Hace un tiempo mi mamá me acercó el dibujo de una casa que hice cuando estaba en jardín de infantes; con el árbol, el perro, el caminito hasta la puerta y una chimenea humeante. En forma lúdica, mi esposa comenzó a buscar esos test que presumen rasgos psicológicos del niño según las características de la casa que dibujó.

Resultó curioso ver que los test que encontramos preveían variables psicológicas según la manera de representar cada detalle de la casa, desde la presencia de tejas en el techo, o su falta, hasta la forma del follaje y de las raíces del árbol. Sin embargo, ningún test contemplaba la posibilidad de cambios importantes en la estructura de la casa. Niños, con muchos problemas, con pocos o con ninguno habrían dibujado una vivienda esencialmente igual: la casa de una familia tipo.  

En la actualidad es probable que cualquiera de nosotros se haya encontrado frente a la foto de una familia tipo, una publicidad de seguros de vida por ejemplo: hombre y mujer en la playa, sonrientes, llevando en sus espaldas cada uno a un hijo, un varón y una hija mujer; mientras nos preguntamos si conocemos alguna familia así en carne y hueso. Y lo más probable es  que los participantes de la foto sean actores. En cambio, estamos más cerca de conocer parejas que conviven sin hijos, parejas que no conviven, familias ensambladas, madres solteras, amigos que viven juntos, personas que viven solas, etc.

Precisamente lo que se encuentra en crisis de un tiempo a esta parte es el concepto en sí mismo de familia tipo. Y, si esa familia de la fotografía ya no representa la realidad del común de las personas, es probable que la casita que dibujé en jardín de infantes tampoco represente la actualidad de la arquitectura. Hace veinte años, el arquitecto Jorge Sarquis realizó un estudio sobre las nuevas opciones de habitar, en el que afirmaba que había más de setenta nuevas formas de familia.

Lo que nos ocupa en este caso son justamente los cambios en los enfoques de la arquitectura en relación a los cambios de lo que conocemos por familia.

En el marco de esta problemática, me reuní con Juan Kersul, arquitecto interesado en el desarrollo y la mutua influencia que existe entre la arquitectura y los fenómenos sociales.  

Para Juan, en la actualidad, y más allá de los problemas habitacionales por falta de accesibilidad que sufren las clases medias y bajas (lo que constituiría un tema completo de análisis en otra nota), la realidad de la vivienda actual es que tiende a volverse “mínima” al calor de las nuevas formas de habitar y convivir. Pero este concepto de mínimo no refiere al tamaño, sino a la funcionalidad del espacio. Antes la vivienda se componía de una secuencia espacial infinita en la que, por ejemplo, el living era una especie de habitación sagrada, con algún cristalero antiguo, a la que solo se accedía cuando llegaban visitas o se hacían reuniones familiares, y se tenía para el uso en la vida cotidiana un comedor diario o una cocina con vajilla simple y muebles más prácticos o económicos. Hoy en día ese tipo living-museo tiende a desaparecer porque las casas se han vuelto más funcionales y, sumado al aumento en el costo de acceso a la vivienda, las personas ya no eligen sostener espacios que no utilizarán realmente. Mínimo, entonces, no es expresión de superficie, sino de aprovechamiento del espacio; nada está puesto de manera excesiva u ostentosa, sino todo lo contrario.

El arquitecto plantea que la tecnología es otro de los factores que juega en este campo de cambios entre lo social y lo arquitectónico. Desde este punto de vista y siguiendo lo que expresaba anteriormente sobre practicidad contra ostentación, las casas actuales han dejado de tener espacios como antecámaras para darle lugar a nuevas habitaciones como “sala de juegos” o “sala de cine”.

Remontándose en el tiempo y para entender un poco la evolución de las viviendas a lo largo de la historia, Kersul comienza contando sobre aquellas tipologías de casas españolas donde todas las habitaciones confluían en patios internos y no tenían ventanas hacia afuera o, si las tenían, eran pequeñas y altas, pero jamás ofrecían vista a nivel peatonal. La explicación de este sistema cerrado de construcción tiene un origen aún más remoto, en la cultura árabe, donde el clima y la geografía eran hostiles e inhóspitos. En aquel medio el hombre construía una especie de oasis para él y su familia con una orientación exclusiva hacia el interior. La arquitectura respondía a una vida introspectiva y familiar.

Con la formación de las primeras ciudades, la reducción de los espacios para habitar y la elevación del costo de acceso a la vivienda, estas “casas a patios”, primero árabes y luego coloniales, fueron heredadas por los hijos y nietos de aquellos jefes de familia quienes las partieron al medio, dando lugar a la “casa chorizo”, tan común en la ciudad actual donde también se las llama simplemente “PH”.

Los avances de la tecnología y de las ciudades han ido dando lugar a nuevas tipologías de vivienda, sin embargo la familia como concepto aún no asistía a la crisis en la que se encuentra en la actualidad. Es decir, con avances y cambios de enfoque, la arquitectura seguía construyendo casas para jefes de familia junto a una esposa e hijos.

Kersul cuenta, a modo de ejemplo, que en los años noventa el mandato de la arquitectura era el estilo “country”, tomado de la tradición inglesa pre revolución industrial, donde el ladrillo, cocido y cortado artesanalmente, era el elemento característico. En sus orígenes, esta podía ser la casa de una familia de artesanos que vivían rodeados de naturaleza. Fue tal el idilio que hubo hace unas décadas con este tipo de casas de campo que han llegado a ser reproducidas en casas urbanas entre medianeras, con techo a dos aguas (pensado originalmente para escurrir nieve) o, más insólitamente aún, en edificios de varios pisos.

Contra la bucólica imagen que despiertan aquellas casas country, familiares, donde la naturaleza y lo artesanal imponen su presencia desde los ladrillos vistos y las maderas, en la actualidad, la arquitectura plantea una especie de nueva modernidad. Hoy un arquitecto diseña casas de líneas rectas, de volúmenes geométricos, de superficies de vidrio, de colores blancos, grises y metalizados, donde el minimalismo y el futurismo son el ideal estético. Es, en estas nuevas casas, donde aparece el concepto planteado al comienzo de mínimo y funcional. Una nueva forma de organización social y una adaptación de la vida a la tecnología y al trabajo han dado lugar a nuevas casas y a nuevos ambientes dentro de ellas; salas donde ver cine o jugar videojuegos, salas para hacer actividad física y, claro está, oficinas ya que el trabajo desde el hogar es una práctica que se encuentra en crecimiento tanto para las personas independientes como para muchas empresas.

Con el nuevo rol de la mujer en la sociedad, hay parejas que posponen la crianza de hijos o bien deciden no tenerlos, así como hay muchas parejas con hijos chicos que se separan. Según un estudio del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, desde los años ochenta a esta parte, los hogares unipersonales pasaron de representar el 16% al 29%, en cambio, los hogares familiares compuestos o extendidos bajaron de 29% a 12% en ese mismo lapso. En consonancia con estas nuevas formas de habitar aparecen tipologías de vivienda como “el departamento de soltero” o “loft americano”; un gran monoespacio donde, según el arquitecto, luego aparece la necesidad de crear un cuarto para recibir a un hijo que solo permanece algunos días de la semana. Este hijo posiblemente pasará parte de la semana con su padre y el resto con la madre, buscando en cada casa un espacio propio donde sentirse cómodo y seguro.

En esta nueva conformación social cada individualidad cobra importancia a la hora de ocupar  los espacios y de utilizarlos; desde los niños que buscan su lugar de pertenencia hasta adultos mayores, cuya esperanza y calidad de vida viene en aumento. El desafío para los arquitectos es entonces diseñar lugares que se adapten tanto a los requerimientos de esta variedad de habitantes como a las transformaciones que las personas sufren a lo largo de su vida. Y, si bien es cierto que el ideal de familia tipo se está diluyendo en una multiplicidad de nuevas formas de relación y coexistencia, la necesidad de habitar bajo un techo continúa siendo prioridad, sueño y motor de la mayoría de los humanos.

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