Nos encontramos una noche de casualidad en Contrapunto Bar, ciudad de Chascomús. Le propuse hacerle una entrevista para el periódico, él accedió sin vacilar. Kuki no es de esas personas que hablan por hablar, o se llenan de espuma prometiendo encuentros vacuos: al día siguiente estaba en mi casa. Faltaban quince minutos para la hora pautada, sin embargo, Kuki ya estaba en la puerta, aguardando que se haga la hora. Entre mate y mate, surgió la siguiente síntesis trabajada a base de temas como el folclore, la juventud, el vivir en un pueblo cada vez más urbano y la música. Transcribo sus flamantes y concisas respuestas. 

 

Su familia lo inundó en su infancia con Quilla Huasi, Tacunau –folclore bien neto–, y los Alda –quienes hicieron un poco de música folclórica más arreglada–. A los cinco años conoció a Walter en el barrio, con quien mantiene un dúo, sin guitarras; de sinvergüenzas nomás. Al poco tiempo se inscribieron en torneos bonaerenses como conjunto vocal  e instrumental. Facundo, el hermano de Kuki, les armaba las voces y arreglos. De esta experiencia, surgió un tercer puesto esperanzador, para el futuro incipiente de estos jóvenes de solo catorce años. Hoy forman el dúo Casco-Picone.

Guitarrero diletante primero, autodidacta después y actualmente excelso guitarrista con estilo propio: su repertorio se destaca por el juego de silencios, matices, caída lenta y atenuada en el final, punteos elegantes y virtuosos que parecen no implicarle esfuerzo alguno. Kuki Picone es un cantor dulce, de esos que ya no quedan. Su música es resultante indirecta de un solitario camino de influencias, conseguido en los extremos ciudad y campo. Melómano hermético, Kuki generó un estilo desinteresado basado en artistas de habla hispanoamericana que escuchó durante toda su niñez, rechazando, naturalmente, toda música criolla no tradicional: “En el folclore no hay que cambiar las cosas; se tiene que tocar bien, componer lindo. Eso es lo difícil. Yo busco perfeccionarme en eso. No busco hacer zamba de mi esperanza con la segunda parte en menor porque quiero ser diferente. No, ahí no está el cambio. Hay muchas que también ya están hechas, en ese caso habrá que cambiar la forma de interpretar ese mismo tema”.

Kuki afirma que no tendría problemas en vivir en otra ciudad por cuestiones musicales, pero tiene fuerte apego por las amistades y los lugares insignias de Chascomús, náyades inspiradoras en todo su imaginario literal, viciado por un candor bucólico-pasional surero.

También se puede encontrar a Kuki esparcido en los distintos boliches del circuito nocturno. En materia dionisíaca, comprende que, para conocer una muchacha, hay que salir de noche –no lo olvidemos: Kuki es un joven del siglo XXI. También, aunque no le robe el sueño, se entrega a pasiones más sinceras, como el trago eterno con guitarra en mano: banquete para todos los compueblanos no necesariamente coetáneos. No es ajeno a la timba. 

En un paisaje tanguero, la música del dúo Casco-Picone presenta estos símbolos, y se sienten: “Posiblemente una persona de nuestra edad prefiera estar mirando una película en el sillón de su casa, pero yo vivo de esa forma: saliendo de noche y compartiendo cosas en ese tipo de lugares. No digo que sea lo bueno, simplemente es lo que me gusta.  Imaginate que la timba no es legal, y es por eso que no es del todo recomendable”.  Lo mágico es que en esas reuniones se dan intercambios culturales, ya que se suelen permeabilizar personajes ajenos a la escuela folclórica. Entregado al elixir, Kuki puede terminar apareciendo en espacios cedidos a la música fuerte, bazofia impune. Sin ningún tipo de rescoldo, agrega: “La música se une.  A mí me encantaría poder subirme a un escenario y tocar rocanrol; no puedo, no me sale, no lo represento arriba del escenario. Me gusta escucharlo, me gusta cuando tocan bien”.

Compositor de diversos estilos, esteta sin rumbo asignado, Kukii va jugando con su instrumento, a veces, azarosamente, y otras, gracias a alguna amistad que le enseñó a ensillar. Kuki Picone ha logrado dar con sus letras, de sesgo sureras, o entender la de otros artistas. Agrega: “Suponete que escucho una milonga que habla de espuelas, yo sé que está diciendo. La música surera tiene ese condimento paisajista, detallista: las pilchas, el recado del caballo, las tareas rurales. Todo eso yo lo comprendo, por lo menos contemplándolo y en otros caso viviéndolo, y después aparece lo que me surge componer”.

Admite que su padre le ha inculcado poetas sureros también; él mismo es un gran poeta gauchesco.  Aclara que a veces las imágenes le dan palabras, cuya prosodia le sugiere una rítmica. Kuki rápidamente la transforma en melodía (para ese momento, la melodía no podría ser otra), entonces caza la guitarra y en media hora ya tiene un tema (método en principio brillante).

En el 2007 comenzó oficialmente el dúo con Walter Casco; y en el 2013 pudieron hacer realidad su primer disco: un repertorio de carácter sosegado, contemplativo. El compendio de temas incluye canciones poco conocidas de artistas reconocidos (una búsqueda fina realizada desde años anteriores), algunos propios y otros con letras de colegas chascomunenses y música del dúo. Este trabajo les permitió vincularse dentro de la comunidad folclórica y hacer cada vez más conocida su música. Inclusive Pilin Massei colaboró con algunas guitarras en el álbum.

En cuanto a los recursos técnicos de elaboración, la dinámica de trabajo del dúo consiste, desde el plano vocal, en que Walter tome la voz principal y Kuki la segunda, pero realizan un constante trocado de planos principales y secundarios. Depende de lo que exija el tema (la música manda). Lo mismo con los arreglos de guitarra. Por eso, en el dúo, nunca hay un protagonista, ni en las voces ni en las violas. Esta acción no es casual, muchas veces toman un punteo y se lo dividen entre ellos; la idea es que el público vea una linda puesta. Eso es un incordio para el sonidista que te pregunta: “¿Quién es el principal, viejo?” Pero siempre la intención es esa y tratamos de no descuidar ese aspecto.

Kuki confiesa que Walter tiene buenas canciones, creatividad y arreglos cargados de estudio e intuición: “A la hora de poner cierto acorde en una parte de la canción, te la da vuelta”. Cuqui, en cambio, se preocupa por las formas, piensa los marcos, pero en definitiva el repertorio es compartido. Nunca plantean hacer algo si al otro no le gusta.

Kuki se siente maduro en su ritmo de vida y en sus consideraciones musicales. Siente que hubo un desarrollo dentro de un camino regular con más de diez años. Es consciente de que debe superar barreras culturales: la sociedad cancina considera adecuados los buenos resultados económicos, un sueldo fijo y confort. El guitarrista siempre fue haragán, dicen muchos. Para Kuki esto es un desafío. Prefiere levantarse todas las mañanas, tomar mate, tocar la guitarra y componer canciones: “Yo soy feliz con un aplauso, tal vez no tenga un centavo. Nunca soñé con ser nada, mi proyecto es el dúo que tengo con Walter, las canciones. Triunfar, para mí, es vivir de esta propuesta. Es difícil, pero lo intento. No quiero el día de mañana despertarme y ser un fracasado. Por eso es un trabajo; si te lo tomas en serio, con método y conducta, ves los frutos”■

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