Busqué la palabra militancia, militar, en el diccionario y la sentí vacía de contenidos. Sentí que pensar en la militancia es pensar en una filosofía de vida, porque, sin lugar a dudas, todo aquel que cree que la vida es para lucharla por los otros, por el otro y con el otro, es decir para cualquiera que vive militando la vida, las ideas, la educación de sus hijos, toda definición escrita en un frío papel o leída en una red social son sólo frías palabras unidas por conectores, pero carentes de todo sentimientos, desprovistas de sudor, de lágrimas, de discusiones, de sangre, porque esa es la esencia de la militancia, su mística, su magia.


Para Jauretche

Militante es aquel que intenta transformar el mundo con su ejemplo; sabe que decir lo que se piensa y hacer lo que dice es el arte mayor de una noble práctica política. Su proceder está guiado por un precepto evangélico: luchar por la igualdad entre todos los seres humanos. Su enorme tarea se inscribe en un paradigma fraterno: ‘ningún ciudadano se realiza en una Nación que no se realiza’. La cultura de la solidaridad y el trabajo le marcan el norte de las utopías revolucionarias. Arrastrando este sublime bagaje, caerá mil veces; encontrará energía en el servicio a sus semejantes y mil veces se levantará. Se apega a los principios éticos que hacen mejores a todos los humanos y ejerce las conductas morales escritas en la conciencia colectiva. Por eso el militante sólo existe como héroe colectivo; no puede expresarse como individuo sino dentro de la militancia. Para defender el sueño de una patria justa, libre y soberana, soldados incansables de la igualdad, la libertad y la democracia alimentarán la llama inextinguible de nuestra pasión argentina.

Coincido plenamente con la definición de Jauretche ya que sólo el que se arriesga desde su voz y poniendo su alma y el cuerpo en acción, en pos de la lucha que decida emprender, en la causa que tome como de su vida, sabe que indefectiblemente es un camino de ida, donde el sinónimo hasta histórico es «resistencia», porque sólo de esa manera, teniendo plena conciencia de los mil y un escollos y piedras que tendrá el camino, podremos llegar al final de la vida y al mirar para atrás, decir, con la voz anudada por la emoción y el orgullo plasmado en nuestra mirada: He militado.


Entonces llegamos a la conclusión clara y concreta que cuando hablamos de militancia, en el lugar que hayamos elegido -el arte, el deporte, la política, el barrio, el sindicato, los propios afectos- hablamos de una forma de vivir la vida, desde el compromiso, desde la no claudicación de los propios valores. Podemos gritar hasta quedarnos sin voz en un estadio, caminar bajo la lluvia o calcinarnos al sol para sentir que somos parte de un todo que gira con nosotros dentro.


Si hablo desde mi experiencia puedo decir que elegí el camino de la militancia política-partidaria para poder desarrollar mi vocación de «ser » en la vida. Puedo decir hoy, casi en la mitad de mi vida que fue la mejor decisión que tomé, porque es la que me conecta con el otro, la que mantiene la mística y la magia en el camino, la que muchas veces sostiene mi cansancio y mi hastío….Por eso, por encima de todo, cada uno de nosotros es un militante de la vida. Y por supuesto que sobre un acantilado, al igual que Héctor Alterio en Caballos Salvajes, puedo gritar con mi voz y desde mi emoción:-«¡La puta que vale la pena estar vivos!» Y agrego: “y ser un militante de la vida”

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