Marcada por una fuerte crisis socio-económica, terminaba en nuestro país la década de los ochenta. Un nuevo gobierno, y las esperanzas renovadas de un pueblo que necesitaba creer. En los años venideros, Latinoamérica y el mundo entero iban a ser testigos de enormes cambios en lo que respecta al rol de los estados y de la economía global. El modelo neoliberal se instauraba claramente en estas tierras.

Las transformaciones iban a repercutir en todos los planos y actividades, incluso en lo que se conoce como el sector del arte y la cultura.

No había dudas de que en Argentina se seguiría escribiendo obras, pintando, componiendo y tocando música, filmando películas, diseñando coreografías y bailando. Lo que sí iba a cambiar radicalmente era la manera en que se estructuraba y administraba la producción de bienes artísticos y culturales.

Al analizar un mercado y estudiarlo, cualquiera sea, se debe atender a las tres instancias que lo conforman: producción, circulación y consumo. Como ya se dijo anteriormente, esta nueva etapa iba a mostrar su particularidad principalmente en lo que refiere a los modos de circulación y consumo de ciertos productos.

George Yúdice describe que: “…Ya en los años ochenta, las grandes compañías discográficas no se concebían como simples productoras y distribuidoras de música sino como conglomerados transnacionales de entretenimiento, incluyendo a la televisión, el cine, las cadenas de disqueras, las redes de conciertos, el cable y satélite-difusión y, más recientemente en el tiempo, internet”.[1]

Al mismo tiempo, la transformación de los canales de comunicación devenidos del neoliberalismo (privatización, desregulación, eliminación de los servicios proporcionados por el Estado) resulta en una recomposición y resignificación de territorios y de públicos. Herscovici dice: “Cada espacio geográfico precisa diferenciarse y construir su imagen mediática a fin de valorarse con relación al exterior para poder insertarse en esas redes internacionales; la cultura es ampliamente utilizada en la construcción de esta imagen mediática.”[2]

En el caso del Heavy Metal argentino, se ofrece una gran variedad de matices permeables al análisis. Es cierto que el género en sí se origina a fines de la década del setenta y continúa desarrollándose y creciendo (con algunos problemas) durante los ochenta, pero el período analizado es el que va a mostrar el apogeo de este movimiento, logrando generar un perfil, aunando cuestiones de valor simbólico (construcción de identidades juveniles) y cuestiones asociadas al mercado de bienes culturales.

Ya en los primeros días de febrero de 1990, los dos shows de Bon Jovi en el estadio de Vélez Sarsfield iban a marcar el inicio de una etapa de conciertos internacionales masivos de heavy metal. No vale la pena jerarquizar cada caso ni tampoco ponderar uno sobre otro; lo que se desprende de estos acontecimientos es la notoriedad que toman algunas bandas nacionales que pueden presentarse como soporte de estos shows y, tal vez, más importante, ciertos criterios de profesionalización que asimilan tanto los artistas como los agentes involucrados en la difusión y comercialización del producto cultural heavy metal.

Algunos ejemplos que merecen ser destacados tal vez se encuentren en lo acontecido con los medios de comunicación especializados, describiremos brevemente dos casos. Fundada en 1989 por César Fuentes Rodríguez,  la revista Madhouse se distribuyó en los kioscos de todo el país y algunos limítrofes durante el apogeo de la escena sudamericana y cubrió la afluencia de las bandas internacionales a los escenarios porteños, lo mismo que el desarrollo de la “movida” local. Fue la primera revista argentina del género que no reproducía reportajes realizados en medios de prensa extranjeros, sino que realizaba sus propias notas. Llegaron a editarse 126 números antes de que la debacle del corralito y el desastre económico que sufrió la Argentina en diciembre de 2001 pusieran fin a ésta y a muchas otras publicaciones. El programa Heavy Rock & Pop, emitido por la radio Rock & Pop y conducido por Norberto “El Ruso” Verea y Alejandro Nagy fue, entre 1991 y 1995, el responsable de llevar a los oídos de los metaleros la música y las noticias del movimiento que crecía día a día por estos lugares.

Estos dos casos (entre otros) fueron consecuencia de un público que demandaba un producto tan particular como lo es el heavy metal en nuestro país. El tiempo pasó y, por diferentes motivos, ambos canales encontraron su final, pero ya habían marcado un modo de comunicar; y para mediados de los años noventa el heavy metal ya contaba con grandes exponentes nacionales que habían marcado el camino para los años siguientes

 


[1] Yúdice, G., “La reconfiguración de políticas culturales y mercados culturales en los noventa y siglo xxi en América Latina”, Revista Iberoamericana, Vol. LXVII (Octubre – Diciembre 2001), 639.

[2] Herscovici, A. (1999) Globalización, sistema de redes y estructuración del espacio: un análisis económico, Buenos Aires: Editorial Biblos.

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