«Yo no tengo una personalidad, yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.» (Oliverio Girondo «Espantapájaros», 1932)

Contradictoria consigo misma, nuestra historia es una suma de desencuentros profundamente establecidos por fuerzas antagónicas, territorios no descritos aún pero inconfundibles, canales afluentes que fluyen en una recolección de 500 años y un poco más, ventoso maná de crónicas, opiniones, cartas, escritos y polémicas, críticas de sueños encontrados; la literatura no fue ajena al fantasma de la realidad. Por un lado los Ellos, por el otro, Nosotros. Las fuerzas telúricas de la entelequia argentina tal vez pertenezca a lo que quizás solamente sea un pésimo relato ficcional bajo el eufemístico Civilización y Barbarie, nacidos para la batalla acérrima y que tomaron varios nombres: unitarios y federales, fascistas, dictadores, radicales, peronistas de izquierda y de derecha, izquierdistas de centro y de derecha, anarquistas del primer mundo. Parece ser más que una obligación pararse para saber dónde se encuentra hoy el campo cultural de producción, circulación y consumo de las letras para encontrar esas astas de una literatura que nunca nació.

 

«¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!»

Los Ellos (la civilización) fueron la fuente donde emanó el poder de determinación de la crítica, la cede de decisión de quienes consideró idóneos para detentar los buenos escritores, los buenos periodistas, los buenos jueces, los buenos presidentes y los buenos ejércitos. Nosotros (la barbarie) fuimos rechazados y olvidados a una condena sin nombre. Tal vez sea hora de que Nosotros tomemos la palabra que Ellos van perdiendo. Pero no para hacer una enumeración de vejámenes y violaciones antaño (recientemente) cometidas, sino la suma de elementos conducentes para deconstruir y a partir de allí formar nuevos centros, observar para vislumbrar las zonas de tensión en donde se generan la mayor cantidad de obras siempre acuñadas de periféricas. Los Ellos controlaron los medios, los mecanismos de selección que pudieron corresponder con sus estilos para dominar sus vanguardias que también formaron las nuestras. Pero no la de todos, no la de los Incas, no la de los Wichis, no la de los Huarpes, no la de Los Quilmes, no la de los Mapuches, no la de los Amaicha. Nosotros, también, como los Ellos, nos hemos olvidado de los Otros.

«Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de transatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derechos a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca…»
Esa tensión entre lo Ellos (sede del poder) y los Nosotros marca, sin embargo, un estilo peculiar y autónomo, con una historia común de prejuicios y personajes que hablan siempre con restos de discusiones pasadas. Escribo «sin embargo» porque el estilo particular de cada autor es lo menos personal y autónomo al ser simplemente la suma de otras voces, de otras referencias discursivas, de recuerdos de una literatura leída, de una estética, de una determinación del cómo se debe escribir. El escritor argentino se debate en un idiolecto heterogéneo de voces de tensión obnubilada, agazapado ante un debate estéril que sigue marcando las líneas y los márgenes de nuestra literatura. Los escritores, Ellos: la derecha, los Macri, los Videla, los Posse, los Lanata, los Echeverría, los Sarmiento, los Casares, los Rojas, los Aramburu, los etc., etc.; los escritores, Nosotros: los Cortázar, los Sábato, los Dolina, los Rodolfo Walsh, los Tuñón, los Hernández; y quizás nos hayamos olvidado de los Otros: …

«En Vez de Contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡Pues no señor! Cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de los demás…»

Si el origen de todo poder es la violencia, cierto es entonces que los Ellos se sostienen a través de ella, así como Buenos Aires se sostiene no sólo por sí misma sino por el sustento de ciudades pequeñas del interior; así como el imperio se sostiene por la succión de las riquezas de los países periféricos; así como los Ellos tomaron la tierras que hoy poseen exterminando a los Otros (pueblos originarios y otras identidades colectivas). Así, hoy, esas mismas fuerzas olvidadas y clandestinas, reclaman su parte trascendente más allá de los márgenes de un estilo particular. Ya son muchas las voces que se oyen. La necesidad de un Estado plurinacional es una obligación para los escritores comprometidos.

«Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente…»

Buenos Aires, en lo que se refiere a las letras ha sido y es la vidriera donde confluyen los Nosotros y los Ellos. Ejemplos hay muchos, ha dado muestra al mundo de un género singular nacido del modesto montevideano Bartolomé Hidalgo, el gauchesco; ha puesto en exhibición una de las mejores prosas de la literatura americana con la obra del sanjuanino Sarmiento; ha sido una de las sedes o capitales del modernismo, que renovó y de alguna manera sigue renovando la prosa y la poesía de la mano del cordobés de Río Seco, Lugones; ha dado lugar a la literatura policial con Rodolfo Walsh, o a la historieta que presenta al héroe colectivo de Oesterheld; ha sido cuna de uno de los escritores más geniales, Jorge Luis Borges. Y me quedo corto sin nombrar a Pizarnik, Storni, Viñas, Tuñón, Puig y tantos otros. 

«El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo que prefiero renunciar a cualquier cosa…»

Piglia dice que Borges detuvo esa tensión desmesurada entre los Ellos y Nosotros y que esas fuerzas, en la literatura, convergen en su obra. Al detener esa tensión Borges paralizó a las próximas generaciones inmediatas a él. Por tal motivo fue una sombra paterna durante la literatura del siglo XX. Yo pienso, humildemente, que no es así. Creo que sintetizó la lucha por la hegemonía de las voces de los Ellos y los Nosotros y tal vez así dejó abierta una ventana a las voces de los Otros. Una posibilidad de transformación y cambio, de escuchar a quienes no han dado al consumo su bien más sagrado, su palabra; y así dejar de…

«…  esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda…»
* (Oliverio Girondo «Espantapájaros», 1932) ■

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