La imagen del inmigrante ha sido, es y será constantemente recurrida desde todos los rincones del universo del arte. ¿Ingenuidad? ¿Estilización? ¿Realismo? ¿Verdad? Partamos de la puesta actual de El Conventillo de la Paloma de Santiago Doria en el Teatro Nacional Cervantes para pensar una posible aproximación a esta imagen.
El Conventillo de la Paloma, obra de Alberto Vacarezza, fue estrenada en el año 1929, convirtiéndose con el curso de la historia en la primera pieza teatral argentina en cumplir cien funciones. Al momento del estreno el tópico de la inmigración se encontraba absolutamente instalado en una sociedad fundamentalmente preocupada y atemorizada frente a la posibilidad de ascenso social y político de los extranjeros que llegaban a estas tierras o de sus hijos. Frente a este cuadro epocal, este tipo de teatro denominado sainete intentaba, de alguna manera, trasmitir una mirada estilizada, que a través de la comicidad y el aire festivo de la pieza llevara algo de sosiego al público, al tiempo que una imagen – la mayor parte de las veces – ridiculizada del inmigrante casi con un “efecto neutralizador de su peligrosidad”.
¿Qué vemos hoy?
Quizás frente a la recepción actual de El Conventillo de la Paloma, más allá de la justificación que se invoca desde la instancia de producción respecto del 80° Aniversario del estreno de la obra y el homenaje a los pasados 50 años de la muerte de Vacarezza, sería pertinente cuestionarnos, sobre todo ante la impresionante afluencia de público con que cuenta la obra en cada una de sus funciones, respecto de si hoy significa un reencuentro identitario, un regreso a los orígenes, a ese crisol de razas que conformaron nuestros padres, abuelos o bisabuelos y del que la mayoría descendemos o si se trata de una forma sumamente distanciada de enfrentarnos al fenómeno inmigratorio hoy. Tal vez se jueguen ambos. Lo que es claro y no deja lugar a dudas es que en este pretendido rescate del sainete se realiza un cabal homenaje al género sin ninguna actitud manifiesta de resignificación (por lo menos desde mi óptica).
Hay que destacar de la puesta de Santiago Doria el reencuentro patente con el conventillo, no con el real desde luego pero sí con el que proponen este tipo de obras dramáticas; y por otra parte un gran respeto al género, el rescate de lo festivo en este tipo de piezas, pocas veces tan bien encarnado como en los pies de Juan Carlos Copes. En definitiva, un elenco de grandes figuras y una escenografía imponente que sabe aprovechar el escenario giratorio del Teatro Nacional Cervantes permitiéndonos visualizar tanto el interior como la entrada del conventillo confluyen en la creación de un ambiente pintoresco, agradable y amable, en concordancia con lo que el propio director declarara en una entrevista publicada por La Nación días antes del estreno “El sainete es una pieza cómica, popular, corta, destinada a entretener y divertir.”
Miradas varias y funciones del arte
Finalmente, el llamado a reflexión, no sólo sobre esta pieza en particular, sino sobre qué mostramos cuando hacemos arte, los que hacemos arte y qué buscamos los que asistimos a lo obra de arte, cualquiera sea su formato.
Este género en particular, conocido más precisamente como sainete de pura fiesta, permite un abordaje en que quedan absolutamente invisibilizada la tensión, el conflicto. Entonces todo transcurre y se resuelve armoniosamente y lejos de la pretensión de realismo (tensión hay en casi, si no todos, los ámbitos de nuestra cotidianeidad) cae en la creación de un universo fantástico en el que finalmente todos bailamos y celebramos juntos. Interrogante abierto: ¿qué significa o qué función cumple hoy volver a visitar este tipo de obras?
La obra de arte, en sentido general, puede cumplir infinidad de funciones según cómo su realizador desee o se permita mirar su objeto de representación, pero lo que pone a la vista del espectador es a la vez decisión sobre lo que le oculta. El arte es también ese juego entre lo que se dice y lo que se calla, lo que se denuncia y lo que se tiende a naturalizar. Y en la base (adelante, en el medio y detrás, en todos lados) lo ineludible: la ideología.
Ahora bien, no todo es responsabilidad del artista, el público, consumidor de esta industria, elige, asiste, festeja, se emociona, aplaude. Otro interrogante a abrir: ¿queremos ver “verdad” o preferimos distracción? ¿Pensar frente a y luego de la obra u olvidar?■