Una ciudad teñida de rubio y una fisonomía completamente hibridada por los procesos y las lógicas de gobierno globales. Dos gestiones sucesivas de política macrista dejaron marcas muy distinguibles en “la ciudad de todos los argentinos”. Pensar que fueron meramente estéticas sería seguir subestimando el fenómeno.

“Jesús te mira. Vayas adónde vayas, sus ojos te siguen. La tecnología moderna ayuda al hijo de Dios a cumplir sus funciones de vigilancia universal”.
Eduardo Galeano, El libro de los abrazos

No deja de ser sorprendente que algo tan somnífero como la estadística se haya vuelto pasión de multitudes. Hoy, lejos de estar ceñida su aplicación al campo laboral y al cálculo del rendimiento, la estadística está presente también en nuestras actividades “ociosas”. Si es que algo así todavía existe, ya que en rigor casi siempre estamos produciendo algo, aunque no sean más que datos.

La concepción deportiva de la vida que parece tener el gobierno amarillo (que se desliza en el machaque de la palabra equipo) se hibrida a la perfección con la subjetividad mercantil-digital actual. Es uno de los rasgos, creo, más característicos del gobierno. Uno de los primeros elogios que recibió el gabinete de Macri fue: “Es como el Barcelona”. Y después de todo, ¿no fue en un equipo de fútbol que empezó toda esta aventura amarilla?

Es conocido, y por demás evidente, que Macri alimenta (o pudre) su retórica con las fórmulas más berretas del coaching empresarial, que no es mucho más que bibliografía de autoayuda aplicada al rendimiento de una empresa. Y su resultado es ese discurso de tono motivacional que, aunque cuadra más para circunstancia de campaña, parece extenderse a discurso presidencial. Sin embargo, el concepto y la práctica del coaching no provienen del mundo de los negocios, sino del deportivo. Un coach es, básicamente, un entrenador que ayuda a mejorar el rendimiento.

Al calor del mundo digital, se ha producido una aleación entre el espíritu deportivo-lúdico y la obsesión por el rendimiento, por más contrapuestos que estos puedan parecer a primera vista. Rendir ya no implica más una obligación o una imposición del mundo laboral. El ámbito de las actividades mensurables y cuantificables deja cada vez menos actividades sin acaparar. Ya sea por el número de “me gusta”, sea el de “compartidos”, o sea el de “retwitteados”, cada vez nos volvemos más amantes de los datos.

En un mundo con estas pasiones, el coach es el sofista actual. Su tarea (más bien, su misión) se centra en entrenarnos para que logremos el éxito en el contexto de esta red modulada en que ha devenido el mundo. La característica central de esta red es la transparencia. Cada clic deja un rastro. Cada operación deviene dato, archivo. Todo se registra, como si se tuviera pánico al olvido. Pero también, transparencia en este sentido: todos podemos mirarnos a todos. La naturaleza (en cierto sentido) desjerarquizada de la red remplaza el viejo panoptismo por otro mucho más difuso y más generalizado.

Enteramente vidriado, tanto en sus “paredes” externas como en las divisiones internas, de aspecto pulido con sus enormes cerámicos color claro, de amplísimos espacios abiertos y con un sistema de iluminación que va modulándose de acuerdo a las variaciones de la luz solar; el nuevo edificio de la Buenos Aires Ciudad (ahora la escriben así, invertida la gramática, así suena más a New York City) es un monumento a la transparencia. Allí, uno no acaba de sentirse dentro de nada. A no ser quizás en el baño, uno no deja de sentirse expuesto. Al entrar a algún salón (siempre vidriado) la impresión es la de estar en un acuario o en una pecera. Su diseño arquitectónico borró cualquier vestigio de interioridad. La antropología bautiza ciertos espacios como los “no-lugares”: terminales, bancos, aeropuertos, locales de comida rápida. El rasgo central de estos espacios es precisamente su falta de rasgos específicos. Se trata de espacios globales, pero lo cierto es que este tipo de arquitectura, pensada originalmente para espacios de circulación, comienza a expandirse. Son espacios, por decirlo de algún modo anti-topológicos. No invitan a ser habitados, no invitan al cuerpo a sumergirse en el espacio. Van a tono con una subjetividad globalizada, arrancada de cualquier territorialidad.

La transparencia acondiciona el reino de lo “todo expuesto”, de lo “todo compartido”, en fin, de la inmediatez. Un mundo sin veladuras es un mundo sin mediación, cuyo síntoma más extremo es la obscenidad, o sea la compulsión a mostrarlo todo, la imposibilidad de guardarse algo para sí. Se pasa a existir solo en función de la mirada del otro. Es el reino del “me gusta”, en donde se inhibe la negatividad, y la comunicación se desliza fácil como por una pista de patinaje o una touchscreen. “En todo estás vos”, reza uno de los principales eslóganes de la Buenos Aires Ciudad. Estos ochos años de gobierno amarillo han dejado en la capital las marcas de la lógica ubicua de la transparencia. La ubicuidad refiere a la posibilidad de estar en todas partes. Es un atributo divino, pero también una posibilidad que habilita la tecnología digital. La teología y la tecnología comparten esa misión. Así, cada estación de Metrobús tiene su mapa tipo Google Maps, con una impronta medio turística, con su ícono (amarillo, claro) localizándote: VOS.

La arenga motivacional utiliza siempre la segunda persona del singular. Te habla a VOS. A veces ese discurso alcanza su paroxismo, como sucedió en la apertura de las sesiones del congreso: “Quiero un estado que te convoque a tu aventura personal”. Lo que está implícito en esta comunicación es la concepción de un “ciudadano” (devenido consumidor) al que se lo abstrae de la complejidad social y económica de la que forma parte. En el mundo que pinta ese discurso del “nothing is impossible”, quien no alcanza las metas que se propone es enteramente responsable (culpable, más bien) de su fracaso. ¡Sí se puede! ¡Sí se puede! Ese grito sintetiza el efecto que genera el discurso motivacional en el público que lo deglute. Se trata del voluntarismo ingenuo de quien cree que todo es posible. Tras ese grito, mal se disimula un sentimiento de impotencia. La hipertrofia de ese VOS puede tener consecuencias graves. Al extenderse la idea de que todo depende exclusivamente de uno, crece el sentimiento de culpabilización por no alcanzar las metas que uno se propone. Y lejos de tratarse de un problema meramente psicológico, este fenómeno supone hondas consecuencias sociales. Ya Hannah Arendt ubicaba, en el sentimiento de frustración y en el consiguiente aislamiento a gran escala que producía, el caldo de cultivo ideal para que las masas acogieran el fanatismo nazi. ¡Es acá! ¡Es ahora! También se le ha escuchado al presidente estas frases que son emblema de la autoayuda. Casi como efecto de compensación de ese vago: “En TODO estás vos”, tan amplio que parece que vamos a salir flotando, aparece también la necesidad opuesta. Anclar un AHORA en medio de un presente que se va, se va, se va cada vez más veloz. Fijar un ACÁ en medio de ese TODO. El discurso público parece asumir estos ribetes de la política devenida terapéutica: el político cuida, acompaña, motiva, ayuda.

El efecto de la ubicuidad se consolida en el modo como se van configurando nuestras urbes. Ya sea mediante las camaritas o los celulares que registran nuestra circulación o sea mediante los mapas que indican nuestra localización, la ubicuidad va tiñendo la lógica (la logística) de nuestra circulación urbana. Se está acá, y se está en todo. Se está ahora y para siempre.

Pero, lo aprendimos de pendejos: en gramática, el orden de los factores sí altera el producto. En ese eslogan entre divino y tecno, al “vos” lo mandaron al fondo de la frase. Lo han predicado, ya no es sujeto. Tras ese protagonismo excesivo que se le predica, se lo ha miniaturizado. Es en este contexto que se explica la sistemática apelación, en los discursos del presidente, a las historias de Juan, Pedro, María y Magoya, o la estrategia del timbreo, pero también la difusión de esas palabritas estelares del diccionario amarillo: equipo, vecinos, alegría, juntos.

¿Volvieron los noventa? Las similitudes son muchas, pero es más urgente señalar las diferencias. Cuando terminaba el menemato, todavía usar Internet era ocupar la línea de teléfono, ICQ era nuestra gran novedad. A años luz de ese paleolítico digital, el actual desarrollo de la tecnología, si bien está lejos de garantizar por sí misma el despliegue de una sociedad en la cual cada quien pueda “gestionarse a sí mismo”, sí torna esa incitación, más verosímil (y más excitante) a muchos oídos.

Habrá que permanecer atentos. No es imposible que, a la velocidad en que vamos, esas mismas herramientas puedan volvérseles en contra. Después de todo, aunque el macrismo haya hecho una utilización mucho más eficaz de las redes sociales que sus opositores, quizás también estas sean los medios que más dolores de cabeza puedan traerle.

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