer

 No es ésa la primera vez que Martínez se detiene en personajes que son hijos dilectos de la cultura y que al mismo tiempo fallan en integrarse a ella. En Acerca de Roderer (Planeta, 1992) el personaje que da nombre al título padece, en plena adolescencia y de forma más grave que los personajes de Oxford, ese aislamiento recubierto de lecturas. Un genio oscuro, como dijo la crítica, inmerso en búsqueda extraordinaria. Personaje de corte borgeano, como Funes, como Pierre Menard; Roderer lee, investiga, construye y reconstruye vastas teorías en busca de algo, que no tan en el fondo como el lector sospecha lo separe, lo distancie tanto como le sea necesario para entender que es una de las formas del aislamiento. Alexander Pope sentenció una vez “el saber aislado es un saber triste”, pero eso sólo es una noción para otros, no para Roderer. El mundo exterior es una negación para él, su única importancia es ser la ocasión de su búsqueda.

  ¿Negaciones?

 ¿Martínez niega la virtud de “la cultura de elite”? No. Su intensión es contar una historia (dos, tres, infinitas) pero de paso parece advertirnos que en la adquisición de cultura ocurre un fenómeno que separa al hombre de lo que lo rodea. Erich Fromm en libros como El arte de amar o Ética y psicoanálisis utiliza un término muy llamativo: la separatividad. Aquello que le impide, aunque lo intente, volver al árbol del que se bajó alguna vez. Eso que ha obrado en la inserción del hombre en la sociedad y que se vuelve elemento constitutivo de su andar por el mundo. El malestar de Freud, La Nada sartreana. Un sentimiento que denota una carencia y que intenta llenarse con saber y con libros y películas y danzas y teatro y músicas, expresiones seculares del ritual que nunca bastan.

Esta separatividad, y su consecuente malestar es lo que lleva al diseño de políticas culturales en toda sociedad y en toda ocasión. Ninguna  fantasía futurista por distópica que fuera ha dejado de presentar un paneo de las políticas culturales por venir pues Aun en las sociedades más derruidas a presencia o la ausencia de una política de este  tipo ES una política cultural. Claros ejemplos son  Fahrenheit 451 de Ray Bradbury (1953) (versión fílmica de François Truffau 1966), Equilibrium (Kurt Wimmer 2002), V de vendetta (Alan Moore 1988 – versión fílmica de los hermanos Wachowski 2006) donde la política cultural impuesta y ejercida se basa en la prohibición explícita de fomentar tal actividad. Porque a decir verdad, si bien presenciamos a diario expresiones culturales diseñadas para el dominio, el sojuzgamiento o el lizo y llano adormilamiento de grandes masas de personas, la cultura por diminuta que sea su expresión siempre es liberadora del malestar aun cuando lo acentué. Uno de los personajes de Un mundo feliz de  Aldous Huxley (1932) aun bajo los efectos del somnífero cultural desarrolla una profunda curiosidad por los avatares pensantes del pasado. La versión de cinematógrafo que homenajea a este personaje, interpretado por Sandra Bullock en la película protagonizada por Silvester Stallone (Demolition man – Marco Brambilla 1996) es una fan de las propagandas cantadas del presente. Y esa curiosidad la salva de la chatura de su sociedad.

¿A que viene esta enumeración que apiña libros y películas e interpretaciones culturales? A que la cultura posee una cara bifronte puesto que del mismo modo en que la corrección política nos obliga a pensarla  como un aporte fundamental a la vida de los individuos y de la sociedad también debe hacernos pensar en su carácter alienante cuando se la utiliza como máscara que oculta las falencias de los individuos para tanto desde una visión macro (como política socail) como micro (el individuo en sí mismo). La cultura como Pharmakon, que significaba para los griegos remedio y veneno a la vez■

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