Los movimientos sociales de resistencia a las políticas neoliberales desde los años 90 se encuentran hoy en un nuevo escenario y ante situaciones que pueden plantearse como desafíos para su anhelo liberador.
Movimientos sociales
Los profundos cambios que la implementación de las políticas neoliberales generó en la vida cotidiana de los sectores populares se reflejaron en las características de los movimientos sociales que se fueron conformando a partir de la organización de la resistencia. Estos movimientos no constituyen meramente la organización de un sector social que se identifica por su función estructural y reclama al Estado por el cumplimiento de sus derechos, sino que también han hecho hincapié en el desarrollo de su propia capacidad para producir y reproducir la vida frente a las condiciones de vida que imponía la hegemonía neoliberal.
Esta nueva situación en que el Estado dejaba a los sectores populares generó condiciones para que las organizaciones desarrollaran propuestas mucho más radicales y abarcadoras de las esferas de la vida de lo que fueron las experiencias organizativas anteriores. En este sentido, las organizaciones populares constituyeron espacios de socialización claramente alternativos a los que se inscribían en las lógicas de lo instituido hegemónicamente y se desarrollaron a partir de una dinámica motorizada por la radicalidad con que encaraban los desafíos de la resistencia y las oportunidades de la autonomía.
Moralidad emergente y ética de la liberación
Esta dinámica interna en los movimientos sociales puede pensarse como resultado de la legitimación de una moralidad emergente dentro de las mismas organizaciones. La moralidad emergente opera en el sentido de la quiebra de las totalizaciones, la crítica y superación de los límites de lo instituido. Son muchos los hitos en la vida de las organizaciones que pueden identificarse como momentos en esta lógica de moralidad emergente. También, cada una de ellas tiene su propia historia, única. Pero de modo general, todas suponen el momento de constitución de un colectivo a partir de la interpelación por el otro hambriento, por la mujer oprimida, por el niño cosificado, por el analfabeto, por el guaraní invisibilizado. Cada uno de estos momentos fue el origen de una moralidad emergente que modificó a la organización misma en diversos aspectos, pero principalmente en las reglas que rigen sus prácticas tanto en relación a las formas internas de organización como a sus formas de participación, es decir, en cada uno de estos momentos se pone en escena un sentido de responsabilidad alternativo al instituido.
A pesar de la rápida enumeración, cada uno de estos momentos supuso fuerte compromiso y grandes esfuerzos. En primer lugar, un fuerte compromiso con la eliminación de cualquier forma de opresión aquí y ahora, y en función de ello poder transformar nuestras prácticas con los esfuerzos que ello demanda. Un ejemplo de esto se plantea al interior de una organización social cuando deciden implementar guarderías para que madres y padres puedan participar de los espacios de toma de decisiones en la organización. Entonces, había un espacio físico donde se guardaba a los niños -como si fueran cosas- hasta tanto sus padres pudieran recuperarlos. Cuando esta situación se hizo visible en esos términos, tomando conciencia del niño como otro en una situación de opresión, no puede haber vuelta atrás: de allí en más se ponen los centros de desarrollo infantil, que tuvieron por fundamento la consideración del niño como sujeto de derecho, antes que algo a ser guardado. Pero este cambio requirió y requiere hoy para su sostenimiento de una capacitación permanente, del compromiso para la previsión de la propuesta para el encuentro con los niños, de la asignación de un espacio adecuado y de un número de compañeros, etc. Y también hubo procesos más complejos en tanto encontraron mayores resistencias conservadoras: por ejemplo, en torno a la igualdad de oportunidades para el desarrollo en la militancia de las mujeres.
Retomando e intentando aclarar, podemos decir que esta dinámica del desarrollo de las organizaciones estuvo sustentada en una ética. Para afirmarnos en esta dinámica de la moralidad emergente que consideramos virtuosa, hemos de intentar aprehenderla en sus principios para concebirla más fácilmente y para poder sostenerla coherentemente. Estos aspectos podemos encontrarlos elaborados en la propuesta de Enrique Dussel de una ética de la liberación. Él propone: “el punto de partida es el otro […] ética e inevitablemente (apodícticamente) desde el Otro en algún aspecto dominado (principium oppressionis) y afectado-excluido (principium exclusionis)” ante el que somos responsables por cualquier decisión. Entonces, encontramos un fundamento ético para esta dinámica que legitima una moralidad emergente que reconoce la dignidad del otro oprimido/excluido: “[…] hay muchas opresiones o exclusiones, hay muchos frentes de liberación […] es necesario descubrir en cada ‘frente’ un proceso concreto, teórico, práctico, ético. La contradicción no es: reforma o revolución. Sino ‘mutación’ histórica de muchos sistemas (parciales, secundarios, regionales, nacionales, mundiales, etc.) que necesitan reformas parciales, más profundas, reformas globales, cambios revolucionarios, etc.”
Movimientos sociales, Estado y Liberación
A partir del agotamiento del modelo económico y político neoliberal y del protagonismo de los movimientos sociales, se verifica un cambio en la relación entre el Estado y los movimientos sociales que plantea situaciones menos claras para las organizaciones. La novedad la constituye el nuevo tipo de encuentro entre estas dos esferas que en principio van en dirección contraria: por un lado los movimientos sociales afirmando las alternativas emergentes; por otro, el Estado con su lógica descendente de afirmación de lo instituido. El nuevo tipo de encuentro es posible por la realidad de un momento político -distinto al de la década de los ’90- en que desde el gobierno del Estado se convoca a las organizaciones para el diseño e implementación de políticas.
Entonces, los movimientos sociales hoy encaran desafíos inusitados y complejos para sostener su identidad como espacios alternativos de producción y reproducción de la vida frente a las lógicas descendentes de implementación de políticas estatales. Las posibilidades generalmente destacadas en el ámbito de las discusiones políticas se ubican en dos extremos: por un lado, algunos afirman la necesidad de mantenerse en la total independencia de cualquier relación y en este sentido fortalecer la posición y políticas de la insurgencia; por otro lado, muchas organizaciones han considerado que la responsabilidad frente a un proceso político en marcha los comprometía con “llevar el Estado” a los sectores más marginados, haciéndose cargo completamente de esta lógica descendente del “bajar políticas” frente a los apremios de las vicisitudes políticas.
Consideramos como alternativa que no nos entrampe en el aislamiento ni nos deje inscriptos en el rol de meros instrumentadores de las políticas sociales, asumir el compromiso de desarrollar radicalmente el momento de afirmación de lo popular –otro constantemente inabarcable por la totalidad del Estado-, como ética y punto de partida de la radicalidad emergente y de la constantemente irreductible alteridad. Aquí se produce un momento de afirmación, pero que tiene como condición mantenernos en la proximidad que nos sensibilice al reconocimiento de la dignidad del otro, en cualquier organización (y en la propia también). Por supuesto que esto implica al menos dos momentos de modo general –el reconocimiento y la afirmación-, pero nos interesa indagar en el segundo momento, como posibilidad del encuentro de dos lógicas (la de lo popular emergente y la de lo estatal totalizadora) y en qué modo ha de producirse ese encuentro (Pensemos por ejemplo en los debates en torno a la relación educación formal-educación popular).
Entonces, podemos concebir al Estado como lo instituido-totalidad y a los movimientos sociales como el elemento que puede resquebrajar esa aparente totalidad que necesariamente excluye/oprime en algún sentido –al mismo tiempo que va incluyendo a partir de determinaciones políticas concretas, que las organizaciones sociales deben concurrir en proponer-. Pero para esto, es preciso que los diversos colectivos sociales se afirmen en su autonomía y como actores populares, que realicen constantemente la praxis de-constructiva de la liberación y generen nuevas propuestas en un progresivo y siempre inacabado proceso de liberación. También, será necesario que admitamos la importancia en la diversidad de estas organizaciones que se van a ir alternando en su rol protagónico emergente.
Esta nueva situación nos compromete con el fortalecimiento y desarrollo de los movimientos/organizaciones/colectivos sociales y la asunción y debate explícitos de una ética de la liberación, en tanto allí hoy se cifra la posibilidad de generar propuestas superadoras a los modelos sociales, políticos y culturales opresivos, en las organizaciones y en la sociedad en general.
Bibliografía
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DUSSEL, Enrique, ÉTICA DE LA LIBERACIÓN, Buenos Aires, La Aurora, 1986.
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ZIBECCHI, Raúl, “Políticas sociales, gobiernos progresistas y movimientos antisistémicos” en www.riless.org.ar/otraeconomia, vol. IV, N°6, 1er semestre 2010 y “Los movimientos sociales latinoamericanos: tendencias y desafíos” en OSAL 9, enero 2003