-¿Cómo es eso?-

-Los hechos terroristas pasaron a tener un esquema narrativo, con comienzo, nudo y desenlace, que invadió nuestras conciencias como nada ni nadie lo había hecho en muchos años. Los terroristas empezaron a ocupar nuestras conciencias de la manera en que los grandes escritores y el gran arte solían hacerlo. Pensábamos que autores como Kafka o Beckett creaban conciencia de alguna manera, que se aproximaban al mundo y a las mentes de las personas que ni siquiera habían leído su obra y que, eventualmente, el mundo empezaba a parecerse al que ellos describían o que nos hacían descubrir. Ahora los terroristas les han arrebatado ese papel a los escritores y artistas. Ejercen una influencia de gran magnitud sobre la gente y, por supuesto, en ciudades como Nueva York y Madrid, esta afirmación es más cierta que en ninguna otra parte. El temor se ha apoderado de las mentes de las personas como no había ocurrido desde hace varias décadas. Entrevista de Juana Libedinsky a Don DeLillo - La Nación 2005

En ocasiones conviene explicitar enunciados que parecen obvios, pero cuya misma obviedad se ve empantanada en el fango de los medios que reproducen discursos tendenciosos. Ante el inmenso caudal de libros sobre el concepto de terrorismo y, específicamente, terrorismo de Medio Oriente, este artículo se propone reforzar una premisa que no por sencilla deja de ser vital: las sociedades de los supuestos países terroristas son quienes en verdad conviven día a día con el terror, lejos de ser solo la plataforma de la cual parten los ataques a occidente. Si bien el terrorismo y principalmente su imaginario se exporta fuera de su base de operaciones, gran parte de los atentados, el impacto social y económico, las cifras de muertos y el genuino terror pertenecen no tanto a los países del occidente aterrorizados, sino a todos aquellos de donde surgen los grupos terroristas. Esto no niega, sin embargo, los atentados que sufrió occidente, serie que toma otra intensidad tras el 11 de Septiembre, pero desplaza una perspectiva que se establece en torno a la idea de que el terror llega a Europa y de que se trata principalmente de una relación unilateral, cuando en realidad las poblaciones, como la musulmana, son las que sufren en mayor medida a causa de las organizaciones terroristas.

El terrorismo que tiene su auge en este siglo puede interpretarse de dos formas: la primera es la más inmediata, esto es, una herramienta de protesta y válvula de escape del rencor de ciertos grupos en torno a occidente; la segunda, como un actuar político, un recurso cuyo saldo de muertes inocentes y destrucción de patrimonio deja poco que desear pese a que en efecto se esté llevando a cabo una praxis política.

Muchos se sirven del concepto extensamente discutido de jihad, manoseado hasta el cansancio por los medios y los intereses entre agresor/agredido que en pocas ocasiones es transparente. Una de las mejores definiciones se encuentra en el libro del polémico Tariq Ramadan, The meanings of the Life of Muhammad (2008), biografía del profeta Mahoma, que en realidad sirve como un libro que une teoría y ensayo de un ala moderna del Islam. Allí se indica que jihad gira alrededor del esfuerzo espiritual y la superación que alcanza su plenitud en el empuje colectivo y que rara vez es agresivo, siendo en última instancia invocado como defensa hacia un agresor. No se trata de una cruzada, tampoco un precepto para conquistar a infieles; más bien la idea es que la comunidad musulmana puede llegar a unirse para defenderse contra quienes cree que sean agresores. Es este último punto el que fue tergiversado por muchos grupos terroristas, identificando a occidente como un agresor y objetivo justificado de una defensa colectiva. Pero el término jihad carece de un serio significado de invasión, agresión o cualquier matiz expansivo.

En su libro Héroes. Asesinato masivo y suicidio (2016), Franco Berardi trabaja con los asesinatos masivos como el de Columbine e indica el caldo de cultivo de estos atentados: la opresión del darwinismo social, el matar o morir de la competencia capitalista. Tal como en El perdedor radical: ensayo sobre los hombres del terror (2006), de Enzensberger, una de las tesis está puesta en cómo se empuja al individuo “inútil”, “desajustado”, en suma, “perdedor” a que estalle y que, como única acción de redención, se encargue por un momento de ser quien tome el poder y mate. Esto no es un argumento que justifique atentados terroristas, sino un eje que conviene tener en cuenta a la hora de indagar la razón de ser de muchos atentados. En su mayoría, son ejecutados como desafíos y, en un hipotético grado de máxima efectividad, desestabilizadores. Pero si dejamos de lado la invasión del terror en la población, que en sí mismo es la razón de ser del terrorismo, no es menor destacar que el actuar es estéril. ¿Por qué tantos recursos vertidos en esta actividad, aun en los pocos casos en los que genuinamente se alcance la desestabilización? Principalmente por la capacidad de infligir una herida (por ello el 11 de Septiembre es un hito único en la historia del terrorismo), señalar por partida doble tanto al supuesto agresor, como también al agredido. Es un gesto, no un proyecto, no existe nada sólido dentro de la actividad terrorista, aun considerando maquinarias de grandes proporciones como lo es ISIS, cuya principal herramienta contra occidente fue su propaganda efectiva (y no así con sus vecinos musulmanes, quienes fueron los que realmente sufrieron la ocupación y el terror diario).

Dentro de la literatura árabe, así como el terror simbólico se extiende y siembra paranoia en occidente, se puede ver cómo se representa el terror real, encarnado: novelas de distintas latitudes y coyunturas abordan el terror en el territorio. París no es la única ciudad que debió militarizarse, tampoco la que se encontró con un sorpresivo enemigo interno. En The arch and the butterfly (2014), de Mohammed Achaari, el protagonista narra en la primera página cómo recibe una carta de un grupo terrorista celebrando que su hijo, un estudiante de ingeniería en una de las universidades más prestigiosas de Francia, ha sido un mártir en Afganistán contra las fuerzas armadas de Estados Unidos. En Guapa (2016), de Saleem Haddad, la presencia de grupos terroristas en la ciudad no es censurada ni alabada: está completamente naturalizada debido al entorno que es un caldero ideal de paro económico y caos social para la creación del terror dirigido hacia occidente que ha sido generador de frustraciones.

Muchas de las novelas no exportan una imagen sensacionalista, no se orientalizan; brindan un paisaje determinado de sociedades en las que sus personajes lidian con la crisis poscolonial y en no pocas ocasiones la presencia del terrorismo no es el foco pero sí un elemento obligatorio de la construcción del tejido social. Incluso en novelas de activismo político como Wild Thorns (2011), de Sahar Khalifeh, se puede ver cómo es posible un acercamiento hacia un modo de terrorismo sin una fácil demonización: un personaje regresa a su tierra y quiere llevar a cabo un atentado para sembrar el terror entre soldados israelís durante la ocupación de Palestina y decide que la sangre civil bien vale el precio. Poco se tarda en que quede en evidencia que es una cuestión de herir y señalar, ser solo un recurso extremo de intervención política de oprimidos condenada a la esterilidad tras un destello.

El material novelístico es abundante porque es una realidad difícil de ocultar y ser relegada a géneros exclusivos de la crítica social como el del policial negro. Analizando de manera pormenorizada lo que cada novela desarrolla sobre las penurias que incentivan la creación de grupos terroristas que dan un breve significado a la vida de perdedores radicales, una de las conclusiones a las que se puede llegar es que acabar con las desigualdades económicas y políticas que empujan a arañar el rostro de occidente mientras muerden al vecino es un camino prometedor frente al complejo militar antiterrorista desplegado alrededor del globo. Enunciado sencillo, pero de una dificultad enorme, aunque a largo plazo es el método que merece ser llamado genuinamente antiterrorista.


[1] https://www.lanacion.com.ar/704012-el-terror-narrativa-global.

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