Se sabe que aquí en Brasil el ganador de la primera vuelta electoral siempre se impuso en el segundo turno. Ergo, Serra no debería ganar. Y respecto de la segunda, la matemática, dicen todas las encuestadoras, incluso las más mimosas con el candidato de la oposición, que la señora está cada vez más cerca de los 50 puntos, mientras que él apenas si arañó los 40.
Viendo las imágenes que nos llegan desde la Francia de Sarkozy es inevitable la evocación del denominado “mayo francés”, o “mayo del 68”. ¿El común denominador entre ambas manifestaciones? Un rechazo categórico a los malos modales del sistema capitalista para con los seres humanos. Y aunque dicho mayo fue, digamos, saldado con una convocatoria a elecciones, entre los “descamisados” del ’68 quedó germinando esta idea hecha lema: si las elecciones sirvieran para algo estarían prohibidas.
Traduciendo la sentencia del francés al portugués nos preguntamos ¿van a servir para algo las elecciones del próximo 31 de octubre en Brasil?
Dilma Rousseff vende continuidad, es decir mantener la “moneda Lula”, que en una cara muestra los esfuerzos realizados para concretar la incorporación de 30 millones de personas al mercado de consumo y al de servicios básicos. Y que en su otra faz deja en evidencia una grosera distracción en la tarea de acortar la brecha que separa a unos pocos muy ricos, de millones muy pobres. En eso Lula prefirió seguir la tradición de no tocar los inoxidables intereses de quienes constituyen la “santísima trinidad” de la todopoderosa burguesía local: banqueros, terratenientes y dueños de medios de difusión. Entonces, si la delfina de Lula tiene palabra y honra sus compromisos, ella tampoco los incomodará. Y lo hará así no sólo por seguir la huella de su barbudo predecesor, sino también en parte para pagar las facturas contraídas en tiempos de campaña. Recuérdese que más de un centenar de empresarios le “donaron” al PT cerca de 30 millones de dólares para renovar su alquiler del Palacio do Planalto.
Si los rojos con estrella vienen así de condicionados para un probable tercer mandato, le pregunto, ¿qué podría esperarles a brasileñas y brasileños si un error de la historia y de la matemática pusiera al inefable José Serra al mando del timón? Acertó: con-ti-nui-dad. Y preste atención, que con-ti-nui-dad no es lo mismo que continuidad. Esa forma de acentuar las palabras –lugar que Serra frecuenta con insoportable frecuencia–, significa que en un eventual gobierno suyo los asuntos de la élite, además de no ser siquiera rozados, recibirían una generosa ducha de blindaje. Pero además, en el entendido de que cualquier avance social provoca escozores en los pisos de arriba, don José podría tentar al Oscar con una versión paulista de Edward Scissorhands, el joven que usaba sus manos de tijera para podar plantas, sólo que Serra, además de plantas, podaría los recursos fiscales que podrían permitir poner otras plantas, asistir a quienes las plantan y darles crédito a aquellos que quisieran tener su primera planta, aunque sea sólo una.
Vuelvo sobre mis pasos y me ratifico: sólo una jornada migrañosa de la historia y de la matemática harían a Serra presidente. En cuanto a la primera disciplina, se sabe que aquí en Brasil el ganador de la primera vuelta electoral siempre se impuso en el segundo turno. Ergo, Serra no debería ganar. Y respecto de la segunda, la matemática, dicen todas las encuestadoras, incluso las más mimosas con el candidato de la oposición, que la señora está cada vez más cerca de los 50 puntos, mientras que él apenas si arañó los 40.
Ahora claro, convengamos que a veces la historia nos tiene preparadas algunas ininteligibles jugarretas. Como dijo don Aldous, “quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”.
Y qué decir de la bochornosa actuación de las encuestadoras, que en la primera vuelta electoral jugaron 851 partidos y no ganaron uno solo. Si esto fuese o futebol ya estarían todas en la serie B. Pero no, un poco de barniz a seguir jugando a dios, apostando doble contra sencillo que esta vez sí adivinarán.
Bastante lejos de estos nuestros ruidos y de todo cuanto ellos pudieran conducir hacia el lema del “mayo francés”, en cuestión de días cerca de 156 millones de ciudadanos del Brasil terminarán de darle forma a este “octubre brasilero”, inaugurado el 3 y por ser clausurado el 31.
“Será una nueva fiesta de la democracia”, dicen en portugués toda suerte de opinadores y comentaristas que salen en la televisión pidiendo a los ciudadanos que sean responsables, que honren a sus muertos pero que antes pasen por las urnas. Pasa que el martes 2 de noviembre será feriado –Día de los Fieles Difuntos–, y se teme que el fin de semana largo se transforme en ausentismo el domingo de votos, llegando incluso a superar el nivel del día 3, cuando 24.6 millones de electores no fueron a votar.
A propósito de democracia, portugués, ausentes y muertos, no resisto la tentación de hacer esta digresión. Qué estará diciendo de todo esto don José Saramago, que murió mas no está muerto. Saramago, que en portugués de Portugal, un día alumbró: “todo se discute en este mundo menos una única cosa: no se discute la democracia. La democracia está ahí, como si fuese una especie de santa de altar de quien ya no se esperan milagros pero está ahí como una referencia. Y nadie se da cuenta que la nuestra es una democracia secuestrada, condicionada, amputada, porque el poder del ciudadano se limita a la esfera política. Nada más. Las grandes decisiones se toman en otra esfera. Las grandes organizaciones financieras internacionales, los FMI, las organizaciones mundiales de comercio, los bancos mundiales, las OECDE. ¿Cómo podemos seguir hablando de democracia si aquellos que efectivamente gobiernan el mundo no son electos democráticamente por el pueblo?”.
La mesa estará servida desde las ocho de la mañana de ese último domingo de octubre. El rol de invitados incluye a 135.804.433 personas. Nueve horas después, esa gran mesa será levantada para luego quedar archivada durante los próximos cuatro años. Con la llegada de la hora 19 de ese mismo domingo sabremos, de forma oficial, si el próximo debate que se instalará aquí en Brasil será “¿lo correcto es decir presidente o presidenta?” O si por el contrario la lucha volverá a las viejas trincheras (“esas que nunca debió haber abandonado”, agregaría un petista de la hora primera).
El primer miércoles del noviembre próximo, el telón habrá caído y los actores y actrices de estos episodios de octubre seguramente ya habrán completado el vuelo de retorno a su Olimpo. Desde ese miércoles millones de brasileros comenzarán a darse cuenta, a destiempo, de que en este escenario de la democracia una vez más les hicieron creer que les habían asignado el rol estelar pero en realidad terminaron apenas como actores de reparto. Y concluirán también, no exentos de desazón, que cualquier coincidencia con el pasado no es producto de la casualidad.
Llámese Dilma, llámese Serra, ese miércoles del mes once, Saramago y los muertos del “mayo francés” estarán gozando de muy buena salud. ¿No es acaso que cada pueblo tiene el mayo y el octubre que merece?■