Llegamos al final. La inmensidad del Barroco en general y de la producción bachiana en particular, ha sido abordada de mi mejor manera. De que quedó mucho material para conocer, no me cabe la menor duda. Sin embargo, creo que el camino que anduvimos fue lo suficientemente amplio, y a veces complejo, para que ustedes realicen el suyo. A modo de season finale y luego de recomendarles un camino interesante a seguir, vamos a escuchar una obra de Bach que dejó una huella imborrable en mí, ya que tuve el gran placer de sufrirla y amarla mientras pasó por mis manos.
Antes de ingresar en el terreno de la maravillosa Partita en do menor, me interesa recomendarles varias obras que, a mi gusto, son necesarias a la hora de conocer el repertorio bachiano para instrumento solista. En esta oportunidad no abordaremos las que son para instrumentos de cuerda (BWV 1001-1012), pero mi sueño será un poco más reparador si al menos se las nombro: las suites para violoncello solo (BWV 1007-1012) y las sonatas y partitas para violín solo (BWV 1001-1006).
Las Variaciones Goldberg para clave (BWV 988) forman parte del repertorio obligado de cualquier oído curioso. Representan al Bach más acabado. Podemos considerarlas dentro del grupo de sus obras teóricas y más abstractas. Resumen toda la historia de la variación barroca[1]. Son treinta variaciones sobre un bajo de chacona con ritmo de zarabanda (cuestiones morfológicas que no vienen al caso, pero que sirven para ilustrar las dimensiones de este tema, que no es un tema así nomás). Estas variaciones están agrupadas en diez grupos de tres, de las cuales la tercera es siempre (excepto en la variación 30) un canon[2]. Cada canon está a intervalos[3] distintos: el primero es al unísono, el segundo a la segunda, el tercero a la tercera, el cuarto a la cuarta, etc.; hasta la variación 27, que es un canon a la novena. Las variaciones que no son múltiplo de 3 conforman un manual de composición barroca: Bach escribe danzas, sonata en trío, quodlibet, etc. Estos recursos formales tenemos que asociarlos siempre al tema principal, y no por capricho, sino porque Bach deriva de éste 30 variantes de las más diversas, explotando los recursos del teclado, exigiendo al tecladista que resuelva las dificultades técnicas (muchas y muy complejas) sin hacer de esta obra un mero despliegue de destreza manual: se trata de una obra con una amplia paleta de colores que pintan muchos cuadros que siempre refieren al mismo. Simplemente genial.
Partita para clave N° 2 en do menor BWV 826.
Esta obra está aquí y ahora no por un deber profesional sino por puro placer y afecto personal. Me gusta tanto que quise dejarla para el final. Sin duda, las Goldberg es una obra mucho más importante, pero no me importa. Hecha la salvedad, ahí vamos.
Esta hermosísima colección de danzas fue escrita en Leipzig durante los primeros años de su estadía en esta ciudad. Consta de seis números: Sinfonía – Allemande – Courante – Sarabande – Rondeau – Capriccio. En cada uno de estos Bach logra condensar el estilo contrapuntístico germano dentro de los estilos francés e italiano que prescribe cada título.
La Sinfonia está escrita en tres partes, como el título lo indica. La primera está en el estilo de obertura francesa y tiene características muy señoriales presentadas bajo la forma de acordes desplegados en arpeggiato[4]. La segunda parte está en clave de preludio y es, a mi gusto, uno de los momentos más conmovedores de toda la obra. La marcha andante y calma de la mano izquierda apoya la melodía movediza y a veces angustiante de la mano derecha. La tercera parte es un fugado allegro a dos voces, muy rítmico y cuenta con apariciones de armonías muy tensas dentro del tema mismo.
La belleza y dulzura de la Allemande es sólo comparable con las emociones más nobles que quepan en nuestro espíritu. Sin haber un tema claramente establecido, Bach convierte la célula inicial en un eje formal sobre el que girará la pieza. El trabajo contrapuntístico en esta oportunidad está también construido sobre dos voces que intercambian melodías como en una conversación, pero dejando muy claro que la voz aguda es la que lleva al oído en el recorrido musical. Esta pieza es semejante a la sección media de la Sinfonia.
En la Courante el aspecto contrapuntístico adquiere mayor complejidad debido a la cantidad de voces que intervienen (cuatro). No me atrevo a anunciar la presencia de una fuga, sin embargo hay elementos imitativos clarísimos y es más que evidente la existencia de un tema y el desarrollo de sus elementos en las distintas secciones. Respecto del carácter, me resulta bastante incisiva y potente. Sus figuraciones rápidas le otorgan cierta electricidad a la pieza y es muy contrastante con las que la rodean (Allemande y Sarabande). ¿Puedo decir que es muy bonita?
La Sarabande duele. En general escucho versiones bastante movidas para mi gusto. En esta pieza en particular, mi intención fue tocar a una velocidad que me permita adolecer cada nota. El plan armónico elegido por Bach (bastante conservador, por cierto) transcurre de modo que los afectos[5] sugeridos nos atraviesen y nos conduzcan a zonas muy claras y a otras muy dolorosas y terribles.
El Rondeau nos hace volver de ese momento de introspección y nos avisa que falta poco para que la obra termine. Es de esas piezas que nos incita a mover la cabeza de lado a lado (ya van a ver). Si bien, como en todos los números de la Partita, el Rondeau está en do menor es la más alegre de los seis.
El Capriccio es la condensación de toda la obra, expresado en una mezcla de virtuosismo, imitación, suspenso y majestuosidad. El tema de la segunda sección es la imitación del tema de la primera sección, pero por movimiento contrario. Es una obra en sí misma y es inagotable. Siempre se le descubren nuevos detalles, no importa cuántas veces se la haya escuchado, tocado o estudiado.
Cada danza de la Partita en do menor pareciera tener vida propia, podría no formar parte de este conjunto. Pero al mismo tiempo, Bach logra una obra orgánica en la que cada pieza está relacionada con las otras y se remiten recíprocamente. Obras como estas son las que nos hacen callar tanto porque su inmensidad impide la linealidad conceptual, como porque invitan a un silencio reverencial cada vez que suenan. Uno se podría pasar horas enteras escuchando esta obra y es posible encontrar cada vez más belleza en ella y, en cada audición, es necesario admirar aún más a Juan Sebastián Bach■
[1] Bukofzer, M, La música en la época barroca, Alianza Música, Madrid, 1994, pág. 304.
[2] Canon: sí. Es lo que hacían en la escuela con La Lechuza, Fray Santiago (que son la misma) y otras. Una imitación exacta. En el caso de los cánones infantiles, el intervalo elegido es siempre el unísono (misma nota).
[3] Un intervalo es la distancia entre una nota y otra. Los intervalos pueden ser armónicos (las notas suenan simultáneamente) o melódicos (las notas suenan sucesivamente). En este caso, el intervalo es la distancia entre la nota con la que empieza el canon y la nota con la que empieza la imitación. Una tercera es, por ejemplo, la distancia que hay entre la primera y segunda –segunda y tercera, y tercera y cuarta- nota cantada antes del comienzo de la letra de Let’s Dance de David Bowie (el Ah, ah, ah, ah).
[4] El inicio de I will survive de Gloria Gaynor sería una variante muy desarrollada de este concepto.
[5] La elección de las tonalidades y los afectos es TODO un tema.