Una vez más nos acercarmos a una obra de arte no sólo para “mirarla”, sino también con afán de mirarnos. “Sólo soy un hombre humano” repetirá Fray Cicillo (encarnado por Totó) en Pajaritos y Pajarracos de Pier Paolo Pasolini y nos permitirá preguntarnos si tenemos salvación y de dónde puede esta provenir.
Pier Paolo Pasolini: aquel cineasta que supo instalar la polémica ideológica.
Pier Paolo Pasolini nació en 1922 en la ciudad italiana de Bolonia y fue asesinado en 1975 en Ostia, un puerto cercano a Roma. Al principio, el ragazzo da vita Giuseppe Pelosi (conocido también como Pino la Rana) confesó el crimen por supuestas causas sexuales, pero en 2005 se desdijo revelando que, en realidad, por lo menos tres hombres fueron quienes entre insultos le propiciaron a Pasolini la brutal paliza que lo llevó a la muerte, el cadáver presentó además mutilaciones y signos de haber sido atropellado varias veces. Pasados 30 años se reabrió el caso que se supone tuvo móviles políticos y derivó en la muerte de este artista que por vida y obra se convirtió en una gran molestia para cierto sector de la Italia de los años 60 – 70.
Pasolini fue escritor, dramaturgo, poeta, ensayista, crítico y cineasta. Hombre de arte y de política, en tiempos en que la praxis artística y la teoría convivían en estrecha comunión. Una de las definiciones de cine que nos legó rezaba que el séptimo arte era “la lengua escrita de la realidad”, lo cual le valió no pocos reproches y críticas de teóricos como Christian Metz, Umberto Eco, Emilio Garroni o Gian Franco Bettetini, representantes del campo de análisis semiológico[1].
Aquí nos ocuparemos de su obra cinematográfica Pajaritos y Pajarracos (Uccellacci e Uccellini, 1966), realizada en medio de una crisis ideológica del autor tras la muerte de Palmiro Togliatti, quien entre 1927 y 1964 había sido el Secretario General del Partido Comunista Italiano. Se trata de un filme que toma uno de los tópicos principales de la modernidad: emprender un viaje incierto. Así, Totó y Ninetto Inocente (padre e hijo respectivamente) recorren un camino sin muchas marcas de certeza en compañía de un particular cuervo, según Domènec Font la película “funciona como [una] parábola moral organizada en bloques metafóricos…”[2]
Y ahora ¿quién podrá salvarnos?
La secuencia en la que nos detendremos es aquella en la que este extraño personaje que acompaña a nuestros viajantes, el cuervo que se presenta como hijo del señor Duda y de la Señora Consciencia, proveniente del país Ideología, indica que vive en la capital Villa del Futuro, Calle Karl Marx N° 70 veces 7 y del cual se aclara antes del comienzo de la segunda parte de la película que por si hubiese alguna duda, el cuervo es un intelectual de izquierda de la época anterior a la muerte de Palmiro Togliatti, les cuenta una historia para amenizar el viaje.
En cierto momento del recorrido, el pájaro introduce que la religión es la fuerza que los saca adelante (a los hombres) a lo largo de un camino que nadie conoce, no importa lo que sean, campesinos u obreros. Un camino que los conduce lejos, adonde todos los caminos del mundo se encuentran. Ese será su pie para comenzar a relatar una historia que data del 1200, de cuando San Francisco encargó a Fray Cicillo y a Fray Ninetto la misión de evangelizar a los prepotentes halcones y a los humildes gorriones. Advertirá enseguida que cualquier coincidencia con nuestros días no es casual.
Así, la historia se adentra en las peripecias de los dos frailes para llevar a estas especies la palabra de Dios. En el primer caso, el de los halcones, un año entero pasará Fray Cicillo en silencio bajo promesa de no moverse del sitio en que se ha arrodillado hasta encontrar la manera de afrontar la difícil tarea. Se suceden estaciones y burlas hasta que descubre, final y gloriosamente, el lenguaje que le permitirá comunicarse con las criaturas aladas para llevarles el mensaje de amor divino. Piando les transmite el mensaje de amor que le ha sido encomendado.
Convencido del cumplimiento de la primer parte de la misión, se dispone a predicar a los gorriones, pero tras el mismo período de un año para aprender su lengua se decepciona al corroborar que estos no lo entienden. Ha equivocado la manera. Deberá lidiar también, en esta ocasión, con todo el “circo” que el pueblo monta a su alrededor, lo enmarcan en un altar, ponen puestos varios de venta ambulante, celebran procesiones y le atribuyen falsos milagros. Tal como el mismísimo Dios hecho hombre deberá “echar a los mercaderes del templo” para volver a concentrarse en encontrar la vía de comunicación propicia. Viendo jugar a Ninetto, Cicillo tiene la gran revelación y nota que los gorriones se comunican entre sí dando pequeños saltos, así intenta llevarles la buena nueva, pero estos creen que la gran noticia trata de montones de trigo y mijo y no del amor de Dios.
Feliz y dando loas por haber logrado convertir a los pájaros se enfrenta con la cruda realidad: un halcón se come a un gorrión. Acongojado por lo infructífero de su trabajo pregunta a San Francisco por qué estas especies se pelean y masacran, dudando incluso de la posibilidad de revertirlo. El santo responde que todo se puede con la ayuda del Señor y finaliza su prédica diciendo que:
Hoy, a más de cuarenta años y en tiempos de todos contra todos, de constante presencia de desigualdades, de violencia y de tantos otros males que se interponen entre los hombres vale reiterar la advertencia del cuervo: Cualquier coincidencia con nuestros días no es casual■