¿Hasta qué punto el agua como bien preciado influyó a la hora de construir imágenes poéticas en la tradición árabe? ¿Cuál es la importancia que aquellos territorios desérticos tuvieron en el imaginario y la sensibilidad de quienes vivieron rodeados de arenas y de sed? Recorramos brevemente su historia y escuchemos a algunos de los poetas.

 

Con cierta ironía, Robert Irwin publica su célebre volumen de literatura árabe clásica con el título Night and Horses and The Desert (2000). La noche, el desierto, los caballos y sus colegas los camellos: todos ellos son elementos que perduran en la representación del Oriente, independientemente de qué países del norte de África y del sur de Asia identifiquemos bajo este rótulo. Se trate de que pensemos en Yemen, Irán, Arabia Saudita o Egipto, de cualquier manera imaginaremos infinitas caravanas de camellos, surgirá la idea de lo exótico y, por sobre todo, la gran e inevitable figura del desierto. Es al menos una representación popular, más allá de la crítica férrea que llevó a cabo hace décadas Said en su obra Orientalismo (1978) y sin considerar el acceso a todo tipo de materiales, sean estos libros, videos, canales de televisión online o radios, que poseemos hoy gracias a Internet[1].

El tópico del agua está íntimamente ligado al desierto y en este artículo haremos hincapié en cómo su ausencia ha producido una poética específica en la poesía clásica árabe: cientos de imágenes, analogías y metáforas están vinculadas al enorme valor que surge de la carencia del agua.

La imagen del desierto es antigua, y el agua, como bien preciado, aún hoy no deja de ser un aspecto clave. Toby Craig Jones, por ejemplo, nos narra en Desert Kingdom: How Oil and Water Forged Modern Saudi Arabia (2010) el proyecto que tuvo Arabia Saudita para intentar arrastrar inmensos icebergs hasta el Mar Rojo para lidiar con la escasez de agua. Muhammad Al-Faisal, uno de los sobrinos del rey saudí, incluso llegó a promover el Iceberg Transport International con la ayuda de un explorador polar francés.

Si nos dirigimos hacia los inicios de la poesía clásica, aquella de los grandes poetas, un personaje de la obra Sufrían por la luz (2001), de Tahar Ben Jolloun, «asaba el tiempo leyendo y aprendiendo de memoria»[2], es forzoso comenzar por Imru´l Qays. En el poema que se conserva de él, un tipo de poesía denominada “casida”, surge una detallada descripción sobre la vida del desierto y sus accidentes. En esta descripción nos topamos con una fuerte tormenta que: «Volcó su carga de agua sobre el Gabit»[3] y que presenta una mezcla de belleza y de temor por la gran fuerza de la naturaleza. Se nos describe, acto seguido, cómo el desierto celebra la bendición del agua traída por la tormenta, como también el festín que hacen de ella los animales: «Los pajarillos de los valles, por la mañana, parecían embriagados de zumo de vino puro, rociado de pimienta». Este poema (que podemos llamar inaugural dentro de la tradición poética árabe) ya instaura el tópico del agua y si bien a lo largo de los siglos irá sufriendo transformaciones, nunca desaparecerá.

Seguido de la casida de Imru´l Qays, tenemos a otro gran poeta clásico: Ántara. Llamado el Aquiles árabe por ser un joven y valeroso guerrero al mando de una tribu, también fue el autor de una casida que ha formado parte del canon poético. Lo que nos interesa es el uso de la siguiente comparación: «Ántara, gritaban, y las lanzas clavadas en el pecho de mi morcillo parecían sogas de un pozo». Esta se encuentra vinculada al imaginario del desierto: la infinidad de pozos de agua y las sogas que se utilizan para los baldes hundidos en ellos.

La expresión «beber de tus labios de miel» es común aún en la poesía contemporánea occidental; n la tradición árabe, hallamos una idea igual de placentera: «¿Es que acaso recuerdas los días de nuestra adolescencia, en que cuando te mostrabas eras una luna?/ Yo abrazaba tu cintura en flor, sorbía el agua purísima de tu boca». En ocasiones se mezclan dos elementos vitales y placenteros, el agua y el vino: «Al sonreír descubría limpísimos dientes. Parecía un manantial de agua mezclada con vino. Vino cortado con agua pura del valle, cauce puro, enfriada por el aquilón».

Las metáforas y expresiones que resaltan la hermosura y el valor del agua producto de su ausencia en condiciones geográficas adversas llegan a impregnar distintos géneros discursivos, haciéndose uso de licencias poéticas aun en ensayos. Ibn Dihya dice de un poema: «Es puro como el color rojizo de las túnicas y como el agua límpida y dulce de la corriente».

Existe una división entre la poesía medieval situada en Medio Oriente y aquella que pertenece a Al-Ándalus, territorio este último que conocemos como península ibérica. Esta división es compleja y se trata de algo más que una división geográfica. Si nos limitamos al ámbito de la poesía, encontraremos que existieron fuertes vínculos entre los dos polos ya que muchos poetas circularon libremente a través de los distintos reinos. Lo que nos interesa es que, más allá de las variaciones aportadas por los poetas árabes en España, los recursos poéticos relacionados con el agua y las composiciones tradicionales como la casida siguieron respetándose. Ibn Jafáya de Alcira nos presenta un ejemplo clave sobre cómo retorna el tópico clásico del agua:

¡Oh andalusíes! ¡Qué felices sois! Tenéis agua, sombra, ríos y

árboles.

El paraíso eterno está en vuestras moradas. Si pudiera escoger,

este sería el que eligiera.

No creáis que habéis de ir al infierno. Después de estar en el

paraíso no se puede ir al fuego.

Para terminar, podemos plantear la respuesta a una probable pregunta: ¿qué tiene que ver esto con la literatura en árabe hoy día? La respuesta: es imposible extirpar expresiones tradicionales de la poesía, como es el caso de «los dientes blancos, como perlas» o la comparación de una mujer con una gacela. El agua, como tópico y recurso preciado, se desliza en la narrativa contemporánea, pese a que esta se encuentre alejada del imaginario de desiertos, camellos, dagas y turbantes que solemos representarnos de manera general. Lejos estamos de plantear un determinismo geográfico absoluto. Lo que debe tenerse en cuenta simplemente es el producto que surge de condiciones que pusieron más atención en ciertas palabras e imágenes, todas relacionadas al agua, como atributo esencial y positivo, y la hicieron más importante que en otras tradiciones literarias■

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[1] Durante los sucesos de la Primavera Árabe, medios como Twitter fueron claves: muchos activistas de países árabes con un dominio básico de inglés y francés pudieron transmitir la situación a todo el mundo de manera inmediata, más allá de trabas y periodos en los cuales las cuentas y el acceso a Internet fueron intervenidos por el gobierno.

[2] No sería una excepción: Federico García Lorca, por poner un ejemplo más cercano, se vio interesado por la poesía clásica árabe y produjo el poemario Diván del Tamarit.

[3] Para las citas, nos servimos de traducciones españolas accesibles para el lector. Trabajamos exclusivamente con dos: Literatura árabe, de Francesco Gabrieli, editorial Losada, 1971 y Literatura árabe, de Juan Vernet, editorial El Acantilado, 2002.

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