La música es parte constitutiva de la identidad desde que salimos del cuerpo de nuestra madre (tal vez desde antes, no voy a entrar en ese debate). Lo cierto es que a la par que crecemos, en mayor o menor medida, la música es esencial a la hora de acompañar el mundo tan necesario del juego.
La irrupción de Heavysaurios en el mercado argentino, vía explotación de la franquicia Finlandesa (cuando no) por parte de Sony, introdujo un interesante fenómeno a la hora de repensar el heavy del siglo XXI: los niños pueden ser interpelados por la música pesada.
La puesta en escena del “heavy metal jurásico” consta de músicos-dinosaurios vestidos de negro (que lindo sería un Celebrity Deathmatch contra Bananas en pijamas, ¿no?). El estigma de lo oscuro, de lo “heavy”, por ende “malo”, desaparece para el goce de los menores y satisfacción (o no) de los mayores. Las melodías cuidadas, mas no por eso menos poderosas, se mezclan con líricas que invitan a muchachitos y muchachitas a sentirse parte de un colectivo donde el juego es central. “En mi tierra podrás jugar/ mis amigos te guiarán/ más canciones aprenderás/ para poder llevar los dinosaurios a tu hogar” (“Ejército de dinosaurios”, 2012). Más allá del legítimo debate de fondo sobre la construcción de un producto que intenta disputar un segmento del mercado con una propuesta más que entendible para Finlandia, es interesante observar las dinámicas que genera la inclusión de Heavysaurios en festivales como Rock BA o Metal para todos. Niños sobre hombros saltando con cuernos, adultos moviendo la cabeza o pogueando. Un punto de comunión, un acercamiento similar, pero distinto a la vez, provocado por unos personajes vestidos sobre un escenario. ¿Cómo era eso de que el heavy metal es solo ruido?
Como en toda literatura, las metáforas en la música son parte central del juego del lenguaje. Recurrir específicamente al juego como metáfora no es un invento de Lerner, sino que se puede señalar como un lugar común. La diferencia no está en el qué sino en el cómo. Desde sus orígenes esta dimensión se puede visualizar en el metal argentino, por ejemplo como metáfora del sistema opresor del cual somos parte “Y vos y yo consumidores de basura/ acrecentamos el poder de esta gente/ que nos impone las reglas de este juego/ y ríen al vernos caer en su trampa demente” (“Cautivos del sistema”, Un paso más en la batalla, V8, 1985). A su vez, siempre el juego fue adoptado como pasiones internas que necesitan ser externalizadas: “En el sueño de un sueño te encontraré/ y tu pesadilla será la mía” (“Juegos nocturnos”, Zona de nadie, Riff, 1992); “Siempre hay lugar en este juego/ demencial” (“El juego”, Demencial, Horcas, 2004). Sin embargo, la metáfora lúdica se torna más interesante cuando se la puede observar como constructora de identidad, ya que ésta ─según Stuart Hall─ se construye dentro de la representación y no fuera de ella. En este sentido, el sentir metalero se construye por características propias, pero también por oposición a un “otro”: “Estoy feliz de no ser parte de tu glamoroso juego” (“Deja de robar”, Hermética, Hermética, 1989); “Voy a deschavarte el juego/ sos veleta de la moda y no me asombra/ que mañana/ amanezcas metalero” (“Buscando razón”, Victimas del vaciamiento, Hermética, 1994). A su vez, el juego puede ser utilizado como ficción del deber ser y en eso Ricardo Iorio es un referente sin igual. En “Unas estrofas más” (Toro y Pampa, 2006) el ex V8 y Hermética (¿y Almafuerte?) afirma de forma conmovedora “Juego a ser quién soy”[1] que con un poco de malicia se puede contrastar con “Sólo es un juego” de O´Connor (Dolarización, 2002).
El juego propiamente dicho aparece en dos tapas de discos de Almafuerte. Manuela Calvo en su tesis Un análisis socio-semiótico comparativo de los discursos que conforman el metal pesado argento de Almafuerte analiza la “Mano brava” (Almafuerte, 1998) que combina al juego argentino por naturaleza (El “Truco”) y la “Piedra libre” (2001) que al ser “para todos los compañeros” genera un guiño (cuándo no) peronista. En estos casos, Iorio es el poseedor del “Triunfo” (1998). Incluso desde lo performativo, Almafuerte utilizó juguetes en escena. Desde el toro inflable que celebraba estar bajo el sol, con carne asada y amigos, hasta las insuperables “manos de Perón”, para gritar a los cuatro puntos cardinales de la patria que le “saltó la ficha” (Orgullo Argentino, 2001). Por su parte, Asspera, que hace de lo “bizzarro” su identidad, suele incluir en sus recitales juguetes en forma de penes, vaginas o “mujeres”. El juego del falocentrismo exacerbado cumple con un objetivo claro: la reafirmación del “macho” con un humor que no pasa ningún filtro del #NiUnaMenos.
Sin embargo, la pregunta de fondo sale a la cancha: ¿cómo le está yendo al heavy metal argentino en el juego más importante (en el de generar nuevos metaleros)? Para Carajo, la respuesta se opone al bilardismo: “Se trata de saber jugar/ y de aprender el juego/ sabiendo como hay que jugar/ disfrutarás del juego” (“El que ama lo que hace”, Inmundo, 2007), afirma el trío en una posición que haría emocionar a los cultores del Fair Play. Nada mal les va a los muchachos que hicieron del papel higiénico su juguete favorito para “sacarse la mierda” de esa Argentina convulsionada pos 2001 que ─tristemente─ cada vez más el presente homenajea. Habrá que seguir apostando a este juego que nos apasiona a tantos entonces.
[1] Para ampliar sobre esta faceta de la obra de Iorio ver “Andar andando sólo andando por andar” (Bernal-Caballero), en “Se nos ve de negro vestidos. Siete enfoques sobre el heavy metal argentino” (La Parte Maldita, 2016).